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Te Deum 2020
18 de septiembre de 2020
1. Historia
El año 1915 se estableció de manera oficial el 18 de septiembre como “La conmemoración de la Independencia Nacional y el 19 de septiembre como la celebración de todas las glorias del Ejército de Chile. El 18 de septiembre de 1810 se formó la primera Junta Nacional de Gobierno, es decir el primer gobierno autónomo, que da inicio al proceso de total independencia de Chile de la Corona Española y la formación de Chile como un Estado Nación. El Te Deum es una acción de gracias que se realiza desde el año 1811 en la capital de Chile y desde unos años después a la largo de todo el país.
2. Tiempo de dolor, oscuridad y tristeza
Este año lo celebramos en un contexto de dolor, oscuridad y tristeza. En pocos meses han muerto más de 900 mil personas de coronavirus en el mundo. En Chile nos acercamos a más de 12 mil. Cada fallecido es un ser humano con nombre y apellido, familia e historia. Nos duele su partida, tan rápida, tan inesperada, tan dolorosa. Por ellos y sus familias, levantamos nuestra oración al Dios de todo consuelo para que los anime y les devuelva la esperanza. También rezamos por los miles de compatriotas que están en los hospitales y clínicas, debatiéndose algunos entre la incertidumbre de qué va a pasar en el futuro y otros entre la vida y la muerte. A ellos toda nuestra solidaridad, nuestro afecto y nuestras oraciones a Dios todopoderoso.
Pero también ha aparecido otra pandemia, la de la ausencia de trabajo y de poco optimismo por la incertidumbre que nos ofrece el futuro. Hay que reconocerlo que el hambre ha azotado a muchas personas. Son muchos los chilenos que se esmeran en lavarse las manos pero no tienen qué comer. Esta terrible situación, en gran medida consecuencia de la primera, se vence con una gran corriente de solidaridad. Tanto dolor y angustia en tantos hogares que ven truncados sus sueños y los de sus hijos porque de un día para otro se encontraron sin trabajo y sin un ingreso familar.
También, y ello duele hasta el alma, se ha sumado una ola de violencia inaudita. Tanta violencia hemos visto en estos meses, que sólo genera más violencia. En nombre de Dios es bueno recordar que la violencia no soluciona absolutamente nada, genera más temor y miedo entre la inmensa mayoría de los habitantes de esta bendita tierra que sólo quiere vivir en paz. Un alto a la violencia es una urgencia, que la imploro porque nos está matando. Urge un alto a la violencia en los hogares, donde siempre y lastimosamente los más perjudicados son las mujeres y los niños. Un alto a la violencia rural y a todo acto que ponga en peligro la vida humana y la propiedad privada que tantos chilenos han logrado después de años de trabajo y con tanto sacrificio. Es imperativo un alto a la violencia que proviene del tráfico de droga que está haciendo un daño irreparable al tejido social de Chile y a las futuras generaciones. Como nos duele ver tantas malas noticias, tantas muertes que se pudieron haber evitado.
Esas son las tinieblas de las que nos habla Isaías y que siguen presentes, las podemos ver, las podemos tocar, las podemos palpar en nuestras propias vidas y nos hieren porque hieren el alma de Chile.
3. Tiempo de luz y de solidaridad
Junto a las tinieblas hemos apreciado la luz, sí, mucha luz. La luz de los que día y noche sin descanso han tratado y cuidado a los enfermos. A todo el personal de salud y sus servicios asociados, gracias. Muchas veces muchas gracias. Ha aparecido la luz que nos traen los profesores y asistentes de la educación. Conmueve la fidelidad a su vocación. He sido testigo como, con tanta entrega y en medio de inmensas dificultades frente a un escenario desconocido e incierto, han dado lo mejor de sí para sacar adelante los estudios de sus alumnos de básica, media y universitaria. Ha sido un trabajo titánico que sin la vocación que los anima habría sido imposible sacar adelante. Chile cuenta con un cuerpo docente extraordinario que hace de la adversidad una gran oportunidad para enseñar y sacar lo mejor de los alumnos.
Ha habido luz también en los organismos del Estado que han debido adecuarse de manera rápida a una situación tan imprevista, nueva y difícil de conocer en profundidad. El Estado a través de sus organismos constitutivos han dado lo mejor de sí. Este es un tiempo de reconocimiento para civiles y uniformados. Con abnegación ninguno se restó a la tarea de sacar adelante al país en medio de una tormenta sanitaria, económica y social sin igual. Invito a ponerse en el de los que han enfrentado la parte más compleja de esta pandemia y reconocer su esfuerzo. Esa es la actitud que corresponde. No es el momento, no están los tiempos para subirse a un balcón, a “balconear” como dice Francisco, y criticar todo cuanto se hace y se dice. Este es el momento de la unidad, de dejar de lado los egoísmos y los proyectos personales, por muy legítimos que sean, para sumarse al gran proyecto de cuidar la vida, evitar más enfermos y más muerte.
