Don Enrique Alvear, Obispo de los pobres
Don Enrique Alvear, Obispo de los pobres

Por Fernando Tapia, presbítero.
Presidente de la Fundación Obispo Enrique Alvear


“Cristo me ha enviado a evangelizar a los pobres” (“Palabras de Vida”, Homilías de D. Enrique Alvear, Ed. Rehue 1988, pág.13), fue el lema episcopal elegido por Don Enrique y el contenido de la breve homilía que pronunció el día de su consagración en la basílica de Lourdes, el 21 de Abril de 1963. Eligió este templo porque estaba situada en la periferia de Santiago, en un barrio obrero, y como alternativa a su petición inicial de ser consagrado en un gimnasio techado, que no fue aceptada.

¿De dónde brotaba esta inquietud? Básicamente de su profunda vida espiritual que lo llevó a una comprensión muy honda del misterio de Cristo que hace de la pobreza y del abajamiento (kénosis), el camino elegido para “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,4). No es casualidad que haya sido formador y Padre Espiritual del Seminario y profesor de Teología Espiritual en la Universidad Católica en los años '40 y '50. Esto lo llevó a trabajar con los seminaristas en una población periférica de Santiago, la Madeco-Mademsa y posteriormente en la Malaquías Concha y descubrir allí la necesidad de una profunda renovación en la pastoral de la Iglesia. También en esos años tomó contacto con el P. Hurtado, a quien admiraba mucho.

Recuerda Mons. Camus, seminarista en esa época: “En ese entonces, (Don Enrique) nos decía a los seminaristas: Hay que aprender a imaginarse otro tipo de parroquia, nuestras parroquias son grandes y están vacías; fueron hechas para los pobres y los pobres no se atreven a entrar; la Palabra de Dios suena muy lejana; la liturgia no tiene nada que ver con la vida; no puede ser esto lo que Dios quiere de una comunidad viva, cristiana” (Maximiliano Salinas, “Don Enrique Alvear: el Obispo de los Pobres”, Ed. Paulinas, 1991, p.23).

En 1961, el cardenal Raúl Silva, recién nombrado Arzobispo de Santiago, pide a Don Enrique ser uno de sus Vicarios Generales, con el especial encargo de preocuparse de los sectores populares, urbanos y rurales de la Arquidiócesis (que en ese tiempo se extendía hasta la costa). A comienzos de 1963, lo nombra Director de la Misión General, que fue un acontecimiento que impactó profundamente el modo de hacer pastoral en la Iglesia (id. Pág. 23 y ss.). El 21 de Abril de 1963 es consagrado obispo y asume como auxiliar de D. Manuel Larraín en la diócesis de Talca.

En los años '63, '64 y '65 participa entusiasmado en las sesiones del Concilio y en la Misión General de Talca, como encargado de la misma. Decide irse a comer y a alojar en las casas de los pobladores y de los campesinos. Es un estilo pastoral marcado por el misterio de la encarnación de Cristo entre los pobres que nunca abandonará. Ministerio siempre abierto a la novedad de Dios y a buscar incansablemente su voluntad, aunque ello le traiga problemas e incomprensiones. Lo ve con claridad en una peregrinación a Tierra Santa en 1963.
“No vengo a esta peregrinación con planes preconcebidos. He aprendido que la más grande ciencia es tener siempre el alma abierta a lo que Dios me quiera dar. Sé que cada día y a cada paso me irá descubriendo algo nuevo. Por eso no debo hacer nada artificial. Solamente tomar contacto con los misterios de Cristo en actitud de profunda fe y de espera silenciosa”.
Después de celebrar la Eucaristía en Getsemaní escribe: “Me resultó este pensamiento: ¡cuánto cuesta cumplir la voluntad de Dios toda la vida: no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres! Luego comprendí que evangelizar y dirigir supone una persona muy entregada y dispuesta a quemarse, a jugarse el todo por el todo. No basta decir a otros lo que hay que hacer: uno mismo se debe comprometer en las obras que sugiere o impulsa y afrontar las dificultades que se presenten” ( Id. Pág. 49 y 50).

