La
Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que será inaugurada por Benedicto XVI en Aparecida (Brasil) el 13 de mayo, quiere ser una respuesta a la sed de Dios, explica su secretario general.
Y lo hará, aclara monseñor Andrés Stanovnik, OFMCap., obispo de Reconquista (Argentina), en esta entrevista concedida a Zenit, ayudando a los cristianos del continente de la esperanza a convertirse en «discípulos y misioneros de Jesucristo».
Monseñor Stanovnik es además secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Su nombramiento como secretario general de la cumbre del episcopado fue anunciado por el Papa el 12 de diciembre pasado.
La segunda parte de esta entrevista será publicada por Zenit el próximo miércoles.
--Empecemos por el tema de la Quinta Conferencia, «discípulos y misioneros de Jesucristo». ¿No es un tema algo abstracto?
--Monseñor Stanovnik: Es un tema muy concreto, porque se refiere al sujeto, es decir, a cada uno en particular y a todos juntos: discípulos misioneros y nuestros pueblos. Se trata de la persona concreta, que está llamada a construir su identidad en la experiencia del encuentro con la persona viva de Jesús. Y, por otra parte, están nuestros pueblos, hacia los cuales está orientada la misión de los discípulos misioneros para que tengan vida en Cristo. El Sínodo de América destacó esa experiencia fundamental del cristiano: el encuentro con Jesucristo vivo. Y de ese encuentro surge la misión.
La dinámica de las relaciones entre las personas responde a aspectos profundos de la naturaleza humana. Jesucristo, al asumirla y redimirla, le otorgó belleza y trascendencia. El auténtico encuentro humano lleva siempre a la apertura y a la misión. Por eso, el discípulo que se encuentra con Jesucristo se transforma en discípulo misionero. No puede existir un auténtico discípulo que no sea misionero, como tampoco puede madurar el ser humano sino se abre a los demás. El creyente experimenta que su condición humana se transforma y enriquece por el encuentro con Jesucristo vivo. El tema de Aparecida es una invitación a vivir la experiencia de ese encuentro y abrirse a la misión.
El Santo Padre Benedicto XVI nos ha entregado el tema de la Quinta Conferencia. La primera parte del tema dice: «Discípulos y misioneros de Jesucristo». Es un fuerte llamado a las Iglesias que peregrinan por América Latina y el Caribe a encontrarse más intensamente con Jesucristo. La Iglesia, esposa de Cristo, está llamada, a través del acontecimiento de la Quinta Conferencia, a encontrarse más con Él. En ese sentido, el encuentro de Aparecida es un nuevo impulso del Espíritu Santo a la Iglesia, para se encuentre más con su Señor y, transformada por Él, sea más misionera. La Iglesia no puede ser misionera si no es discípula, si no renueva constantemente la actitud de ponerse como discípula ante su Señor y Maestro. Para que los discípulos y discípulas sean verdaderos misioneros, deben volver siempre a los pies del Maestro, para estar con él, aprender de él, y entrar en profunda amistad y comunión de vida con él.
La misión se destaca en la frase siguiente del tema de Aparecida: «para que nuestros pueblos en él tengan vida». Esta frase expresa la finalidad de la Iglesia: ella existe para la misión. Por eso, todo discípulo y discípula en la Iglesia está llamado a ser misionero. De allí también que el motivo que reúne a los obispos en la Quinta Conferencia, es la evangelización del continente en tiempo actual.
Podemos recordar también que la Quinta Conferencia está en continuidad temática con las cuatro Conferencias anteriores. La anterior, que se celebró en Santo Domingo [1992, ndr.], colocó un acento fuerte en la persona de Jesucristo vivo y se preguntó cómo comunicarlo a las diversas culturas de nuestros pueblos. En ese sentido, la próxima Conferencia se pregunta sobre la identidad y misión del sujeto que se encuentra con Jesucristo, colocando el énfasis en la misión: «para que tengan vida en Cristo». Este sujeto, discípulo y misionero, que cultiva su identidad y misión en amistad y comunión con Jesucristo, celebra y madura su vocación en la comunidad eclesial, comunidad de discípulos y discípulas, cuya acción está orientada hacia la misión para la vida de nuestros pueblos.