También ha habido mucha luz en aquellos trabajadores anónimos, que en silencio, en medio de tantas dificultades sacan adelante trabajos indispensables. Gracias a quienes día a día recolectan la basura en los hogares, gracias a aquellos que están siempre disponibles para ayudar.
La luz también ha llegado de cientos de miles de voluntarios, hombres y mujeres de los barrios que conocen las necesidades de los vecinos y se han organizado. Ello ha permitido un plato de comida caliente, una caja de alimento, un consuelo, un saludo, una compañía. Gracias por este esfuerzo cotidiano y de tantos sectores de la población que no se quedaron inmóviles esperando la ayuda del Estado, que, por más esfuerzo que haga, no es capaz de proveer todas las necesidades que han aparecido, o del sistema económico que se ha impuesto. Con cuánta sabiduría la misma experiencia nos ha dicho que el estadocentrismo y el mercadocentrismo no son los modelos que por sí solos llegarán a generar las condiciones adecuadas para que cada habitante del país tenga lo suficiente para vivir con dignidad. Estas luces, que han brillado y han hecho tanto bien son los talentos desplegados de miles de hombres y mujeres, y muchos de ellos animados por la luz de Cristo, aquella que disipa las tinieblas y nos muestra el camino a la verdad, la justicia y la paz. Me permito hacer un reconocimiento especial a los consagrados de la Arquidiócesis y a los laicos, hombres y mujeres, que han sabido ver a Cristo en el que sufre.
Por eso decimos, grande eres Chile, te amamos de todo corazón. La pandemia no nos ha robado la esperanza, no nos ha robado la solidaridad que nos caracteriza. País bendito que se niega por todos los medios a que la pandemia del coronavirus y de la indiferencia venzan por sobre el bien y la vida.
Desde este lugar vacío de personas, pero lleno de Dios le decimos a cada habitante de esta tierra: tus penas y alegrías son nuestras penas y alegrías, tus esperanzas y desvelos son nuestras esperanzas y desvelos. Chile emociona por su gente. Personas preciosas que no abandonan al caído, al encarcelado, al enfermo, al que requiere un plato de comida o una mano amiga.
4. Mirar hacia el futuro
¿Qué le dejaremos a las futuras generaciones, las tinieblas o la luz? ¿De qué manera cada uno de nosotros se pregunta si con sus palabras, acciones, omisiones y pensamiento le está dejando a quienes hoy están viviendo su niñez y adolescencia un mundo mejor? Esa pregunta es intransferible y dependerá de lo que cada uno haga con los talentos que Dios le ha dado.
Sabemos que muchos se esfuerzan, y no sin dificultad, para dejarle a las futuras generaciones un Chile mejor del que heredamos. Se nos impone, hoy y sin demora, construir un país donde todos tengan un espacio para desarrollarse, para formar una familia, para trabajar. Y lo tengan por el solo hecho de ser un ser humano, sin importar el color de la piel, la religión, la etnia, ni características personales. Queremos dejar un país que permita vivir a fondo nuestra vocación originaria de amar y ser amados. Si no tenemos la experiencia de ser amados y de amar, la riqueza que significa ser un ser humano se obstruye, se empobrece, no da buenos frutos. La familia tiene un protagonismo ineludible e insustituible que debemos promover y apoyar. Propongámonos que la civilización del amor sea el norte de todo cuanto hagamos, digamos o proyectemos. La cultura de la solidaridad ha de ser el proyecto político que nos debe orientar, así como la cultura por el respeto irrestricto del otro, única y exclusivamente por ser un ser humano.
Ello será posible si desterramos el individualismo y el interés personal que se apoderó de la mente de unos pocos al punto de hacerlo prevalecer por sobre el bien común. Cuando el bien común no está en el centro de las decisiones personales, no podemos esperar nada bueno en el futuro, porque así no se construye comunidad, no se construye vida de barrio, no se construye fraternidad, ni amistad cívica. El amor es un motor poderoso de la vida, y generadora de sentido. El amor nos ayuda a salir de nosotros mismos para dar vida a otras personas. San Pablo decía, “si no tengo amor no soy nada”. No nos podemos conformar sólo con vivir uno al lado del otro. Hemos de promover una cultura de los unos para los otros para cuidarnos. Ese amor se muestra cada vez más esquivo en los niños de nuestro país y en los adultos mayores. Ellos son los que más están sufriendo en estos momentos, junto a las personas en situación de calle, personas con capacidades diferentes y los migrantes. No podemos hacer como si no existieran, ni su bienestar puede estar supeditado al bingo, a la rifa, al bono de colaboración de terceros, o a la alcancía en los supermercados. El talante de una sociedad se mide por la capacidad que tiene de hacerse cargo de los desvalidos.
