El padre Raúl Manríquez está celebrando 70 años de sacerdocio, al servicio de la Diócesis de Chillán. En su trayectoria, desempeñó varios papeles, como el de vicario general por 34 años en el Obispado. Pero también tuvo un papel relevante en los sucesos que trajeron consigo el golpe de estado de 1973, periodo en el que instaló en la ciudad la Vicaría de la Solidaridad, de la que estuvo a cargo. También estuvo ligado a la creación de la Pastoral Obrera, la que prestó asesoría a los trabajadores de la zona en los momentos más complejos de nuestra historia.
Hoy, el presbítero pasa sus días en casa, pero reconoce que, a ratos, la angustia por la propagación descontrolada del Covid-19 se apodera de él. “Ando pensando en el entorno, en la gente, en el sufrimiento. Tras pasar la experiencia de estar ya cinco meses recluidos escuchando las noticias, no tengo ninguna claridad de cómo terminará esto”, reflexiona. En medio de esta recordó los episodios que han marcado este camino de entrega desde que se ordenara, cuando apenas tenía 24 años de edad.
¿Por qué decide ser sacerdote?
Pertenezco a una familia que fue siempre muy cristiana, cercana a la iglesia, muy cumplidora en lo tradicional de los cristianos. Estuvimos viviendo en distintos lugares por traslado de mi padre que era empleado público, pero mientras estuve en mi pueblo natal, Bulnes, participé bastante en la parroquia. Fui acólito, y pertenecí a la Cruzada Eucarística. El año 1937 llegó el obispo Jorge Larraín, quien tenía una preocupación especial por las vocaciones sacerdotales. En su visita pastoral a Bulnes, él habló con el párroco y quisieron conversar conmigo. Me propusieron la posibilidad de llegar a ser sacerdote. Respondí afirmativamente. En marzo de 1938 ingresé al Seminario Metropolitano de Concepción, en donde comencé Humanidades. Más tarde, hice tres años de Filosofía y cuatro de Teología.
¿Cuál fue su primera destinación?
Lo primero fue enviarme como vicario cooperador a San Pedro de Cauquenes que en ese tiempo pertenecía también a la Diócesis de Chillán. Casi siempre a los sacerdotes recién ordenados los enviaban allá, para ir aprendiendo de sacerdotes mayores el trabajo pastoral. Pero estuve poco tiempo porque al año siguiente me designaron prosecretario del Obispado de Chillán, cargo en el cual estuve desarrollando también otras tareas diocesanas, como ser párroco suplente de Chillán Viejo. Cuando cumplí tres años de sacerdote, el obispo Jorge Larraín me nombró secretario del Obispado. Tengo la hoja manuscrita que firmó. Tras todo eso, en 1961 fui nombrado párroco de Pinto en donde estuve hasta el 65. Tras una jornada diocesana en donde analizamos las repercusiones del Concilio Vaticano II, me trasladaron a la Parroquia Central de San Carlos en donde permanecí hasta 1972, año en que el obispo Eladio Vicuña me pidió ser vicario general. Cuando don Eladio se fue como arzobispo de Puerto Montt, quedé como vicario capitular encargado de la Diócesis por seis meses hasta que fue designado el nuevo obispo, quien me ratificó en el cargo de vicario general. Al final, estuve 34 años en la Vicaría con sucesivos obispos.
Su aporte a la zona es ampliamente reconocido como un férreo defensor de los Derechos Humanos. Esta labor le ha significado varios homenajes ¿Cómo enfrentó ese periodo de nuestra historia?
Fue la época más intensa y más desconocida para nosotros, porque era cambiar de la vida ciudadana habitual democrática a un régimen militar estricto y que fue sumamente violento en sus comienzos. En esa época se creó la Vicaría de la Solidaridad, y yo quedé a cargo de ella. Tenía que atender a mucha gente que fue llegando a contar las situaciones de su familia, porque muchas quedaron separadas por la detención de los jefes de hogar, de las dueñas de casa. Contaban que había gente desaparecida. Recuerdo que hubo que tener mucho tino y cercanía con las autoridades militares para interceder en algunas cosas. En el primer momento no fue muy difícil para mí el contacto, porque cuando fui párroco en San Carlos, conocí a Mario Romero Godoy, quien llegó a ser fiscal militar en Chillán y con él conseguimos algunas cosas. Además, había que ir a la cárcel a visitar a los detenidos. Naturalmente yo tenía que decir algunas cosas públicamente, en las entrevistas, enfrentando la situación. Afortunadamente, en 1978 pudimos levantar Radio El Sembrador, y desde ahí, comenzamos a hacer declaraciones públicas en los medios y creo que la gente que se sentía perseguida tuvo mayor confianza. Paralelamente nació el Departamento Laboral, donde fui asesor. Por eso fui bastante conocido, sobretodo de las personas que tuvieron problemas con el gobierno.
