Acontecimientos significativos en la vida de la Iglesia los vivimos desde hace un año vía remota, como una consecuencia más de la pandemia del COVID-19 que aún nos azota fuertemente. En efecto, un día muy significativo en el calendario litúrgico, el Miércoles de Ceniza -con el cual iniciamos el Tiempo de Cuaresma el 17 de febrero pasado- lo celebramos con aforo muy reducido, en fase 2 en La Serena. Estábamos acostumbrados a una liturgia solemne, con gran recogimiento y fervor, en templos y capillas de la Arquidiócesis, generalmente colmados de fieles.
Después de la homilía, nos acercábamos a los ministros para recibir las cenizas, signo elocuente de la disposición para acompañar a Jesús en su camino que lo conduce a la cruz y al misterio fundamental de su vida, la triunfante resurrección. Por el itinerario de la Cuaresma -intensificando la oración, el ayuno y la solidaridad- nos preparamos a la Pascua, dispuestos a vivirla como el misterio central en nuestro discipulado misionero del Señor.
En la imposibilidad de celebrar el Miércoles de Ceniza en comunidad, los fieles, en procesiones ininterrumpidas durante todo el día, recibieron las cenizas de parte de ministros que se turnaron para imponerlas. Hubo también familias que se unieron en comunión mediante medios de comunicación social y plataformas digitales a las santas Misas que se transmitieron desde los templos y capillas. El signo lo realizaron con la imposición de las cenizas, unos a otros.
El calendario de marzo contempla habitualmente una serie de actos que dan inicio a las actividades pastorales parroquiales y arquidiocesanas. Los sacerdotes normalmente nos encontrábamos cinco días hábiles para vivir nuestros Retiros anuales, jornadas intensas de oración, reflexión y meditación, guiadas y acompañadas por un maestro en la vida espiritual. Puestos en marzo, nos eran de gran ayuda para proseguir fortalecidos los meses más intensos en actividades pastorales de nuestras comunidades. Como otra consecuencia de la pandemia, también los retiros se tuvieron que trasladar para fines de año, con la esperanza de tenerlos presencialmente. Adelantamos la semana de formación permanente del clero, la cual felizmente se pudo realizar vía telemática, tratando temas muy importantes para el país y que nos desafían a una preparación adecuada y actualizada, el aborto y la eutanasia, como también
año de la familia y de san José, grandes acentos espirituales que ha querido dar el Santo Padre Francisco al año pastoral que estamos viviendo.
El 2020 la Semana Santa la celebramos sin presencia de fieles. No fue fácil adecuar los programas a cuanto nos imponía la realidad. La pandemia nos sorprendió a todos y en todo, provocando gran dolor por sus lamentables consecuencias, que los medios profusamente nos dieron a conocer. Desde las parroquias y comunidades, los sacerdotes, diáconos permanentes, religiosas y religiosos, junto a los consejos pastorales y agentes evangelizadores, adaptamos los programas y horarios para acompañar al Señor en su misterio de Pasión, Muerte y Resurrección, los centrales en su vida y también en la nuestra -bautizados y confirmados- sus discípulos misioneros. De igual modo, hemos procurado cercanía a quienes estaban sufriendo, a sus familiares, amigos y vecinos. Los miembros de las comunidades se prodigaron en este sentido con entrega generosa, digna de admiración. A las hermanas y hermanos fallecidos no ha faltado la oración y ofrecimiento de santas Misas, como también la cercanía de la comunidad cristiana a los deudos, suplicando al Señor para ellos el don de la fortaleza. Acompañamiento a Jesús, nuestro Salvador, y también a los más afectados por la pandemia, pues así nos enseña el Apóstol: “Si un miembro sufre, sufren con él todos los miembros; si un miembro es honrado, se alegran con él todos los miembros” (1
Cor 12, 26). Los fieles se han demostrado agradecidos del personal en hospitales y centros de salud, como de vecinas y vecinos en los barrios y poblaciones que han acudido generosamente a aliviar tanto dolor.
La llegada a nuestro país de las vacunas, la disposición de la población a inocularse y el gran avance en este proceso, alegra y es motivo de gran esperanza para superar juntos la pandemia. Aún no estamos en condiciones de vivir la Semana Santa de este año presencialmente, constatación que asumimos con gran dolor. Nos disponemos, por tanto, a celebrar la segunda Semana Santa en tiempos de pandemia, vía telemática, con todas las limitaciones que ello supone, sin embargo, con la clara conciencia que es la exigencia del momento. Ofrecemos al Señor este sacrificio y nos preparamos a acompañarlo memorando en comunión su misterio Pascual, por los medios que la técnica nos ofrece.
Este tiempo nos ha llevado a redescubrir el gran valor de vivir nuestra fe en familia. Son numerosos y hermosos los testimonios al respecto. Dispongamos, también este año, el altar familiar en torno al cual mamá y papá, abuelitos, hijos e hijas, nos encontremos en familia y, en comunión con la parroquia del barrio, celebremos esta Semana Santa de un modo diverso, pero igualmente plena de sentido y espiritualidad, con signos esenciales que manifiestan nuestra respuesta al amor tan grande del Padre eterno que entrega a su Hijo por nosotros y nuestra salvación: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Único, para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna” (
Jn 3, 16). ¡Es al amor de Dios manifestado en su Hijo que estamos invitados a corresponder, testimoniar, compartir, celebrar y anunciar!
Fuente: Comunicaciones La Serena