Memoria de la Pascua del Cardenal Silva Henríquez. Entre el Vaticano II, la sinodalidad y los signos de nuestros tiempos
Memoria de la Pascua del Cardenal Silva Henríquez. Entre el Vaticano II, la sinodalidad y los signos de nuestros tiempos

En el atardecer del 09 de abril de 1999, las campanas de Santiago callaron por un momento. El sol se despedía entre los hermosos arreboles que se pueden ver por estas fechas, y Raúl Silva Henríquez, aquel pastor de voz profética, mirada compasiva y gesto evangélico, partía a la Casa del Padre. Han pasado veintiséis años desde entonces, y este 9 de abril de 2025, como Iglesia en Chile, Familia Salesiana y Universidad Católica Silva Henríquez nos reunimos como comunidad para recordar la vida que nos legó, una vida que aún late entre nosotros como un gesto vivo de esperanza en este año Jubilar.

El suelo donde la fe se prueba y florece
Recordémoslo aquí y hoy, con su paso seguro y su voz autorizada, contándonos cómo la fe no es un tesoro para guardar, sino un pan para compartir. Su Pascua nos reúne no para mirar atrás, sino para mirar adelante: a esa Iglesia sinodal que él anticipó, a ese pueblo de Dios que, como él, no teme cruzar a pie el Mar Rojo, desafiando las murallas que atentan contra la fraternidad y amenazan la experiencia relacional del pueblo que camina en la promesa salvífica de Dios. En este caminar, las actuales Orientaciones Pastorales (CECh, 2023) —tituladas “Anunciar a Jesucristo caminando juntos”— de nuestra Iglesia chilena nos ofrecen un espejo de nuestro tiempo. Nos hablan de un contexto socioeclesial marcado por luces y sombras. Señalan un pueblo bautismal que, en medio de la “crisis de los abusos” (CECh, 2023, n. 7), de respuesta preventiva y sinodal, busca renovar su misión con esperanza. Nos describen un trayecto de fe que ha necesitado aprender escuchar y a escucharnos, “para fortalecer la comunión, la participación y la misión” (CECh, 2023, n. 9). Retratan, además, un Chile que camina en medio de contradicciones: “por una parte, hay avances en la protección de los niños, del respeto a la mujer y la protección de la naturaleza; por otro, crecen manifestaciones de violencia y de falta de respeto a la vida humana (CECh, 2023, n. 11). En definitiva, se trata de un contexto que nos urge a ser Iglesia viva en medio de estas luces y sombras. Don Raúl, que conoció los momentos numinosos y las “oscuridades caínicas”, las oscuridades fratricidas de su época, nos diría con su testimonio que este es el suelo donde la fe se prueba y florece: ¿Cómo podemos hoy, inspirados en el ejemplo de Don Raúl, convertir las "oscuridades caínicas" de nuestro tiempo —como la violencia, la cultura del descarte o la indiferencia— en oportunidades para que la fe florezca y se comparta con los demás? En palabras de Don Raúl, ese suelo se trata de “Chile, el de ayer, el de hoy, el de nuestros hijos, tierra bendita, tierra buena y de todos; Chile, nuestro gran amor, nuestra gran tarea, nuestro gran regalo” (Silva Henríquez, 1974).

