Mensaje de Mons. Héctor Vargas por Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Apreciados Hermanos y Hermanas en el Señor:
Una vez más y al término del querido y tradicional Mes de María, nos preparamos como Iglesia Diocesana para celebrar la hermosa solemnidad de la Inmaculada Concepción. Lo hacemos para testimoniar nuestra fe en Jesucristo y en su Madre Santísima, a quien nos la regaló para acompañarnos en el camino de la vida y en la misión de su Iglesia.
Lo hacemos en medio de las angustias y dolores de una serie crisis social, política y económica, como de las gravísimas consecuencias de una pandemia que nos ha desolado. Esta enfermedad ha hecho aún más visible los clamores, angustias y descontentos de la población, que se habían manifestado con claridad por la desigualdad en asuntos tan relevantes para nuestro pueblo como salud, educación, medio ambiente, salarios, pensiones, vivienda, servicios básicos y sobreendeudamiento.
En el fondo, no pocos atentados en contra del valor de la vida y de la dignidad del ser humano. Por otra parte, la violencia irracional y destructiva de grupos aislados, la pérdida de vidas humanas y heridos, han causado un daño y dolor enormes. La gente no sólo está cansada de la injusticia, sino también de la violencia.
Ello guarda también relación con la gradual pérdida de valores centrales del Evangelio que acostumbrábamos a tener en nuestra sociedad chilena. Por otra parte, conmueve ver los innumerables testimonios de solidaridad, de empatía, de entrega generosa ante diversas formas del sufrimiento de los demás, especialmente jóvenes, que ante los nuevos procesos políticos que vivimos, desean convertirse en protagonistas de la construcción de un mejor país, generándose muchos espacios de participación, donde las personas se escuchan y valoran, exponiendo sus dolores, sus sueños de nuevas formas de convivencia y condiciones de vida más justas y dignas en la sociedad.
Nos alegramos asimismo comprobar como tantos de ustedes queridas hermanas y hermanos están dando un gran testimonio cristiano, al sumarse de variados modos a todo lo anterior, tanto personalmente como de las distintas instancias de nuestra vida eclesial en la que participan, conscientes que sin compromiso e involucramiento individual y comunitario con estos valores y desde nuestra condición de cristianos e hijos de Dios, costará tener un Chile distinto. Por ello, no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué será en esta hora que vivimos, lo que el Señor espera de mí, de tí y de nuestras comunidades eclesiales? Hoy en esta hermosa fiesta de la Inmaculada Concepción, en 2 pasajes de la Palabra de Dios, es El quien aparece buscando justamente al ser humano para construir un mundo mejor. Primero busca a Adán, que ocultándose por su pecado que aísla y encierra en sí mismo dice no a Dios y en el Evangelio llega hasta María, que pura, sin pecado, ante la propuesta del arcángel responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí tu voluntad” diciéndole Sí a Dios, ella es la llena de gracia porque está plena de la presencia de Dios y si está completamente habitada por Dios, no hay lugar en ella para el pecado. Ella es el único oasis verde de la humanidad, el único ser no contaminado, creado inmaculado para dar la bienvenida con su Sí a Dios, que por medio de ella vino al Mundo y dar comienzo así a una nueva historia. María vive fiándose de Dios en todo y para todo y su Sí a El permitió la venida y el nacimiento del Salvador y con Cristo la victoria sobre la muerte y la derrota definitiva del maligno. Ese es el secreto de la vida, todo lo puede quien se fía de Dios, por tanto la alegría de esa humilde joven de Galilea, expresada en el cántico del Magnificat, se convierte en el canto de la humanidad entera, que se complace al ver al Señor inclinarse, sobre todo los hombres y mujeres, criaturas humildes y admitirles con El en el cielo.
El Papa Francisco proclama que en este tiempo del Adviento, que nos prepara para levantar la mirada y abrir el corazón para recibir a Jesús, estamos llamados a abandonar un modo de vida resignado y rutinario, para abrazar esperanzas y sueños de un nuevo futuro, para ello es clave mantenerse despiertos y vigilantes, porque el sueño interior surge de dar vueltas sólo en nosotros mismos y estar atrapados egoísticamente en el cerco sólo de la propia vida con sus propios problemas, alegrías y tristezas y esto agota, desalienta y cierra la esperanza. El Adviento, queridas hermanos y hermanos por el contrario, nos invita a un compromiso de vigilancia, mirando fuera de nosotros mismos, expandiendo nuestra mente y nuestro corazón, para abrirnos a las necesidades de las personas, de los hermanos, al deseo de un mundo nuevo; es el deseo de tantos pueblos atormentados por el hambre, la injusticia, la guerra, es el deseo de los pobres, de los débiles, de los abandonados y de esta Araucanía que anhela reencuentro, paz, justicia, verdad y reconciliación.
Por tanto, a la luz de los hermosos anuncios de Isaías, el gran profeta del Adviento y de la fe de María, estamos desafiados a vivir en la esperanza cristiana que nunca defrauda. La humanidad necesita de esta esperanza nuestra y tiene derecho a exigírnosla. Podremos sentirnos quizás a veces perdidos y también un poco desanimados, porque a veces experimentamos también la impotencia de todo lo que nos ocurre y nos parece que esta oscuridad ganará, pero no hay que dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros, nunca nos deja solos y el Señor Jesús ha vencido al mal y nos ha abierto el camino de la vida. Aquí se trata de volver a Él, convertir el corazón al Señor e ir por este camino para encontrarlo porque Él nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista en estos días, preparar el camino para el encuentro con ese pequeño Niño que viene, que nos dará de nuevo la sonrisa de la vida nueva, de la nueva humanidad que nacerá consigo. Aquí se trata de volver a Él, porque la verdadera historia, la que permanecerá en la eternidad, no es la hecha por los poderes de este mundo, sino la hecha por Dios junto con sus pequeños y sencillos, como María y José o los pastores que eran despreciados y no contaban para nada; son los pequeños y los pobres que han sido hechos grandes por su fe, porque a pesar de todo siempre saben continuar esperando.
Nuestra Señora, ni siquiera tuvo una vida cómoda, sino preocupaciones y temores y los problemas de ella no desaparecieron con el espectacular anuncio del ángel, si no que por el contrario, aumentaron para su vida. Sin embargo, en su condición de llena de gracia, ha vivido una vida hermosa, ¿cuál fue su secreto? La Palabra de Dios era su secreto, cerca de su corazón, ella la encarnaba en su vientre, permaneciendo con Dios, en diálogo con Él en todas las circunstancias; María ha hecho su vida más bella. Pidámosle pues, que nos ayude a vivir también a nosotros una vida hermosa, diciendo también nosotros Sí a Dios, trabajando incansablemente en su plan de salvación en favor de todo el género humano. Y por esto, queridas hermanas y hermanos, les deseo que tengamos una muy hermosa Fiesta de la Inmaculada Concepción de María Santísima.
Que el Señor les siga bendiciendo a cada uno y a cada una de ustedes.
+ Héctor Vargas
Obispo de Temuco
Fuente: Comunicaciones Temuco