--En una sociedad que a menudo se caracteriza por el culto del objeto, de lo material, donde la solidaridad muchas veces no es un valor y la antropología cristiana es rechazada en los debates como algo que debe circunscribirse al ámbito religioso, hablar de identidad del cristiano se convierte en todo un reto para esta Quinta Conferencia. ¿Qué opina?
--Monseñor Stanovnik: Este tiempo de profundos cambios, muchos lo llaman cambio de época, que nos envuelve y afecta a todos, exige estar atento a las identidades. Es un fuerte reto a la identidad, vocación y misión de la Iglesia y de cada católico. Hoy necesitamos responder, con nuevos lenguajes y sin perder la memoria, qué entendemos por ser humano y por comunidad humana. Hay quienes sostienen que la persona debe liberarse de su memoria cultural y religiosa, para inventarse a sí mismo de sus propias fantasías. A lo sumo, la expresión religiosa podría tolerarse en el ámbito de lo privado y subjetivo, sin ninguna incidencia en las estructuras de la sociedad. Ese modo de pensar es muy antiguo y seductor, al que la mente y el corazón del hombre fácilmente sucumbe. Para ello, baste recordar aquellas geniales primeras páginas del Génesis que narran el drama del hombre cuando quiere construir su vida sin Dios: se curva sobre sí mismo y desencadena consecuencias desastrosas para sí y para los demás. Esto afecta gravemente la identidad del varón y de la mujer, y deshace el fundamento de la familia. Los afecta seriamente porque se proponen hacer una cosa distinta de la que Dios ha pensado para ellos. Esta desobediencia se llama pecado, que consiste en la pretensión de hacerse a sí mismo a su propio gusto y medida. Esta desobediencia adquiere hoy formas culturales muy agresivas.
Entonces, ¿cuál es la respuesta que debe dar el cristiano en los tiempos que corren? ¿Desde dónde construye su vida? ¿Con qué criterios la construye? La Iglesia nos invita a renovar la relación personal con Jesucristo, vivo en su Palabra, en la Eucaristía, en la Iglesia, en los hermanos y hermanas. Que lo hagamos como discípulos misioneros de Jesucristo, que nos hizo amigos y amigas suyos, en quien nos descubrimos comunidad, pueblo de Dios, Cuerpo suyo, y con quien caminamos en esperanza hacia la plenitud del Amor al final de los tiempos.
La historia humana, vivida en amistad con Jesús, no se inventa a cada paso, sino que se recibe como memoria viva, no como un «recuerdo del pasado» para repetirlo mecánicamente, sino como una invitación a construirla en amistad fiel con Jesucristo y con su Iglesia, impulsados por la maravillosa creatividad que obra el Espíritu Santo. Entonces, repensar nuestra vocación y misión con el tema que nos regaló el Santo Padre, «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida» es una invitación a estar más con Él, que es nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. Porque con Él aprendemos quiénes somos y cuál es nuestra misión. El acontecimiento de Aparecida es un nuevo impulso que da el Espíritu a la Iglesia, para que se convierta más a su Señor, se alegre redescubriéndose amada por Él, y se comprometa a reflejarlo con más transparencia en sus gestos y en sus palabras.
--El discípulo nace del encuentro personal con Jesucristo. ¿Cómo promover el encuentro verdadero con Cristo y ofrecer instrumentos para formar discípulos?
--Monseñor Stanovnik: Es una de las grandes preguntas que quiere responder la Conferencia de Aparecida. Hoy necesitamos encontrar respuestas nuevas a situaciones nuevas. La Quinta Conferencia responde a una necesidad actual de escuchar lo que el Espíritu dice hoy a la Iglesia. Ella siente necesidad de escuchar a su Señor con disposición de discípula, de hacerse cada vez más discípula suya, y aprender a caminar con Él en la experiencia de la misión. La Quinta Conferencia refleja la necesidad que sentimos los pastores de reunirnos para escuchar juntos, en actitud de discípulos, al Señor y Maestro, quien nos ha hecho sus hermanos y amigos, para que con él encontremos las respuestas pastorales adecuadas al tiempo presente.