¿Recibió amenazas en ese periodo de la historia?
Sí, algunas como rayados en las murallas que decían “cura rojo”. Recuerdo que había personas que eran de iglesia, pero también estaban de acuerdo con el gobierno militar y eso creaba algunos conflictos. Nosotros sabíamos que nos espiaban en algunos actos, pero seguimos realizándolos, como la celebración del 1 de mayo a la cual naturalmente iban trabajadores y obreros que no eran adictos al gobierno. Entre ellos se mezclaban los agentes de los servicios de seguridad, ya los conocíamos. También recibimos amenazas veladas como “no se impliquen en casos muy difíciles porque puede ser peligroso para ustedes”. Gracias a Dios no me pasó nada.
En octubre pasado se detonó el estallido social ¿cómo vivió ese momento pensando en la iglesia?
No fue raro. Siento que me han tocado momentos muy distintos. Cuando comencé a ser sacerdote estábamos en un periodo de iglesia triunfalista porque era respetada, pero estaba bastante alejada de la sociedad civil. Tras el Concilio Vaticano II, la iglesia fue entendiendo que tenía que estar más preocupada y ser parte de la sociedad civil, tenía que estar en los problemas sociales. Ahí empezó un periodo de mucho más compromiso. Luego vino la Unidad Popular y estuvimos más implicados en los problemas de la gente. Para qué decir con la dictadura militar. Ahí sí se estuvo, en temas ligados con la libertad personal, las torturas, las detenciones, la pobreza. Por esos años, dirigí desde el Obispado orientaciones para que todas las parroquias tuvieran el servicio de comedores solidarios. Más tarde, con el retorno a la democracia los obispos llamaron a las personas a participar del Plebiscito. En la Diócesis también hicimos un llamado a los católicos a participar en ese Plebiscito. En resumen, estuvimos cerca de la gente. Los últimos años hemos visto que la iglesia decayó en protagonismo. Antes del estallido, vino dentro de la iglesia el problema de los abusos, las acusaciones, el desprestigio. Hemos tenido que sufrir eso.
Entonces, ¿cuál debiera ser ahora el papel de la iglesia?
Cuando llega el estallido, de nuevo aparece el compromiso que debemos tener con toda la gente que ha sido víctima de la situación producida. Pero ahora también hay que sumar la pandemia. Ahí, naturalmente el corazón de la iglesia que es la solidaridad ha tenido que aflorar en lo concreto; en ese sentido la gente también está recuperando su sentido de pertenencia a la iglesia, de respetarla, porque estamos todos en esta tarea que aflige a todo el país por igual. Tenemos una tarea de estar cercanos a la gente, alivianar la angustia que tienen muchos, el temor, el miedo de no saber qué va a acontecer. Hay mucho de contención, de acompañar para alivianar la angustia y han aparecido de nuevo la pobreza, las ayudas sociales. He pensado en eso en estos días, en que hemos tenido periodos gloriosos y otros de mucha humillación y angustia. El Concilio Vaticano II dice que “el gozo y la esperanza, las angustias de la gente, sobretodo de los más débiles, son también el gozo y la esperanza de la iglesia y que no hay nada humano que pueda ser ajeno al corazón de un cristiano”.
¿Y en el tema de los abusos eclesiales? ¿Cómo lo ha vivido?
Hay muchas implicancias de diverso tipo, hemos sido tocados porque ha habido acusaciones a personas directamente nombradas, que han aparecido públicamente y cuyos casos se han ventilado en todo ambiente, incluso de uno de nuestros obispos que acaba de fallecer, Francisco José Cox. Ha habido mucha angustia porque entre los sacerdotes había bastante amistad siempre, y de pronto nos vemos reducidos, hay un número grande de sacerdotes que se han visto implicados en estas situaciones y uno personalmente no se puede desentender de ellos. Lo más doloroso ha sido la situación de los que han sido privados de su ejercicio sacerdotal. Es muy humillante, doloroso, y eso afecta sobre todo a quienes tenemos más historia. Esto nos pesa mucho, nos duele, estamos disminuidos, temerosos tratando de buscar la conversión pastoral de la iglesia, como seguir preocupados de la gente, buscar nuevas metodologías, es una tarea, un desafío grande, y a eso nos están llamando los obispos que están recuperado la voz para dirigirse a la ciudadanía.
Fuente: Comunicaciones Chillán