Consecuente con esta actitud quiere asumir de un modo muy distinto al tradicional su primera diócesis: San Felipe, en Julio de 1965. Así se lo comunica al Vicario capitular:
“Deseo que toda esta ceremonia sea un signo claro del Concilio Vaticano II: Iglesia servidora de los hombres. Cristo es Señor por naturaleza, pero escogió libremente ser un servidor que da su vida por la salvación del mundo. Creo que esto debe ser el Obispo y así debe captarlo el pueblo desde el primer día...Basado en estos principios le sugiero lo siguiente: El Obispo llega en su automóvil a la entrada de la ciudad. Se baja y se encuentra con los dirigentes obreros y campesinos y con la masa de los pobres. ¡Ojalá pudieran concurrir los dirigentes e instituciones obreras aunque no pertenezcan a los cuadros oficiales de la Iglesia! Saluda, conversa y junto con todos, a pie, se encamina hacia la casa episcopal. Aquí pueden encontrarse los Sres. Obispos que asistan... Después de la Misa y saludos que falten, podrían los sanfelipeños invitar a comer unos modestos sandwiches a los invitados, incluidos los dirigentes obreros y campesinos en forma especial” (Id. Pág. 94).

Eran tiempos marcados por la palabra “revolución” y la inquietud de Don Enrique es reconocer en estos procesos de cambios el paso de Dios y aportar a ellos con la levadura del Evangelio.
En carta al director de EL Mercurio, en 1969, escribía: “No andemos temerosos porque hay signos de violencia, anhelos revolucionarios, fuertes movimientos juveniles que buscan un mundo más justo. Sintamos la alegría de saber que todo eso es el signo que nos manifiesta que Dios está impulsando en el mundo un gran cambio. El quiere una comunidad humana donde el hombre sea más persona y las personas más solidarias...El cristiano, con la claridad del Evangelio, debe distinguir en todos aquellos signos, hacia dónde va el movimiento renovador con que Cristo Resucitado impulsa el mundo...” (id. Pág 118). Parte, como siempre con su testimonio personal: entrega la casa episcopal a las organizaciones de trabajadores y se construye una casita de material ligero en el patio de la casa de retiros de San Felipe; celebra la Navidad en los lugares más pobres. Crea un equipo de pastoral rural “Las Golondrinas” (id. Pág 147); e impulsa las Comunidades de Base a partir de misiones locales en toda la diócesis (id. Pág. 172).

En su mensaje de invitación a la Misión decía Don Enrique: “Veo con pena que hay muchos que no saben amar. Se desconocen, no se perdonan, se ofenden con actitudes injustas, se interpretan mal hechos realizados con buena conciencia, se guardan rencores, se niegan el saludo, se hacen diferencias sociales como si hubiera seres humanos de categorías superior e inferior, se niegan a prestar un servicio a tal o cual persona. Esta falta de amor hace nacer en mí y en todos los cristianos de corazón un gran deseo: llevar el Evangelio de Jesús a todos los sectores e instituciones, a todas las personas y familias de nuestra ciudad. El Evangelio del amor, de la justicia y de la paz, el Evangelio de la fraternidad, de la solidaridad, del perdón, el Evangelio del servicio humilde al hombre entero y a todos los hombres (...). No queremos que esta Misión sea algo pasajero, sino la oportunidad de iniciar pequeñas comunidades cristianas en todos los barrios, que continúen profundizando, viviendo y difundiendo el Evangelio” (id. Pág. 111).