Todos necesitamos que este encuentro con Jesús transforme nuestra mente, cambie nuestros sentimientos para hacernos más parecidos a Él y enviarnos a la misión. Los católicos tenemos un mensaje bellísimo en la persona de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, como respuesta a los grandes retos del momento que nos toca vivir. El asunto es cómo lo vivimos, cómo lo comunicamos, y hasta dónde llega la radicalidad, coherencia y transparencia de nuestro testimonio.
Todos necesitamos de conversión, obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosas y religiosos, laicas y laicos; dejar que el Espíritu Santo nos reconcilie con Dios, y nos convierta en verdaderos discípulos y discípulas del Señor Jesucristo. En particular, quisiera destacar la importancia que tiene hoy el testimonio y compromiso de los cristianos laicos en la tarea de hacer que este mundo sea más conforme al querer de Dios. Para ellos, el mundo más inmediato es la familia, el trabajo, el barrio, la educación, las estructuras sociales y económicas, la política, el arte, la cultura, los medios de comunicación, etc. Éste es el campo propio del compromiso laical.
Tenemos la idea de que el laico comprometido es aquel que desempeña con dedicación y eficiencia algún ministerio en la comunidad. Este compromiso es muy importante y muy valioso en la Iglesia, pero no es el primero. El primero es trabajar para que el Reino de Dios crezca en medio de las realidades de la vida, de las actividades cotidianas y de las estructuras de la convivencia humana. Los laicos y laicas están llamados vivamente, junto con todos los miembros del Pueblo de Dios, a ser discípulos y discípulas de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida, comprometiéndose decididamente en todas las instancias sociales, políticas y culturales, y aportar allí la riqueza y belleza de los valores cristianos: el valor de toda vida humana, en particular el cuidado, la promoción y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, igualmente de la vida amenazada por pobrezas de diverso género, la dignidad de las personas, el valor de la familia, el compromiso solidario y la amistad social, el diálogo respetuoso con los que piensan diferente, y el cuidado del medio ambiente. El espacio de lo público es el campo propio de los cristianos y cristianas laicos.
--El Papa ha demostrado preocupación ante la pérdida del sentido de Dios en la vida concreta de las personas, que, por un lado, demostraría una supuesta libertad, pero por otro lado revela desorientación y pérdida del sentido de la vida. La Iglesia quiere promover el encuentro personal y verdadero con Jesucristo, pero cada vez se percibe con más claridad esa pérdida de sentido de Dios en la vida concreta. ¿Cómo pretende la Quinta Conferencia afrontar esta contradicción?
--Monseñor Stanovnik: Es una situación muy compleja. En América Latina hay dos fenómenos que se dan simultáneamente. Uno es ése: la pérdida del sentido de Dios, provocada, entre otros factores, por una concepción deformada de la libertad, que considera la religión como un obstáculo para la libertad y el progreso de las ciencias, como un elemento que somete y oscurece la razón, no permitiéndole desplegar toda su autonomía y potencialidad. El ser humano, una vez liberado la religión, alcanzará la madurez para decidir sobre su vida sin tener que rendir cuenta a nadie. Este modo de pensar se difunde ampliamente a través de poderosos medios de comunicación, y son bandera de lucha para grupos culturales muy organizados, que se caracterizan por un pensamiento relativista y por una concepción materialista de la vida.
Se da también el fenómeno contrario. Hay un aumento de sed de Dios en la gente. Pero con frecuencia esa sed se manifiesta de un modo muy difuso. Esta necesidad de Dios, que es natural e innata al ser humano, suele valorarse por el impacto emocional que produce. Se percibe una tendencia a vivir la religiosidad en el ámbito de lo privado, sin mayor incidencia en la vida social. Se concibe la religión como una práctica privada que debe permanecer al margen de todo espacio público. Las políticas que promueven este modo de pensar empobrecen la vida de las personas y poco a poco despojan de valores esenciales a la comunidad nacional. Un pueblo que pierde su visión trascendente de la vida, compromete seriamente su destino como nación.