Los vientos del Vaticano II y de la Sinodalidad
En sus memorias (Silva Henríquez, 2009), Don Raúl nos abre una ventana a su experiencia de pastor. Nos lleva a Roma (1962), al Concilio Vaticano II, donde el aire parecía cargado de promesas y en donde se experimentaba un soplo del Espíritu. Recuerda el discurso inaugural del Papa Juan XXIII:
“levantó la voz de la fe y de la esperanza por sobre los “profetas de la perdición” que "ven en los tiempos modernos solo prevaricación y ruina", que "andan diciendo que nuestra época, en comparación con las de antaño, ha ido empeorando", y que, en fin, "actúan como si nada hubieran aprendido de la historia, que siempre es maestra de vida". Fue un discurso contagioso, lleno de optimismo: sin duda, marcó el destino del Concilio” (Silva Henríquez, 2009, p. 222).
En las sesiones siguientes, sabemos que los distintas temas que se trataron no fueron fáciles, pero que, con el paso de los años y en la tercera sesión del Concilio, con Pablo VI a la cabeza, el clima de fraternidad y de comunión se vivió como un don del Espíritu: “Aquel año los hombres de la Curia parecieron convencerse de que los obispos de fuera no éramos solo gente imprudente y destructiva; los de la mayoría entendimos que la minoría curial tenía una fidelidad a la Iglesia semejante a la nuestra, y no era solo conservadora y poderosa” (Silva Henríquez, 2009, p. 299-300).

El corazón de Don Raúl no se quedó aprisionado en las aulas conciliares; volvió a Chile con un sueño: una Iglesia que en su actuar y en su liturgia hablara el idioma del pueblo, que se organizara en un Consejo de Presbiterio para ayudar a discernir al obispo y “que trabajara con él en la pastoral” (Silva Henríquez, 2009, p. 331) y que posteriormente ayudase en la preparación del Sínodo en la Iglesia Chilena.

Hoy, mientras el otoño acaricia nuestro suelo con sus incipientes hojas doradas, la mirada eclesial de Don Raúl encuentra eco en el reciente Sínodo de los Obispos. En el Documento Final, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” (Francisco, 2024), escuchamos un llamado que el Cardenal Silva habría acogido con alegría: ser una Iglesia que camina junta, que escucha a todas las personas para anunciar el Evangelio (Francisco, 2024, n. 3). Don Raúl vio en el Concilio una semilla de renovación, el Sínodo de la Sinodalidad la riega hoy, testimoniando que aquel Vaticano II sigue creciendo en nosotros, en una Iglesia que no teme salir a las periferias (Francisco, 2024, n. 5). La comunión que Don Raúl celebró en una liturgia de cara a la Asamblea y en celebración participativa con ella, resuena en la "armonía de las diferencias y de la pluriformidad" que hoy el Sínodo proclama (Francisco, 2024, n. 1; 42); su apuesta por una fe cercana al pueblo se refleja en una Iglesia que hoy quiere ser "sacramento visible" de fraternidad, de encuentro y de salvación para “todos los hijos e hijas de Dios” (Francisco, 2024, n. 115)

El camino vivido por la generación de Don Raúl y el que recorrimos hoy, ciertamente ha cambiado. El Cardenal Silva vivió un Concilio de obispos, un momento de definiciones profundas; el Sínodo nos lleva a una mesa más amplia e inclusiva, en donde obispos y laicos han tenido voz; donde la sinodalidad no es sólo un evento, sino que quiere ser un auténtico estilo de vida que refleja la (Francisco, 2024, n. 28). Don Raúl, trajo reformas a su arquidiócesis para organizar de mejor forma la vida de las comunidades; hoy se quiere avanzar hacia una “saludable descentralización” en aquellas cuestiones que no afectan “a la unidad de doctrina, disciplina y comunión de la Iglesia” (Francisco, 2024, n. 28). Aunque nuestros contextos eclesiales y sociales son diversos a los vividos por Don Raúl y su generación, podemos constatar que, en el fondo, late el mismo fuego del evangelio y el de una Iglesia misionera que no se encierra, que va donde el dolor clama, que va donde el rostro, las manos y el cuerpo de Jesús necesitan cuidado y promoción humana. Don Raúl lo hizo al fundar la Vicaría de la Solidaridad, institución que fue un faro en la noche de la dictadura; el Sínodo lo hace al recordarnos que mientras la Iglesia “se alimenta en la Eucaristía del Cuerpo y de la Sangre del Señor, sabe que no puede olvidar a los pobres, a los últimos, a los excluidos, a los que no conocen el amor y están sin esperanza, ni a los que no creen en Dios o no se reconocen en ninguna religión instituida” (Francisco, 2024, n. 153). Una Iglesia que incluso, “debe reconocer sus propios defectos, pedir perdón humildemente, hacerse cargo de las víctimas, dotarse de herramientas de prevención y esforzarse por reconstruir la confianza mutua en el Señor” (Francisco, 2024, n. 55).

