Tengo la sensación de que cuando se habla de desigualdades, la mayor parte de los estamentos sociales miran a los empresarios como la “causa y la solución” del problema. La causa se asocia normalmente a las injusticias en la repartición de la riqueza nacional, que se origina en un desigual acceso a las oportunidades de educación y en la dureza de corazón de los empresarios a la hora de remunerar a sus trabajadores.
La o las soluciones pasan indefectiblemente por “revisiones al sistema tributario” tendientes a “hacer una sociedad más justa y solidaria”. Aquí se produce, en mi opinión, la primera gran confusión en el análisis, pues en este saco de “empresarios insensibles” cabemos todos, los buenos, los malos y hasta los feos, todos por igual.
Estoy seguro que a los médicos no les gustaría que se les acusara a todos por igual de los múltiples problemas que aún persisten en nuestro sistema de salud, ni menos que se les viera como la “causa y solución” al problema, así como tampoco les gustaría que opinaran en su representación otros miembros del mundo de la salud. Son tan evidentes nuestras realidades de pobreza y desigualdad que ellas inhiben la defensa valórica de los que socialmente parecen ser los “responsables” de tamañas injusticias, los empresarios. Es más, nuestra representación pública es asumida, curiosamente, por numerosos personeros que mayoritariamente son “empleados muy bien pagados”, más que empresarios de verdad. Igual cosa ocurre con muchos políticos y “hombres buenos” que circundan los ámbitos eclesiales pregonando mayor justicia social a costa de los empresarios, pero que de empresa saben tanto como yo de manejar aviones.
Quiero decirlo de una vez antes de ponerme latero. Los buenos Empresarios son la Sal de la Tierra; son ellos los que en un principio ahorraron; dejaron de consumir mientras otros lo hacían, dejaron de viajar mientras otros peregrinaban por el mundo, trabajaron los fines de semana mientras otros descansaban, se endeudaron para invertir mientras otros lo hacían para consumir más, y al final detrás de un proyecto fueron capaces de arriesgarlo todo y emprender. Algunos fracasaron y lo perdieron todo, hasta el prestigio social. No obstante, todos dieron trabajo y la mayoría creó riqueza para ellos, sus colaboradores y el país. Normalmente, este tipo de empresarios conoce muy bien a sus trabajadores y son respetados y queridos por ellos. No son así todos los empresarios, desgraciadamente estos últimos son opacados por aquellos explotadores, que los hay, tal como hay malos abogados, o periodistas sin ética, entre otros.
Es claro entonces que no debe meterse en el mismo saco a todos los empresarios y en este contexto me parece prudente aportar, como empresario, algunas reflexiones concretas referentes a la conjugación de la justicia, la responsabilidad y la solidaridad.
La justicia
La flexibilización laboral, como contrapartida de la fijación de un sueldo mínimo, aparece por estos días en lo que podríamos llamar el listado de asuntos pendientes de nuestro país, tal como ocurrió antes de las elecciones presidenciales pasadas con la ley laboral. De nuevo la misma cuestión de fondo que a mí me parece pre-histórica y contra natura. No puede ser que un empleador agrícola, por ejemplo, esté en condiciones de pagar el mismo sueldo a sus trabajadores con una buena cosecha que con una mala, con buen o mal clima, con un tipo de cambio de 740 pesos por dólar que con uno de 540 pesos. Obviamente, los resultados de su empresa serán distintos dependiendo de las situaciones que enfrente. Entonces ante la alternativa de pagar un sueldo fijo, se termina optando por el más bajo posible, pues el sueldo hay que pactarlo antes de cosechar, se trata de correr el mínimo riesgo posible. Esto es obvio, arcaico e injusto. La justicia en las relaciones laborales no hay que buscarla en la fijación de los niveles de sueldos, sino que en la participación de las utilidades.
Los sistemas de remuneraciones deben tender a ser flexibles, indexando directamente a todos los trabajadores a los resultados de su trabajo, al punto de aceptar, como ocurre en el campo, que a pesar del gran esfuerzo realizado, una helada de primavera puede estropearlo todo. Si el trabajo humano no es mercancía y es el medio por el cual el hombre se hace señor de la naturaleza y de sí mismo, debemos respetarlo en su totalidad y hacerlo partícipe de sus frutos. En efecto, cuando un conjunto de activos y sistemas, llamado empresa, obtiene resultados para sus dueños que exceden el costo alternativo del capital invertido, el excedente por sobre esta rentabilidad no pertenece sólo a los dueños del capital, es de propiedad compartida con los trabajadores que hicieron posible su logro, por tanto este excedente debe compartirse con ellos, en porcentajes significativos.
El empresario no es un ser todo poderoso que pueda fijar remuneraciones en forma independiente de las contingencias de su propia actividad, y es lógico que pretenda minimizar los riesgos por la vía de bajar los costos pagando sueldos fijos los más bajos posibles, tal como trata de minimizar los costos de su financiamiento, pero es ilícito que conseguido el excedente por sobre su costo de capital, se apropie por entero de él. Los empresarios deben ver a sus trabajadores como verdaderos socios y no como una fuente inagotable de problemas. Los trabajadores al hacerse cargo de su total participación en el proceso serán verdaderos señores de su trabajo, se sentirán parte de él y al participar directamente de los resultados, alcanzarán niveles de productividad impresionantes con los que todos saldrán ganando. Cada vez que he podido aplicar en la práctica estos conceptos, los resultados han sido espectaculares. Se los recomiendo con entusiasmo.