Todo encuentro entre seres humanos, que de verdad sea auténtico y profundo, y al mismo tiempo abierto generosamente a los intereses de la comunidad y al bien común, genera cultura y valores, que luego conforman las estructuras de convivencia social. De manera semejante, un verdadero encuentro con Jesucristo siempre abre a la comunidad y a la misión. Por eso, la autenticidad de la experiencia de fe se mide por dos cosas: la inserción en la comunidad eclesial y por el compromiso en la misión. La Quinta Conferencia es un reto muy importante para todos: laicos y laicas, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos, a vivir con mayor autenticidad como discípulos de Jesucristo, personal y comunitariamente, abiertos al soplo del Espíritu que impulsa a la misión, conforme a la vocación de cada uno.
--En este fenómeno de sed de Dios percibido hoy día, promover espacios de contacto con el sagrado pasa a ser algo fundamental. En este sentido, ¿destacarán los obispos la importancia del esmero y cuidado en la liturgia, especialmente la centralidad de la eucaristía?
--Monseñor Stanovnik: Podríamos caracterizar la sed de Dios en dos dimensiones: una vertical y otra horizontal. Ambas se complementan y tienen que ser cultivadas con el mismo esmero. La relación vertical expresa la relación con Dios, fundamento de la relación horizontal, que expresa la relación con los demás. La primera carta de San Juan es clarísima al respecto: quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Mediante la liturgia, la comunidad expresa su relación con Dios, en esa dimensión por así decir, vertical. El espacio sagrado es un elemento fundamental para que la comunidad pueda expresar en un lugar y en un tiempo determinado su relación con Dios. En ese sentido, tanto el lugar como el tiempo son sagrados, tienen un significado trascendente, como lo tiene también la comunidad que se reúne para celebrar, por eso la llamamos Iglesia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo. El momento más bello y culminante, donde el lugar, el tiempo y la comunidad manifiestan el máximo de intensidad de lo sagrado, es la Santa Misa. De ella vivimos los creyentes, allí encontramos la fuente, reconocemos el centro y celebramos la cumbre de nuestra vida cristiana.
La acción litúrgica por excelencia es la Santa Misa. Es una acción que realizamos con Cristo y en el Espíritu Santo, para dirigirnos al Padre. No es algo que nosotros «fabricamos», una acción, por así decir, sólo de la comunidad que se reúne y «hace algo especial», una acción ritual, para comunicarse con Dios. La Eucaristía es memorial, y la hemos recibido del Señor, «hagan esto en memoria mía». La expresión más bella y concentrada para comprender la esencia y el sentido de lo que «estamos haciendo» cuando celebramos la Misa, la encontramos en las palabras «Por él, con él y en él…». En la celebración eucarística, el discípulo misionero de Jesucristo se encuentra en comunidad y por él, con él y en él, en la unidad del Espíritu Santo, da gracias al Padre. Es una acción realizada en comunión y no puede estar librada a la iniciativa individual.
Toda expresión comunitaria que va madurando adquiere un carácter institucional. El punto de equilibrio, que mantiene viva la expresión comunitaria, está en lograr una adecuada armonía entre la norma y la espontaneidad, entre fidelidad y creatividad. Por eso, en la liturgia no se puede hacer lo que uno quiere, o lo que le parece más original y llamativo. Por cierto que la liturgia debe ser una celebración viva y creativa, pero al mismo tiempo fiel a las normas, a fin de poder reconocer en ella el misterio que estamos celebrando, y estar así en comunión con la Iglesia.