El soplo del Espíritu que nos llama a la conversión misionera y pastoral
Esa tarde de abril, cuando su respiración se apagó, su vida se convirtió en legado espiritual y social; por ello, su testimonio de vida nos sigue interpelando. Imaginemos que “Raúl, amigo” nos lee un trozo del epílogo de sus memorias: “Creo haber vivido bajo un imperio que yo mismo escogí en el ya remoto año de 1938, cuando fui consagrado como sacerdote: "La caridad de Cristo nos urge". Y ha tenido que ser esta urgencia, que todavía consume mis fuerzas, la que me haya puesto a uno u otro lado de las preferencias: la caridad, el cariño, el amor de Cristo nos llaman imperativamente a actuar para el prójimo, a ser el consuelo de los caídos, el bastón de los perdidos, la mano amiga de los desamparados. Para mí en estas opciones no ha cabido la sombra de una vacilación. Quizás no hubiese podido afrontar circunstancias menos difíciles que las que me fueron deparadas en esta tierra inigualable. En las muchas veces que supliqué por un descanso, una tregua, un alto en la refriega de todos los días, intuí a menudo que ello no era posible porque mis hermanos no necesitaban ausencia, sino luz, verdad, amor, solidaridad” (Silva Henríquez, 2009, p. 742).

En un mundo de guerras, de culturas individualistas y de grietas relacionales que parecen alejarnos, posiblemente él nos preguntaría a partir de su propia revisión pastoral, si nuestra “sinodalidad”, si nuestros proyectos pastorales, si nuestras más profundas convicciones y acciones son expresión de la caridad de Cristo, si al centro está el prójimo, la persona caída, perdida o desamparada. Seguramente, nos hablaría de la “creatividad apostólica” que, junto a innumerables personas puedo desarrollar en su servicio pastoral. Por ejemplo: “Cuando la situación política hacía que muchos hombres y mujeres sufrieran la represión, él creó el Comité Pro Paz en conjunto con otras iglesias y confesiones. Cuando la situación de los obreros y de sus dirigentes sindicales pasaba por momentos de aguda crisis, estableció la Vicaría de la Pastoral Obrera para que apoyara sus organizaciones y formara líderes populares. Preocupado por la suerte de una serie de profesionales de gran valor que no tenían dónde investigar, fundó la Academia de Humanismo Cristiano. Al ver la necesidad urgente de formación juvenil inició la Vicaría para la Educación, la Vicaría de la Pastoral Juvenil Extraescolar y la Vicaría de la Pastoral Universitaria. Y, con el objeto de defender los derechos humanos, estableció la Vicaría de la Solidaridad” (Pacheco, 1999, p. 104).

Nos contaría, seguramente, de su proceso de conversión; nos hablaría de su “mea culpa” y de la comprensión de la que fue objeto:
“Pediré perdón eternamente por los inconvenientes que pude causar a muchos hombres buenos en una patria numerosa en hombres buenos. Me acompañará, en ese acto de contrición, un consuelo no menos eterno: en el balance provisorio de las alegrías, yo he sentido que mi pueblo me comprendió. Lo he visto en esas parroquias marginales llenas de muchachos y de obreros, en las aulas universitarias y en las academias, en los bulliciosos mercados dominicales y en la intimidad de los hogares pobres, en la plaza de mi barrio y en el gran cenáculo público” (Silva Henríquez, 2009, n. 743).

