Benedicto XVI llegó este sábado 8 de septiembre, poco después de las 9,15 al aeropuerto de Mariazell, procedente de Viena. Desde allí se trasladó en automóvil al santuario del mismo nombre, donde llegó hacia las 9,45 y fue saludado por más de 50.000 personas.
La ciudad de Mariazell, en los montes de la Estiria, fue fundada en 1157, tras el milagro de la Virgen al monje Magnus (una roca que imposibilitaba el paso del monje se abrió tras haber invocado a María). En el siglo XIII, en ese lugar, el príncipe Enrique Ladislao de Moravia construye la primera iglesia para dar gracias a la Virgen por su curación. En 1399, el Papa Bonifacio IX concede la indulgencia plenaria para la semana después de la octava de la Asunción, que se tradujo para Mariazell en un gran aumento de las peregrinaciones al templo. En 1907 la iglesia fue elevada a basílica menor y en 1908 la imagen de la Virgen recibió la corona papal.
El santuario fue modificado en estilo barroco en el siglo XVII. Mantiene el portal gótico y en su interior se encuentra la Capilla de las Gracias, construida por el rey Luis el Grande de Hungría tras la victoria contra los turcos. Allí se venera la estatua románica de la Virgen, envuelta siempre en un manto según la tradición. La imagen y el santuario son uno de los más célebres y visitados de toda Europa.
A su llegada, el Papa fue recibido por el abad de Lambrecht, el superior y el rector del santuario y entró en la iglesia donde le esperaban alrededor de 2.000 personas. Después rezó ante la imagen de María y, poco antes de las 10,30 subió al palco erigido al lado de la basílica para celebrar la Santa Misa en la Natividad de la Virgen María, fiesta patronal del santuario
"Desde hace 850 años -dijo el Santo Padre en su homilía- vienen aquí personas de diversos pueblos y naciones (...) que rezan trayendo consigo los deseos de sus corazones y de sus países. (...) Ir en peregrinación significa (...) caminar hacia una meta. Eso confiere también al camino y a su fatiga una belleza propia".
El Papa recordó después que entre los peregrinos que forman parte de la genealogía de Cristo, algunos perdieron la dirección, pero siempre hubo otros que empujados por "la nostalgia de la meta" orientaron su vida hacia ella.
"El impulso hacia la fe cristiana, el comienzo de la Iglesia de Jesucristo, fue posible -observó Benedicto XVI- porque existían en Israel personas que no se contentaban con lo acostumbrado, sino que miraban lejos buscando algo más grande" y "ya que su corazón esperaba, pudieron reconocer en Jesús a aquel enviado por Dios ".
"Necesitamos este corazón inquieto y abierto. Es el núcleo de la peregrinación. Tampoco hoy nos basta ser y pensar como hacen los demás. El proyecto de nuestra vida va más allá. Nos hace falta (...) ese Dios que nos ha mostrado su rostro y ha abierto su corazón: Jesucristo. Efectivamente hay grandes personalidades en la historia que han tenido experiencias bellas y conmovedoras de Dios. Son, sin embargo, experiencias humanas, con sus humanas limitaciones. Sólo El es Dios y por eso sólo Él es el puente, que pone en contacto inmediato a Dios con el ser humano".
Si nosotros llamamos a Cristo "único mediador de la salvación válido para todos", dijo el Santo Padre, "esto no significa en absoluto desprecio de las otras religiones ni absolutismo soberbio de nuestro pensamiento, sino solamente ser conquistados por Aquel que nos ha llegado dentro y colmado de dones para que nosotros pudiéramos hacer lo mismo con los demás".
"De hecho nuestra fe se opone decididamente a la resignación, que considera al ser humano incapaz de la verdad, como si ésta fuera demasiado grande para él. Esta resignación frente a la verdad es el núcleo de la crisis de Occidente, de Europa. Si para el ser humano no existe una verdad, en el fondo no puede distinguir entre el bien y el mal. Y entonces los grandes y maravillosos descubrimientos de la ciencia se hacen ambiguos: pueden abrir perspectivas importantes (...) para (...) el ser humano, pero también (...) transformarse en una terrible amenaza".