Confía muchas de estas comunidades a religiosas, a quienes invita a vivir entre los pobres y como los pobres, Escribía Don Enrique el 11 de Agosto de 1972:
“Hace ya varios años que las Hermanas trabajan pastoralmente en las poblaciones obreras y rurales de La Ligua (...). Creo llegado el momento de dar un paso más adelante: que una pequeña comunidad de Hermanas viva entre los pobres con el estilo de vida de los pobres. Eso significará una presencia más activa y comprometida de la Iglesia con los pobres...” (id. Pág 187)

En 1973 renuncia a la diócesis (id. Pág 216) y es pedido por el Cardenal Silva como Obispo Auxiliar de Santiago. Asume por un año, 1974 , como Vicario de la Zona Oriente y a partir de 1975 hasta su muerte en 1982, es Vicario de la Zona Oeste. Y aunque es un contexto socio-político completamente diferente al de San Felipe, Don Enrique es fiel a sus opciones personales y eclesiales. Se va a vivir a uno de los sectores más pobres de la Zona Oeste: Pudahuel, y pide al Padre Mario Garfias que lo acoja en su casa parroquial. Así comienza su ministerio entre los más pobres de la periferia de Santiago con un nuevo gesto de despojo y solidaridad.

Desde allí visita incansablemente todas las poblaciones de su sector, apoyando a las Comunidades y sus agentes pastorales y a las organizaciones solidarias que los pobladores iban creando al alero de la Iglesia. A nivel de Santiago y de Chile se multiplican sus gestos y sus palabras para defender la vida y la dignidad de todo ser humano y para cooperar con todo el Episcopado chileno y latinoamericano que en Puebla hace explícitamente “una opción preferencial por los pobres” y en Chile declara que la Iglesia es “servidora de la vida”.
Convocó en 1976 al “Sínodo de la Zona Oeste” que culminó en Diciembre de 1977. Allí se sistematizó la nueva pastoral que iba surgiendo en esa zona, como respuesta a los nuevos desafíos que creaba en Chile la dictadura militar: Pastoral de Solidaridad; Pastoral de Evangelización y catequesis; Pastoral de Comunidades Eclesiales de Base. Todo desde la fuerza del Evangelio. Decía en una ordenación sacerdotal en 1977:

“Llegas a ser sacerdote en un momento difícil, delicado, en que tenemos que saber enfrentar la situación con el Evangelio en el corazón, en las manos, en los labios; con el Evangelio de Jesucristo, con la fuerza y la sabiduría de Jesucristo, con ninguna otra arma; ésta es nuestra arma: la fe, la confianza en el Evangelio de Jesucristo, en la fuerza tremenda que tiene para cambiar las situaciones más difíciles y más injustas que imperan en este momento” (Homilías, edic. Rehue, pág. 206).

Y desde la perspectiva de los Pobres En carta a una religiosa amiga escribía en 1981:
“Puebla nos ha señalado una perspectiva muy clara para juzgar la historia. La Iglesia no puede colocarse en el punto de vista de los políticos, de los sociólogos, de los sindicalistas, de los economistas, etc. Respeta todos estos puntos de vista y los considera muy necesarios, pero ella tiene su propia perspectiva: la Perspectiva de los Pobres. Estoy convencido que todo grupo cristiano que busque conocer y vivir el Evangelio, debe colocarse en la perspectiva de los pobres, porque desde allí miró Jesús toda la historia humana. Así entendemos las Bienaventuranzas y el juicio de las naciones (Mt. 25, Max Salinas, pág. 265).

En Abril de 1982 cae en cama para no levantarse más y dirige un mensaje a la Zona Oeste: “Yo estoy sufriendo pero en la zona otros sufren más que yo(...)Asumo la misma condición de Cristo paciente, entregando su vida al Padre bajo el impulso del Espíritu Santo por la salvación y liberación evangélica de sus hermanos” (id. Pág 407). El día 29 celebra su pascua y su féretro es llevado por los pobres de Santiago, en andas, desde la Catedral hasta la Basílica de Lourdes donde hasta hoy reposan sus restos.

Fuente: Fundación Enrique Alvear Urrutia
Santiago, 20 de Abril, 2007

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