Detengámonos un momento en el camino y preguntémonos: ¿Qué "mea culpa" podemos reconocer en nuestra propia vida personal o en nuestra comunidad de fe?¿De qué manera el humilde gesto de perdón de Don Raúl nos anima a fortalecer el tejido social y eclesial, promoviendo unidad y reconciliación? Con mirada profunda nos haría ver nuestras vacilaciones y con manos de misericordia evangélica nos invitaría a seguir trabajando por esta tierra inigualable. En medio de las fatigas cotidianas, como aprendió en la escuela salesiana de mamá Margarita —la madre de San Juan Bosco— nos mostraría el crucifijo para decirnos que Cristo no fue ausencia, sino luz, amor y solidaridad. Nos invitaría a contemplar el Cristo Crucificado, a guardar silencio y, seguramente, a abrazar esa cruz en tantas y tantos hermanos nuestros. En definitiva, nos invitaría a que con “inteligencia pastoral” y creatividad apostólica, llevásemos adelante la conversión de las relaciones, de los procesos y de los vínculos que propone el Sínodo para relevar el Evangelio de Jesús.

Nos advertiría además del “criticismo infantil" que el mismo experimentó por año 1968, cuando, como iniciativa postconciliar, convocó al Sínodo de Santiago con el lema: “Juntos en el camino, para servir a Chile”. Este llamado sigue siendo una invitación a superar divisiones y a construir una Iglesia más unida y comprometida con su misión evangélica y social en el país.

Así, este 9 de abril, mientras el tiempo de Cuaresma va abriendo paso a la Semana Santa, dejemos que el testimonio de esperanza de Don Raúl nos hable de ese pueblo de Dios que tanto amó, que defendió con la propia vida, que conoció en la liturgia de la vida, en la olla común, en el estadio nacional, en las parroquias de la periferia, en las aulas de la universidad, en la precariedad de las viviendas, en el frío de aquellas niñas y niños que no tenían como cobijar el cuerpo y el corazón, en las redes de la diplomacia política, en la efusión del Vaticano II, en el hermano sacerdote silenciado por servir a los perseguidos y en tantas laicas y laicos que junto a él se preocuparon por el que era vulnerado en sus derechos; pero, sobre todo, nos hablan del Cristo que encontró en el rostro de aquella persona, de aquella niña, niño, joven o adulto que lo interpeló y que hoy nos interpela porque su dignidad no es reconocida o es ofuscada por diversas formas de violencia o de muros de odio que pretenden separar a las hijas e hijos de Dios: ¿Dónde encontramos hoy el rostro de Cristo crucificado que Don Raúl nos invita a abrazar? ¿Qué acciones pastorales podemos desarrollar para llevar la luz de la fe y de la solidaridad a esas realidades?

¡Gracias Don Raúl!
Ayúdanos, para que también la caridad de Cristo nos apremie.

Por P. Erick Oñate Jorquera, SDB.
Vicerrector de Identidad y Desarrollo Estudiantil.
Universidad Católica Silva Henríquez.


Bibliografía
⎯ Conferencia Episcopal de Chile. (2023). Orientaciones pastorales 2023-2026: Anunciar a Jesucristo caminando juntos. https://www.iglesia.cl/documentos_sac/02062023_622pm_647a6bb13e86a.pdf
⎯ Pacheco, M. (1997). El cardenal y los derechos humanos. En Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez (Ed.), El amor de Cristo nos urge: 90 años del Cardenal Raúl Silva Henríquez (pp. 104-105). Editorial Despertar.
⎯ Silva Henríquez, R. (1974). Testamento espiritual.
⎯ Silva Henríquez, R. (2009). Memorias del Cardenal Raúl Silva Henríquez (A. Cavallo, Ed.). Ediciones Copigraph.
⎯ Sínodo de los Obispos. (2024). Por una Iglesia sinodal: Comunión, participación y misión. Documento final de la XVI Asamblea General Ordinaria. Librería Editrice Vaticana.

Fuente: Universidad Católica Silva Henríquez
Santiago, 08 de Abril, 2025

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