La liturgia, como toda acción que realiza el ser humano, tiende a deteriorarse y necesita con frecuencia una profunda renovación. Renovar no es inventar otra cosa, sino recrear el significado profundo que se ha ido desdibujando, a veces, por la rutina y otras veces por negligencia. Por eso, cuando decimos que nuestras celebraciones necesitan renovarse y ser más vivas, estamos expresando la profunda necesidad de conversión que todos necesitamos. Eso significa «promover espacios de contacto con el sagrado», para utilizar la frase de su pregunta. Se trata mucho más que de una mera estrategia pastoral para renovar nuestras celebraciones.
Para cualquier proyecto de evangelización, la liturgia es un punto clave, junto con la catequesis y la caridad. Tres pilares sobre los que se construye el misterio de la Iglesia. La liturgia, porque celebra la presencia viva y real de Cristo en la Iglesia. La catequesis, porque la Iglesia que celebra esa presencia, está llamada a seguir formando a sus miembros en la amistad y comunión con Cristo. Y la caridad, porque la realidad maravillosa de esa comunión, se convierte en misión para extender del Reino de Dios.
--Hablamos al inicio de identidad cristiana. ¿Se puede hablar de una identidad latinoamericana? ¿No se darían realidades muy distintas, teniendo en cuenta la gran cantidad de países que se congregan en la Quinta Conferencia?
--Monseñor Stanovnik: Las Conferencias Generales son un acontecimiento original y único en la Iglesia Católica que peregrina por América Latina y El Caribe. Esto no sucede en otras partes, como por ejemplo en Europa, Asia o África. Esto fue posible gracias a la dimensión católica de nuestra fe, que empezó con el encuentro de culturas y pueblos, cuando Colón pisó por primera vez las costas de nuestro continente. Desde entonces, la obra de evangelización ha ido construyendo un sustrato cultural católico, que aún caracteriza nuestros pueblos. Si bien hubo luces y sombras, sufrimientos y alegrías, pecado y gracia, en la tarea evangelizador, como suele suceder en los encuentros entre seres humanos, el saldo es altamente positivo, aun cuando todavía haya mucho que superar y construir, para que seamos una verdadera comunidad de naciones equitativa, justa y solidaria.
Sin embargo, el hecho de que estemos a punto de celebrar la Quinta Conferencia General, en continuidad con las anteriores (Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo), significa que hay una unidad religiosa y cultural que hace posible este encuentro. Hablamos de América Latina y El Caribe, porque nos reconocemos pertenecientes a una misma familia de naciones y pueblos. Nos descubrimos ligados no por algo meramente circunstancial o estratégico, sino por algo mucho más hondo, que nos da esa identidad de familia grande. En el ámbito de las 22 Conferencias Episcopales latinoamericanas y caribeñas nos reconocemos con alegría y gratitud como una verdadera familia de conferencias.
El CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) es testigo de esa realidad hace ya más de cincuenta años. Ciertamente, el substrato cultural católico ha hecho posible esta unidad regional. De España y de Portugal recibimos la fe y también la cultura, y junto con la cultura, la lengua. Gracias a esas raíces comunes, podemos construir la unidad entre nuestros pueblos sobre bases profundas y proyección trascendente. También es cierto que ese sustrato cultural católico está amenazado y que nos desafía a una tarea urgente para defenderlo y encontrar nuevos caminos para recrearlo y consolidarlo.
Junto con reconocer valiosos aspectos que hacen a la unidad de nuestros pueblos, reconocemos una rica diversidad. Brasil tiene características muy propias, que lo diferencian claramente de los demás países de América Latina. Si comparamos Guatemala, un país de América Central, o un país del sur, como Chile o Uruguay, vemos que son muy diferentes. Sin embargo, cuando un guatemalteco se encuentra con un uruguayo, se sienten más familiares que con un italiano, o con un americano del norte o un asiático. Este fenómeno de familiaridad entre nuestros pueblos es un don muy grande, un verdadero regalo de Dios. Todo lo que une y armoniza, todo aquello que «hace familia», refleja a Dios, que es comunión en la Trinidad, y permite que nos reconozcamos creados a su imagen y semejanza. Esta comunión en la unidad se construye con la ayuda de Dios, que nos abre a la riqueza que aportan las diferencias y particularidades.
