Hermanos en Jesucristo:
Un día 17 de enero de 2018 escuchábamos al Papa Francisco en Maquehue, junto a la rivera del Cautín. Así comenzó su memorable homilía: “Mari, Mari” (Buenos días). “Küme tünngün ta niemün”,
“La paz esté con ustedes” (Lc 24,36).
Fue este un saludo lleno de significación para una tierra tan necesitada de paz entre sus habitantes. Si en aquel entonces todos clamábamos por la paz, hoy es un clamor mucho más apremiante. El Papa nos dijo: “Jesús ruega al Padre para que «todos sean uno» (Jn 17,21)… Su corazón sabe que una de las peores amenazas que golpea y golpeará a los suyos y a la humanidad toda será la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros”. Por eso digamos a Jesús “que también nosotros seamos uno; no permitas que nos gane el enfrentamiento ni la división”.
Ojalá hubiésemos puesto en práctica el mensaje del Papa. Seguramente muchos han intentado hacerlo y se habrán convertido en “artesanos de unidad” y de paz. Pero es lamentable constatar que al parecer el conjunto de la sociedad, en la que cada uno tiene una responsabilidad según el lugar que ocupa, no ha hecho el suficiente esfuerzo en implementar con la debida eficacia y rapidez las medidas conducentes a la solución de los problemas de fondo de la Región de La Araucanía. A esto se añade la presencia de ideologías que promueven la violencia y el enfrentamiento para alcanzar un fin, que no es la paz fundada en la justicia.
Por eso qué acertadas fueron estas palabras del Papa Francisco:
“La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos.
En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, ¿y por qué? porque frustra la esperanza.
En segundo lugar, es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos «no a la violencia que destruye», en ninguna de sus dos formas”.
+ Francisco Javier Stegmeier
Obispo de Villarrica
Fuente: Comunicaciones Villarrica