Setenta años se cumplieron de la catástrofe natural más grande que recuerde la historia de nuestro país. Se le recuerda como el terremoto de Chillán, no porque ahí fuera su epicentro (este más bien se constató en la zona de Quirihue), sino porque fue la ciudad más afectada: 24 mil víctimas fatales y la destrucción casi total de sus viviendas y edificios. Un triste acontecimiento por el cual este fin de semana, la comunidad ñublensina se unió en el recuerdo a través de varias actividades organizadas en forma conjunta por el Obispado de Chillán, la Municipalidad de Chillán y la Gobernación de Ñuble.
El sentido fue orar por el eterno descanso de quienes perecieron por causa del sismo y que en muchos casos fueron enterradas en fosas comunes de distintos puntos de la provincia, sin ser identificadas ni recibir responso alguno.
El programa se inició el viernes en la tarde con un acto público en el atrio de la Catedral de Chillán, donde hubo presentaciones artístico-culturales, palabras de nuestras autoridades, y la exhibición de inéditos testimonios audiovisuales y personales de sobrevivientes, junto a un video de la Cineteca Nacional sobre la visita del ex Presidente Pedro Aguirre Cerda. Al finalizar dicho acto se realizó una oración ecuménica con el signo de la luz, elevando plegarias por quienes encontraron la muerte aquel 24 de enero de 1939.
El sábado 24, las autoridades y sobrevivientes del terremoto se reunieron en el tercer patio del Cementerio Municipal de Chillán, para depositar una ofrenda floral en la escultura de la artista Helga Yufer Kowald, dedicada a la memoria de las víctimas del terremoto y que está ubicada a un costado de la fosa común de quienes fallecieron en la catástrofe.
Finalmente, el domingo al mediodía, se invitó a la comunidad a participar de la santa misa en la Iglesia Catedral, especialmente dedicada a orar por las víctimas del terremoto y el eterno descanso de sus almas junto a Dios.
Testimonio de víctimas: memoria viva de la catástrofe
El terremoto de Chillán, acontecido el 24 de enero de 1939, marcó un antes y un después para la vida de nuestra población ñublensina. El sismo fue catalogado con una intensidad de 7,8 grados en la escala de Richter y de 11 grados en la escala de Mercalli.
Todo cambió a partir de las 23.32 horas, cuando en medio del silencio de la noche, la tierra se sacudió fuertemente bajo el suelo de Chillán y las comunas ñublensinas. El movimiento telúrico se hizo sentir durante dos minutos con cuarenta y cinco segundos, dando paso a una intensa nube de polvo, a escenas pavorosas de ruinas, escombros, cadáveres, y un sin fin de lamentos que se hacían sentir desde distintos lugares.
Recuerdos que se evocaron con dolor en el contexto de los actos conmemorativos a 70 años de la tragedia, por parte de quienes fueron testigos presenciales de los hechos, sobrevivientes que aún viven y que han permitido reconstruir la historia.
La señora Dina Jajam, de 85 años, actualmente vive en Santiago, pero una vez al año regresa a Chillán para asistir a la ceremonia en honor a los fallecidos en el terremoto del 24 de enero de 1939. Esa noche, Dina, quien entonces tenía sólo 14 años, perdió a más de la mitad de su familia. “Lo perdimos todo y con los días posteriores no teníamos como alimentarnos. Recuerdo como una amiga me encontró caminando por las calles y me llevó donde su madre que compartió conmigo una taza de leche caliente y un pedazo de tortilla”.
Corina Baeza, de 82 años, recuerda haber despertado sobresaltada cuando una de las murallas había caído a los pies de su cama. "Mi papá nos sacó al patio y ahí nos quedamos hasta que amaneció. Recuerdo que rezaba, lloraba y sentía mucho miedo. En un momento pensé que el mundo se iba a acabar y que por eso las estrellas se movían de un lado a otro en el cielo", evoca aún con emoción.
María Olga Gutiérrez tenía 14 años y estuvo hasta el amanecer del 25 de enero debajo de un frondoso tilo. Ese verano, como todos los años, había partido, desde Santiago, al fundo de su abuelo, a 14 kilómetros de Chillán. Al principio no entendía nada, sólo miraba cómo se derrumbaba todo a su alrededor. El impacto fue mayor cuando supo que su abuelo había muerto y, junto a él, otras siete personas que trabajaban en la casa.
Draumedia Sotomayor, entonces tenía 19 años, recuerda que al día siguiente salió a la calle y sintió tristeza. "Había un silencio profundo, un silencio de muerte". Cuenta que la gente no hablaba, que se abrazaban y lloraban, pero que no se decían nada. Recorrió las calles y vio cómo una hilera de muertos abarcaba cuadras y cuadras. Eran los que habían ido al teatro. "Si uno se quedaba callada podía escuchar los lamentos. Hubo gente que quedó aplastada y no murió. Si uno se detenía a escuchar, parecía que todo Chillán estaba llorando".