En América Latina está casi la mitad de los católicos del mundo. Es una señal de esperanza y una responsabilidad muy grande para la Iglesia. No es extraño que la expresión «continente de la esperanza» nazca en el seno de la comunidad católica. La conciencia de catolicidad que tiene la comunidad católica le permite construir un espacio real de universalidad y de unidad entre pueblos. Es muy importante que en nuestras comunidades cultivemos esa dimensión católica descubriendo, al mismo tiempo, que no es posible construirla si no reconocemos, respetamos e integramos las diversidades. Asimismo, es bueno caer en la cuenta que el reconocimiento, respeto e integración de las diversidades sólo es posible si hay una suficiente y clara identidad de los actores, quienes construyen la unidad aportando sus riquezas y sus diferencias.
Tengo la impresión de que la próxima Conferencia General en Aparecida será particularmente sensible a estos aspectos, precisamente porque el tema gravita sobre la identidad y vocación del sujeto «discípulo y misionero de Jesucristo» y se abre inmediatamente a la misión universal a favor de «nuestros pueblos para que tengan vida en Cristo».
--¿Cómo está estructurado el documento de Síntesis de la Quinta Conferencia? ¿Qué puntos podría destacar de este texto?
--Monseñor Stanovnik: La finalidad de la «Síntesis de los aportes recibidos para la Quinta Conferencia General» fue recoger la reflexión de nuestras comunidades católicas esparcidas en todo el continente sobre su experiencia de fe, de Iglesia y de sociedad en el momento presente. Esta tarea llevó un año de trabajo. De la Síntesis destacaría dos cosas que considero muy importantes. Ante todo, este texto recoge la mirada de fe que tiene nuestro pueblo creyente sobre la realidad que nos toca vivir. Y luego, la misión en el continente.
La mirada de la persona creyente, es una mirada aprendida en la escuela de Jesús y madurada en la comunidad eclesial. Se trata de una mirada desde el corazón de Dios, en consecuencia es, ante todo, una mirada buena y misericordiosa, pero al mismo tiempo profundamente crítica. Como es la mirada de Dios Padre creador que nos revelan las primeras páginas del Génesis: y vio que todo era bueno. Dios no renuncia a su mirada buena cuando le pregunta a Caín «dónde está tu hermano», pero revela que su bondad y compasión no se contradicen con su mirada y su juicio profundamente críticos. La mirada de Jesucristo crucificado dirigida a cada uno, a su Iglesia, a la realidad del mundo, es profundamente conmovedora y compasiva pero, al mismo tiempo, agudamente crítica, sin muchas palabras. El gesto del crucificado es una espada que atraviesa profundamente la realidad. El juicio cristiano sobre la realidad debe integrar misericordia y justicia, una bondad amplia y profunda mirada crítica. El discípulo misionero debe aprender en la escuela de Jesús a ver, juzgar y actuar con él, por él y en él. Este estilo cristiano de discernimiento no se puede vivir «en solitario», sino inserto en la comunidad eclesial e iluminado por el magisterio de la Iglesia. Con otras palabras, podríamos decir que en la experiencia de amistad y comunión de vida con Jesucristo, vamos aprendiendo a discernir el tiempo presente, y con la ayuda de su gracia actuar conforme a su voluntad.