"Necesitamos la verdad. Pero ciertamente, a raíz de nuestra historia, tenemos miedo de que la fe en la verdad comporte la intolerancia. Si este miedo, que tiene sus buenas razones históricas, se apodera de nosotros, ha llegado la hora de mirar a Jesús como lo vemos aquí en el santuario de Mariazell. Como niño en brazos de su madre (...) y como crucificado. Estas dos imágenes (...) nos dicen: la verdad no se afirma mediante un poder externo, (...) se concede al hombre sólo mediante el poder interior de ser verdadera. La verdad se muestra en el amor".
Y a la petición "¡Muéstranos a Jesús!", dijo el Papa, "María responde presentándolo en primer lugar como un niño. Dios se hizo pequeño por nosotros, (...) no viene con la fuerza exterior, sino con la impotencia de su amor que constituye su fuerza".
"El niño Jesús nos recuerda naturalmente a todos los niños del mundo. (...) Europa se ha vuelto pobre de niños: queremos todo para nosotros y, quizá, no nos fiamos demasiado del futuro. Pero la tierra estará privada del futuro solamente cuando se apaguen las fuerzas del corazón y de la razón iluminada por el corazón, cuando el rostro de Dios no resplandezca sobre la tierra. Donde hay Dios hay futuro".
Después, indicando el crucifijo, el Papa afirmó: "Dios no ha redimido al mundo con la espada, sino con la cruz. Jesús, moribundo, se extiende (...) en un gesto de abrazo, con el que nos quiere atraer hacia sí".
"¡Mirar a Cristo!". Si lo hacemos nos damos cuenta de que el cristianismo es algo más y algo distinto de un sistema moral, de una serie de mandatos y leyes. Es el don de una amistad que perdura en la vida y la muerte (...) y lleva en sí una gran fuerza moral que necesitamos tanto frente a los retos de nuestra época. Si con Cristo y su Iglesia releemos de nuevo el Decálogo del Sinaí (...) nos damos cuenta de que es (...) "ante todo un sí a un Dios que nos ama y nos guía (...) y sin embargo nos deja nuestra libertad entera (los tres primeros mandamientos). Es un sí a la familia (cuarto mandamiento), a la vida (quinto mandamiento), a un amor responsable (sexto mandamiento), a la responsabilidad social y a la justicia (séptimo mandamiento), a la verdad (octavo mandamiento), al respeto de los otros y de lo que les pertenece (noveno y décimo mandamientos). En virtud de la fuerza de nuestra amistad con el Dios vivo, vivimos este múltiple sí y al mismo tiempo lo llevamos como indicador de nuestro recorrido en el mundo".
Visita a Presidente y discurso a diplomáticos
El día previo, viernes 7, a las 17,30, el Papa se trasladó en automóvil desde la nunciatura apostólica de Viena a la Hofburg, donde realizó una visita de cortesía al presidente de la República de Austria, Heinz Fischer.
Concluida la visita, el Santo Padre tuvo un encuentro con las autoridades y con el cuerpo diplomático en la sala de recepciones de la Hofburg. También estaban presentes representantes del mundo de la cultura, entre ellos los rectores de las universidades austriacas.
Tras una breve introducción musical y un saludo del presidente Fischer, Benedicto XVI pronunció un discurso.
El Papa afirmó que Austria "no solo ha vivido un notable progreso económico, sino que ha desarrollado también un modelo ejemplar de convivencia social". Los austriacos pueden estar orgullos de ello y "lo han demostrado no solo abriendo sus corazones a los pobres y necesitados en su tierra natal, sino también siendo generosos cuando se trata de manifestar solidaridad con motivo de catástrofes y de desgracias en el mundo".