Tenemos para ello que recuperar el sentido de comunidad, de bien común. Reconocernos todos en una misma barca y necesitados de los demás. Si ello no acontece, el “yo” prevalece sobre el “nosotros”, se pierden las confianzas mutuas, y nos atrincheramos en nuestras propias ideas y prejuicios. Cuando el bien individual mueve al ser humano, las tentación por el poder es tal, que hasta con malas prácticas se pretende su logro. Eso lo tenemos que erradicar con vehemencia antes que sea demasiado tarde.
Junto a ello hemos de cuidar, fortalecer y felicitar a los miles de compatriotas honestos y abnegados que tejen el tejido social. Es un deber de justicia. Son millones. Ellos serán los grandes custodios de todo lo que es bueno, verdadero y bello en el ser humano y en la comunidad.
5. El pueblo mapuche
Dios permita que estas fiestas patrias nos abran el corazón al diálogo sereno en medio de las dificultades y nos regale un espíritu de colaboración, de unión y de amistad sincera con el Pueblo Mapuche. No tengamos miedo de reconocer la cultura y la belleza del Pueblo Mapuche. Y que ello se manifieste constitucionalmente. Este noble pueblo tan martirizado, es y seguirá siendo una riqueza inmensa para nuestro país. Ellos tienen no sólo el derecho, sino que el deber de custodiar sus tradiciones, su cultura, su lengua, sus ritos, su visión del hombre, de la naturaleza y del mundo. Es mucho lo que le puede enseñar a una sociedad que se dejó llevar por la mirada occidental de la vida que desecha al que no produce, y que aspectos tan fundamentales de la vida humana, como la salud, la educación, el techo para vivir, quedó supeditado a la fría ley de la oferta y de la demanda.
No tengamos miedo de reconocer la deuda que tenemos respecto de ellos. Miremos experiencias internacionales y emprendamos la ruta de la sana y respetuosa convivencia y del diálogo fecundo.
Ampliemos la mirada, no hagamos cálculos mezquinos, emprendamos el camino de la unión, del respeto mutuo, de la colaboración. No podemos dejarle por herencia a las futuras generaciones la actual situación en la que nos encontramos y que trae tanto dolor, tanto sufrimiento, tanta angustia.
6. Plebiscito
Muy pronto en nuestro país se llevará a cabo un plebiscito donde decidiremos mediante una votación si queremos o no cambiar la constitución. Al respecto, lo primero que le pido a los católicos y a los hombres y mujeres de buena voluntad que vayan a votar, que hagan sentir su voz en este ejercicio que nos permite la democracia. No le corresponde a la Iglesia decir qué opción tomar. Ello es responsabilidad de cada cual. Les pido que se informen, que estudien, que formen su conciencia adecuadamente a la luz del Evangelio y la enseñanza de la Iglesia y voten por el camino que permitirá de mejor forma cimentar una sociedad que permita a cada ser humano sacar lo mejor de sí mismo, y sea respetuosa de la vida humana, del medio ambiente, del derecho de los padres a educar a sus hijos, de la libertad de culto, y garantice de mejor forma la posibilidad de ganarse el pan con el trabajo en un contexto de transparencia e igualdad de oportunidades.
Conclusión
Chile con sus logros, sus aciertos y sus desafíos celebra hoy su día patrio y las glorias del Ejército. Que Dios todopoderoso proteja con su manto a este pueblo, lo cuide y le regale prosperidad, paz, y amor.
Que Dios nos regale la lluvia para que no falte el pan en nuestra mesa. Que Dios nos asista con su luz, su sabiduría y su amor en estos tiempos que nos ha tocado vivir de pandemia, de muerte y de dolor. Que Dios nos regale también el poder entregar lo mejor de nosotros mismos para dejarle a las próximas generaciones lo que a nosotros la vida nos negó. Que Dios nos bendiga y la Virgen María nos cubra con su manto.
+ Fernando Chomali G.
Arzobispo de Concepción
Fuente: Comunicaciones Concepción