El estilo de misión, el otro aspecto que se destaca en la Síntesis, se caracteriza por reflejar esa mirada de Dios que siempre rescata, recupera, recrea. Esta feliz noticia se nos revela en la Sagrada Escritura. Sigue rescatando hoy y esa tiene que ser la mirada y el estilo de la misión del cristiano. Pero rescata con una profundidad crítica que se revela en toda su conmovedora realidad en la cruz de Jesucristo. Por eso, el compromiso del cristiano tiene que llegar a esa medida. En este sentido, el martirio es el punto más alto del testimonio del creyente y el gesto inconfundible de autenticidad de su misión. ¿Cómo hacer para que el discípulo y misionero de Jesucristo realmente sea vida para nuestros pueblos? El desafío es recuperar para él la dimensión de martirio que tiene la vocación cristiana. Si no está dispuesto a jugarse el todo por el todo, es un testigo pálido de la vocación y misión a la que está llamado. No refleja a Jesucristo. Es verdad que la propuesta de Jesucristo le queda grande a la Iglesia. Pero por fidelidad a él, no la puede achicar o acomodar a una cierta medida tolerable. Creemos que para Dios no hay nada imposible y fue a él a quien se le ocurrió hacernos a su imagen y semejanza, y luego hacernos sus discípulos y discípulas por la amistad con Jesucristo. Tenemos que pedir la gracia de encontrarnos con Él y que Él nos transforme. Por eso lo primero de la Quinta Conferencia no es elaborar una estrategia pastoral para recuperar a los católicos que se fueron a otros grupos religiosos. Algunos medios quisieran que fuera eso para que la novela fuera más interesante y seductora, y no faltaran los buenos y los malos. Lo más importante de la Quinta Conferencia es la renovación de la Iglesia y de cada uno de sus miembros, para que seamos verdaderos discípulos y discípulas del Señor Jesús, dispuestos a dar la vida y a anunciar que sólo dándola se la recibe. El camino de la misión hoy, deberá medirse por la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, en el diálogo abierto y respetuoso con todos, y en el compromiso solidario para construir una sociedad más equitativa y fraterna.
--¿Cómo se dan, al interior de la Quinta Conferencia, los debates entre los obispos, las sesiones de trabajo y la contribución de teólogos y peritos?
--Monseñor Stanovnik: Cuando nos referimos al acontecimiento que va a suceder en Aparecida, solemos nombrarlo como «una reunión del CELAM», o decimos también «la V CELAM». Esto induce a un error, porque da a entender que se trata de un encuentro de obispos convocado por el CELAM. La Quinta Conferencia General no es «una reunión del CELAM». Es una reunión, a la que el Santo Padre convoca las 22 conferencias episcopales de América Latina y del Caribe, y le encarga al CELAM su preparación.
Hay un solo Colegio Apostólico que lo constituyen los obispos, sucesores de los apóstoles, y presidido por el sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI. Entonces este colegio se reúne de diversas maneras: en concilio, en sínodo, convocado siempre por su Cabeza. Pero también puede convocarlo por pedido de una porción de obispos de una determinada área. Esto es lo que sucede en América Latina desde hace un poco más de cincuenta años, como experiencia única y original en la Iglesia Católica. Las cuatro Conferencias Generales anteriores nacieron por iniciativa de los obispos latinoamericanos, quienes presentaron al Santo Padre su deseo de reunirse, y le propusieron además el tema que en su momento juzgaban necesario profundizar. Hasta el presente, el Papa siempre acogió favorablemente estas iniciativas, asumió el tema enriqueciéndolo con su aporte personal y, escuchando las sugerencias sobre la conveniencia de lugares donde debía celebrarse, secundó de buen grado las opiniones de los obispos latinoamericanos, indicando el lugar y la fecha de sus celebraciones.
Ahora podemos comprender mejor por qué el Reglamento para el funcionamiento de una Conferencia General es un instrumento que elabora la Santa Sede. Y también, porqué es tan importante que el Santo Padre venga a Aparecida a inaugurar las deliberaciones de los obispos.
En el Reglamento se establecen las normas y se indican los organismos que son necesarios para el buen desarrollo de una Conferencia General. También allí se dice quiénes son los obispos participantes por derecho, el número proporcional de obispos delegados por conferencias episcopales, el número de invitados que representan a los sacerdotes, religiosas y religiosos, diáconos, laicos y laicas, observadores de otras confesiones cristianas y del judaísmo, representantes de los organismos de ayuda, y un grupo de peritos. En esta Conferencia General participarán 162 obispos y 104 invitados no obispos, es decir, de éstos últimos suman más de una tercera parte del total de asistentes.
