Queridas/os hermanas y hermanos en el Señor,
Estamos por comenzar la principal semana de nuestra vida cristiana. La viviremos este año de manera distinta, en nuestras casas, sin encontrarnos en nuestras capillas ni templos ni en otras expresiones devocionales. Pero estaremos unidos en la fe, en medio de este difícil tiempo de pandemia que vive la humanidad.
Más que nunca les invito a tener presente los misterios y valores que revivimos cada año en esta semana: la acogida a Jesús como Señor y Salvador de nuestras vidas; el llamado al servicio, a semejanza de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir; el reconocimiento de la pasión del Señor en los rostros sufrientes de hoy; la alegría por los signos de esperanza y resurrección presentes en nuestro mundo.
Renovaremos así nuestra fe y nuestro bautismo, muriendo con Cristo para resucitar con él y acoger así la Vida Nueva que él nos regala. Atesoremos todo esto en nuestro corazón, admiremos una vez más el gran amor que Dios nos muestra en Jesús y celebremos de este modo el misterio pascual de Aquél que “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida” (Prefacio Pascual I).
Es evidente que todo esto lo viviremos en medio de preocupaciones y temores, con la enfermedad y la incertidumbre cruzando nuestras vidas. Incluso con cierta tristeza. Pero, aun así, es posible que en el corazón del creyente permanezca la alegría, que “no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios” (Aparecida 29). Es el gozo que tiene su fundamento en el Dios que asumió nuestra condición humana y triunfó sobre la muerte. El gozo de sabernos acompañados por el Resucitado: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección (…) en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto” (Papa Francisco, EG 276)
Invito a cada uno de ustedes a buscar los caminos para vivir en la fe estos días santos. Por muchos canales habrá transmisión de los oficios litúrgicos que los sacerdotes celebrarán sin fieles. A quienes ayude seguir estas liturgias, es un buen medio. Pero también se pueden buscar o sumar otros: la oración en familia, la oración personal, la lectura de la palabra de Dios, la meditación del vía crucis, etc. En el sitio web del obispado y en muchos otros portales digitales hay subsidios. Lo importante es unirse a Cristo, a su entrega de amor, y dejar que él renueve nuestra vida y la convierta en “ofrenda viva, santa, aceptable a Dios: éste es el verdadero culto” (Rom 12, 1).
Junto con esta invitación, quiero exhortarlos a no descuidar la preocupación por la solidaridad, para mantener vivo en nosotros y en nuestras comunidades el anhelo de servir y de acompañar a los que más sufren. No podemos actualmente desplegar muchas iniciativas, por las restricciones que impone la situación sanitaria, que tenemos que asumir responsablemente. Pero algunos caminos podemos ir explorando y concretando: estar cerca de personas solas y ancianas, a través del teléfono o ayudas puntuales cuando se pueda; disponer de alimentos para personas que lo necesitarán; no olvidar la campaña Cuaresma de Fraternidad; ponerse de acuerdo para confeccionar mascarillas, etc. Posiblemente más adelante se necesiten voluntarios para atender enfermos o responder a otras necesidades de la comunidad. Mantengamos un corazón solidario y evitemos ese temor discriminador, que tanto mal hace a nuestra sociedad.
Como se ha dicho reiteradamente, las próximas semanas y meses serán difíciles, especialmente para los más frágiles. Que nos acompañe y fortalezca la alegría de la Pascua, pues ¡Resucitó Cristo, nuestra esperanza!
Su hermano en Cristo
+ Sergio Pérez de Arce Arriagada
Obispo electo de Chillán
Administrador Apostólico
Chillán, 3 de abril de 2020
Fuente: Comunicaciones Chillán