"Después de los horrores de la guerra y las experiencias traumáticas del totalitarismo y de la dictadura -continuó-, Europa ha emprendido el camino hacia una unidad del Continente, capaz de asegurar un orden estable de paz y de justo desarrollo". Aunque la división se ha "superado políticamente, sin embargo el objetivo de la unidad se debe realizar en gran parte todavía en el corazón de las personas". La participación de los países de Europa central y oriental en el proceso de unificación, añadió, "es un ulterior estímulo para que se consolide en ellos la libertad, el estado de derecho y la democracia". Austria, "como país-puente, ha contribuido mucho a esta unificación".
Benedicto XVI subrayó que Europa "no puede y no debe negar sus raíces cristianas. (...) El cristianismo ha modelado profundamente este continente: de ello dan testimonio en todos los países, y especialmente en Austria, no solo las numerosas iglesias y los importantes monasterios. (...) Mariazell, el gran santuario nacional austriaco, es al mismo tiempo un lugar de encuentro para varios pueblos europeos. Es uno de aquellos lugares en los que los seres humanos han sacado y siguen sacando "fuerza de lo alto" para llevar una vida recta".
Hablando posteriormente del modelo de vida europeo, el Papa puso de relieve que se halla ante "un gran desafío": los políticos "tienen la urgente tarea y la gran responsabilidad de regular y limitar la globalización para evitar que se realice a costa de los países más pobres y de las personas pobres en los países ricos y en detrimento de las generaciones futuras".
El Santo Padre señaló que Europa "ha experimentado y sufrido (...) restricciones ideológicas de la filosofía, de la ciencia y también de la fe, el abuso de religión y razón para fines imperialistas, la degradación del ser humano por un materialismo teórico y práctico y la degeneración de la tolerancia en una indiferencia sin relación con los valores permanentes. Sin embargo, Europa se caracteriza por una capacidad de autocrítica que la distingue en el vasto panorama de las culturas del mundo".
El Papa se refirió entonces al "derecho humano fundamental, presupuesto de los demás: el derecho a la vida. Esto vale para la vida desde la concepción hasta su fin natural. Por eso, el aborto no puede ser un derecho humano; es lo contrario". En este contexto, hizo un llamamiento a los políticos para que "no permitan que los hijos sean considerados casos de enfermedad". Por otra parte, dijo, "hay que hacer todo lo posible para que los países europeos estén dispuestos de nuevo a acoger a los hijos" y a que faciliten "las condiciones para que las parejas jóvenes puedan educar a sus hijos". Para ello, continuó, "hay que crear de nuevo en nuestros países un clima de alegría y de confianza en la vida, en el que los hijos no sean vistos como un peso, sino como un don para todos".
"El debate sobre la llamada "ayuda activa a morir" supone -aseguró- una gran preocupación para mí. (...) La respuesta justa al sufrimiento al final de la vida es una atención amorosa, el acompañamiento hacia la muerte, en particular también con la ayuda de la medicina paliativa".
Benedicto XVI dijo que "Europa adquirirá una mayor conciencia de sí misma si asume una responsabilidad en el mundo que corresponda a su singular tradición espiritual, a sus recursos extraordinarios y a su gran poder económico. La Unión Europea debería asumir por tanto un papel de guía en la lucha contra la pobreza en el mundo y en su esfuerzo por promover la paz".
Los países europeos y la Unión Europea, prosiguió, "deberían hacer valer su relevancia política, por ejemplo frente a los urgentes desafíos que plantea Africa, a las inmensas tragedias de este continente, como el flagelo del SIDA, la situación en Darfur, la injusta explotación de los recursos naturales y el preocupante tráfico de armas. Asimismo, el compromiso político y diplomático de Europa y de sus países no puede olvidar la permanente grave situación de Oriente Medio, donde es necesaria la contribución de todos para favorecer el rechazo a la violencia, el diálogo recíproco y una convivencia realmente pacífica".
El Papa terminó su discurso haciendo hincapié en que "mucho de lo que Austria es y posee lo debe a la fe cristiana y a su rica influencia sobre las personas. (...) ¡Por eso es responsabilidad de todos asegurar que nunca llegue el día en el que solo las piedras de este país hablen de cristianismo! Una Austria sin una fe cristiana viva ya no sería Austria".
Fuente: Servicio Informativo Vaticano