La Asamblea de Aparecida va a reflexionar sobre el tema que nos entregó el Papa: «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6)». La Síntesis de los aportes recibidos será un subsidio cualificado para consulta de los participantes, quienes trabajarán durante 19 días en grupos, comisiones, subcomisiones y plenarios, con una intensa dinámica de diálogo y participación, para que todos los participantes contribuyan con sus ideas a desarrollar el tema de la reunión, ayudados por los teólogos y peritos que fueron convocados para ese servicio.
--¿La Quinta Conferencia pretende llegar concretamente a la vida de las personas en el ámbito de la misión?
--Monseñor Stanovnik: La finalidad de la Quinta Conferencia, como lo fue de las cuatro anteriores, es la evangelización del continente. Desde que se empezó a hablar de esta Conferencia General, se dijo que debía ser un acontecimiento que diera un nuevo y fuerte impulso a la misión. Dependerá de las orientaciones pastorales que surjan de Aparecida, para ver luego qué características estructurales y programáticas conviene que tenga esta misión. Lo que sí aparece claro es que, a través de las 22 conferencias episcopales que se reunirán en la próxima Conferencia General, se quiere llegar a todas las Iglesias particulares del continente y, desde ellas, a cada uno de los católicos, para tomar conciencia de nuestra vocación misionera como discípulos y discípulas de Jesucristo y comprometernos con ella. Es decir, el compromiso para el cristiano laico, consistirá en primer lugar, vivir coherentemente los valores cristianos en la familia y en la sociedad, actuar como ciudadano consciente de sus obligaciones y derechos, y ser honesto en el trabajo y el compromiso por el bien común.
Un continente, que tiene aproximadamente un 80% de bautizados, no puede ser el menos equitativo del planeta. ¿Cómo es posible que exista esa brecha entre la fe y la vida, entre el evangelio y la cultura en un continente mayoritariamente cristiano? La Quinta Conferencia General es un gran llamado a la conversión. Podríamos decir que, mediante este gran acontecimiento, Jesucristo llama a la Iglesia en América Latina para que se convierta más a Él, para que con Él y en Él se comprometa a extender su Reino, colaborando en hacer este mundo más humano y más conforme el querer de Dios.
--¿Cuál es la importancia de que la Conferencia esté bajo los auspicios de María?
--Monseñor Stanovnik: Cuando nos enteramos que el Santo Padre Benedicto XVI había decidido que la Quinta Conferencia se realizara junto al Santuario de Aparecida, nos alegramos muchísimo. Primero, porque la Conferencia va acontecer en un santuario mariano, lo cual tiene un alto significado en nuestra región. La devoción mariana es una característica muy propia de nuestros pueblos. Nuestra gente se siente muy vinculada a los santuarios marianos, donde experimenta una especial cercanía de la Virgen, y se deja llevar por ella hacia el encuentro con Jesucristo y con la Iglesia. Los obispos estaremos allí más de 20 días, acompañados de numerosos peregrinos durante las celebraciones diarias de la Santa Misa en el altar mayor de la Basílica. La presencia de la Virgen María, primera discípula y misionera, nos estará recordando a cada paso nuestra común vocación de discípulos y misioneros de Jesucristo.
Para la Conferencia de Aparecida, el acontecimiento mariano se hace aún más significativo, si tenemos presente que la inauguración y la clausura coinciden providencialmente con fiestas marianas: el 13 de mayo la Virgen de Fátima, y el 31 de mayo la Visitación de la Santísima Virgen María.
En el contexto del Santuario de Aparecida, donde se realizará la reunión de obispos, la presencia de Nuestra Señora nos trae a la memoria aquellos días en que ella, perseverando junto a los apóstoles, cooperó con el nacimiento de la Iglesia. A ella nos confiamos, para que también hoy esté con nosotros, nos muestre el camino de la docilidad y de la obediencia al Espíritu Santo, para que con su luz sepamos discernir el tiempo presente y así, renovados por el ardor misionero, trabajemos tenazmente a favor de la vida de nuestros pueblos en Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Fuente: Zenit.org