Un terremoto que despertó la solidaridad
El terremoto de Chillán forjó el corazón solidario de los chilenos, constatado en las múltiples acciones que se ejecutaron para la entrega de ayuda humanitaria, emprendidas por el Estado, la Iglesia y la sociedad civil. Muchas manos apoyaron la evacuación de un gran número de damnificados hacia otras ciudades, colaboraron en la remoción de escombros y apoyaron la reconstrucción de la zona tras la catástrofe.
Hubo muchos países que se unieron al dolor del pueblo chileno. Hoy, como signo de agradecimiento, tres de las más importantes avenidas de la ciudad de Chillán llevan el nombre de naciones que jugaron un rol muy importante en medio del dolor: Argentina, Brasil y Ecuador.
Por su parte, la Iglesia Católica jugó un rol fundamental levantando el corazón destruido y el alma acongojada de los ñublensinos. Si bien la mayoría de los templos, casas parroquiales, casas de congregaciones y colegios quedaron destruidos, eso no fue obstáculo para que la orgánica pastoral se activara, siendo un efectivo canal de consuelo y ayuda fraterna para los miles de damnificados. Un gran papel jugó en ello, monseñor Jorge Larraín Cotapos, pasando a la historia como el “Obispo del amor y la reconstrucción”.
Entre los cientos de rescatistas que llegaron de otros puntos del país, también hubo un santo. El padre Alberto Hurtado acababa de cumplir 38 años, estaba en Calera de Tango, y apenas escuchó por radio sobre la tragedia pidió autorización para viajar a la zona. Llegó a Chillán el 26 de enero, después de 13 horas de viaje en un automóvil Hudson. En sus crónicas recuerda que la casa de los jesuitas estaba totalmente destruida y de la iglesia solamente quedaba la puerta, pero había sólo dos heridos. El padre Hurtado se preocupó de trasladarlos al Hospital de Talca y luego volvió a Chillán, donde estuvo otros 8 días. Ayudó en el improvisado hospital de la ciudad, ubicado en la Plaza de Armas, y junto a otros sacerdotes jesuitas removió escombros y preparó lugares para recibir a los heridos.
Algunos sobrevivientes que tuvieron la oportunidad de estar con el presidente de la época, Pedro Aguirre Cerda, cuentan que al ver tanto desastre, la máxima autoridad del país no pudo aguantar las lágrimas. Recorrió la “zona cero” y tras constatar la magnitud de la tragedia, dio órdenes directas a sus ministros para dar inicio un fuerte operativo de ayuda y reconstrucción de las ciudades afectadas, especialmente Chillán y Concepción.
El alto número de muertes junto a la destrucción total de viviendas, indujo al presidente Aguirre Cerda a regularizar la edificación por medio de una ley. También significó el proyecto de creación de la Corporación de Fomento y Reconstrucción (CORFO), con el fin de iniciar la industrialización del país, lo que se logró ese mismo año tras arduas negociaciones entre la coalición de gobierno –el Frente Popular- y la oposición.
Catedral de Chillán: símbolo de una provincia reconstruida
Alrededor de la Plaza de Armas de Chillán se ubicaba la antigua Iglesia Catedral que fue destruida totalmente por el sismo. La nueva Catedral demoró veinte años en ser terminada, y por su moderna línea arquitectónica, es hoy uno de los principales símbolo de la ciudad y la zona.
Es creación del arquitecto chileno don Hernán Larrain Errázuriz quien, atendiendo el llamado de su tío, el entonces obispo de Chillán, monseñor Jorge Larraín Cotapos, puso su creatividad en forma gratuita al servicio de esta obra. Al mérito de ellos debemos sumar el impulso decisivo de monseñor Eladio Vicuña Aránguiz, quien llevara a término los trabajos, consagrando la Catedral al servicio de Dios y su Pueblo el 15 de octubre de 1960.
La obra gruesa, comenzada en 1939, es enteramente de hormigón armado, para asegurarle resistencia asísmica. Las finas terminaciones llevan los materiales más puros y de mayor belleza: mármol, granito, cobre, aluminio y cristal son testimonio del amor con el que se levantó este templo, con el esfuerzo de los trabajadores y el aporte de muchas personas generosas.
La elevada bóveda parabólica envuelve en su quietud un hondo simbolismo: dos manos alzadas al cielo con sus dedos uniéndose suavemente, en actitud de humilde súplica y ferviente oración.
Al costado se encuentra la Cruz Monumental de Chillán, de 36 metros de altura, símbolo de las víctimas de 1939 y de la promesa de resurrección del Señor, que extiende sus brazos de norte a sur del país como expresión del agradecimiento de la ciudad a la ayuda recibida desde todos los países del mundo.
Fuente: Comunicaciones Chillán
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