Cuando hablemos de justicia, tengamos cuidado con nuestros empresarios que son el recurso más escaso del país y fuente de su riqueza. Creemos sistemas de remuneraciones sobre la base de participación en las utilidades, en reemplazo de aquellos que sólo crean costos fijos que al final no entusiasman a nadie y sólo son fuentes de conflictos. La implementación práctica de estos conceptos no es fácil, pero está lejos de ser imposible, como país hemos hecho cosas mucho más difíciles ¡Pongámonos luego a recorrer este camino! que nos llevará a niveles superiores de justicia social.
La responsabilidad
La responsabilidad es un valor tan obvio, que por tal normalmente se asume como “un dato” y se calla, y por callado se nos olvida. Se nos olvida inculcarlo a nuestros hijos por medio de una cultura de ahorro. Un joven que aprende a ahorrar con seguridad nunca será pobre y sus hijos disfrutarán de su sacrificio, y él o ella en su vejez gozarán de una mejor calidad de vida. Inculcar una cultura de ahorro no es educar en el egoísmo, muy por el contrario, es educar en la responsabilidad de la renuncia del consumo inmediato en post de un futuro mejor. Si somos francos debemos aceptar que si no hubiese sido obligatorio el ahorro en las AFP (s) muchos no tendríamos ni un peso ahorrado, con la consiguiente carga que ello generaría para nuestros hijos.
Esta responsabilidad también debemos exigirla al gobierno que administra nuestros impuestos. Es probable que tocar este tema puede ser odioso para los miembros de la administración pública, que desempeñan con honorabilidad y eficiencia sus funciones, pero es claro que nos falta mucho para hacer eficiente la gestión pública. En ella se hace más evidente lo ineficiente de los sistemas de remuneraciones fijas que no generan incentivos claros en post de los resultados esperados. Éste no es un problema del Gobierno que lo soluciona la oposición ¡Ojala fuera así! Es un problema de nuestra cultura ¿Quién le pone el cascabel al gato?, ¿Al gremio de los profesores? ¿O al de la salud? Es una irresponsabilidad seguir aumentando los impuestos, si el fruto de lo recaudado se va a seguir gastando más o menos con la misma forma de administración.
Es evidente la necesidad de administrar bien lo que hay antes de seguir aumentado la carga tributaria, que a nivel de las personas es altísimo (IVA, más Renta, más Contribuciones, etc. etc.) Este asunto hay que enfrentarlo luego, los sistemas de gestión de nuestra administración pública pueden hacerse mucho más eficientes, si se porte de la base que ellos están integrados por seres humanos, que requieren sistemas de remuneraciones que paguen y motiven, que los hagan partícipes de los resultados de su trabajo. Los sueldos fijos no motivan o nadie, o ¿Piensa usted que nuestros profesores primaras están bien motivados para superarse?
La solidaridad
He dejado la solidaridad para el final, porque si bien me parece que en sí misma no soluciona el problema económico de fondo, aquel que nos habla de necesidades infinitas y recursos escasos, es de las tres, lo más cautivante, la más humana.
En Chile hoy mucha solidaridad, pero seguimos teniendo más pobreza y desigualdades de las que quisiéramos. No creo en las “estructuras tributarias solidarias”, creo en un Estado eficiente, con sistemas transparentes. La solidaridad es un tema personal que involucra la conciencia de cada uno, el respeto por sí mismo y por el Cristo que tengo a mi lado. La solidaridad se mete con fuerza en medio de lo dicotomía ¿Cuánto gasto versus cuánto ahorro? Nos abre una tercera dimensión que escapa a la pura racionalidad, que nos desafía a pensar en los otros, en el otro de carne y hueso que tengo al frente, con nombre y apellido. Pero a pensar en él o ellos, no con lo que nos sobra ni con la “plata de los grandes empresarios” o la de otros, sino con lo que queremos para nosotros, con nuestros recursos.
Es un necio el que se cree el cuento de que lo poseído es sólo fruto de nuestro trabajo y/o de nuestros talentos. Ellos son dones que al fin y al cabo “alguien” nos regaló gratuitamente. Cuando pensamos que ellos nos son ampliamente merecidos, nos parecemos a esas caricaturas de soldados condecorados hasta en las rodillas con medallas de utilería. Nuestros talentos, nuestros bienes, nuestras empresas, a lo más nos han sido dados poro administrarlos por un rato. Después de ese tiempo vamos a preguntar ¿Cuándo contigo lo hicimos Señor? Que nuestra respuesta como hombres de empresas sea que invitamos a nuestros colaboradores a compartir la aventura de emprender, asumiendo costos, riesgos y beneficios. Así, asociándonos con nuestros colaboradores en la totalidad de la aventura, compartiendo con ellos la plenitud de ser señores de nuestro trabajo, dignificaremos nuestra humana condición. Así pues, participar a nuestros colaboradores en los resultados de nuestras empresas, creo que es el mayor gesto de solidaridad que podemos hacer los empresarios hoy. Creemos un país de socios, no de funcionarios desmotivados por sus sueldos fijos.
Fuente: DOP www.iglesiadesantiago.cl