"Ningún cristiano puede quedarse de observador, menos aún de censor o de condenador"
A continuación el texto completo de la homilía:
1.- “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”, pronuncia la voz del cielo sobre Jesús que acaba de ser bautizado en el Jordán. Que nada nos desenfoque en esta fiesta, en esta celebración: el centro es Jesucristo: “Dios ungió con el Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén. Luego lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día” (Hch 10, 38-41). Por medio de Jesucristo, que es Señor de todos, recibimos el don de la libertad y de la paz.
Jesucristo vive en el tiempo; el tiempo es de Dios; suya es la eternidad y el tiempo. Y Dios sabe cuándo es el momento preciso para cada cosa, para cada paso en el plan de Dios. ¿Por qué ahora? ¿Por qué a los 30 años? Ahí está Jesús. A la orilla del Jordán para recibir el bautismo. Juan se resiste: “Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti”. Apenas Jesús fue bautizado el Espíritu se manifiesta en forma de paloma y de voz que proclama: “Este es mi Hijo muy querido” … Jesús va a ser menospreciado, insultado, calumniado, rechazado, una y otra vez meditará: “Este es mi Hijo”; y le aflora desde el corazón a los labios la certeza; “Padre, Padre mío, no entiendo, pero que se haga en mí tu voluntad, que tu plan de salvación, que tu Reino avance”.
Cada cristiano, usted y yo fuimos bautizados un día. Y en la fe la comunidad cristiana entendió cómo se decía sobre nosotros: “Este es mi hijo, esta es mi hija”. Ya nada ni nadie nos quitará esa dignidad, ese carácter: soy hijo amado de Dios. Nos desfiguramos con nuestros propios pecados, nos combaten desde fuera con criterios y acciones de violencia, injustica, corrupción, ridiculización. El Bautismo nos hizo criaturas nuevas (Gal 6, 15), y nos regaló la libertad de los hijos de Dios; apenas bautizados rezamos con Jesucristo y con la comunidad: Padre nuestro… Será la oración que nos acompañe porque cada uno debemos encontrar el camino, la vocación personal, y los momentos de Dios que muchas veces no coinciden con nuestros planes.
El obispo es un cristiano que debe buscar el rostro de Dios, que reza “venga tu Reino, hágase tu voluntad”. El obispo sabe de dificultades, de cansancios, de soledad y de luz, sabe del misterio terrible del pecado (de los pecados de los fieles y de sus propios pecados); por eso se acoge a la oración de ustedes. Yo les pido que recen siempre para que pueda tener un corazón de buen pastor como Jesús Buen Pastor, un corazón para amar y servir a todos por amor a Jesucristo.
2.- Enseña san Juan: “La gracia y la verdad nos han llegado por Jesús”. “A los que recibieron a Jesucristo, a los que creen en su Nombre les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Estos no nacieron de la sangre ni por deseo y voluntad humana, sino que nacieron de Dios”, (Jn 1, 12-13, 17). Estamos llamados a vivir y conducirnos de modo nuevo, somos libres para amar a todos, incluso a los que nos persiguen y calumnian, como lo hizo Jesús que pasó haciendo el bien a todos.
Por el Bautismo nuestro compromiso se une a otros compromisos, nuestra fe y nuestra vida se enlaza a otras: formamos la Iglesia, y como comunidad y en colaboración (sinodalidad) debemos proclamar y vivir el Evangelio. Me siento en este momento muy unido y agradecido al Papa Francisco que me encomienda este ministerio; me siento muy unido a los demás obispos en la Conferencia Episcopal o ya obispos venerables por los años y servicios prestados; me siento muy unido especialmente a los colaboradores más cercanos Mons. Cristian Roncagliolo, Alberto Lorenzelli; me siento muy unido al Presbiterio y a los diáconos; unido también a todos los religiosos y religiosas; me siento muy unido a las familias. Y cada uno de ustedes sabe que la Iglesia no soy yo, ni los obispos, ni los sacerdotes o religiosos solos; todos los bautizados somos la Iglesia, todos somos hijos amados de Dios, todos somos enviados a vivir como Jesucristo y a proclamar su doctrina. Agradezco a la Orden de los Capuchinos y a cada uno de los hermanos que me han formado con sus consejos y admirables ejemplos, y que rezan por mí; agradezco a tantas religiosas y religiosos fieles, generosos, sacrificados, apostólicos y orantes. Espero de todos la oración y la colaboración, y la fidelidad a su carisma. Queremos ser una Iglesia dispuesta para toda obra buena, donde cuantos son llamados a la práctica de los consejos evangélicos, que se entregan de una manera peculiar al Señor, vivan cada vez más para Cristo y para la Iglesia, porque “cuanto más fervientemente se unen a Cristo por su entrega personal durante toda la vida, tanto más se desarrolla la vida de la Iglesia y más vigorosamente se fecunda su apostolado” (Perfectae Caritatis 1).
Siento y quiero expresar mi agradecimiento a la diócesis de Copiapó, donde comencé a aprender a ser obispo. Desde estos meses de permanencia en esta archidiócesis de Santiago, doy testimonio de que he encontrado tesoros de bondad y sabiduría en personas y comunidades que he ido conociendo. He podido compartir con algunas comunidades y poblaciones, he podido encontrarme con enfermos en hospitales, y con hermanas y hermanos privados de libertad o en situación de descarte, he podido encontrar a muchos inmigrantes, he podido encontrar a personas heridas por los abusos e injusticias. Saben bien que no es el obispo el que hace todas las cosas; es la Iglesia la que acoge, la que consuela, la que ilumina, la que evangeliza, la que celebra, la que ayuda en solidaridad o caridad. ¡Tantos sacerdotes, religiosas y religiosos, matrimonios y familias, fieles admirables! Hermanas y hermanos que, unidos en Iglesia, vinculados a sus pastores, se sienten unidos a Jesucristo como el sarmiento a la vid y por eso dando frutos.
3.- En este momento tan importante para mí, quisiera con san Francisco de Asís mirar desde la fe y con mi cariño especial a los sacerdotes “porque ellos consagran y administran el Cuerpo y la Sangre del Señor…” Quisiera ver en los sacerdotes la presencia y el rostro de Dios, y ayudarles a sentirse personas contentas de su Bautismo, contentos y entusiasmados de su vocación, de su ordenación, de su ministerio sacerdotal. Es Jesucristo quien los llamó y los llama en esta hora hermosa que vivimos.
Y a ustedes, diáconos, invitarlos al mismo gozo y generosidad.
El tema de las vocaciones sacerdotales, diaconales y religiosas, no es sólo del obispo o de los sacerdotes; es de todos ustedes, comunidades y hermanos; debemos pedir nuevas y buenas vocaciones; tengo que agradecer públicamente al Seminario y a los formadores, y animo los seminaristas, y animo a los jóvenes que sienten inquietud vocacional.
Me alegra decirles a ustedes que he encontrado jóvenes que creen en el matrimonio y la familia y se preparan para ello; jóvenes inteligentes y lúcidos, comprometidos y generosos dispuestos a poner sus esfuerzos para una Iglesia y un Chile donde de verdad se instale la civilización del amor, la civilización de la honradez, la civilización de la vida; que he encontrado matrimonios y familias cristianas felices de compartir la vida y la fe, bautizados confiando en Dios porque saben que se hace presente en esa Iglesia doméstica.
Me alegra decirles que Dios es bueno con nosotros y nos regala niños. Cada niño es un tesoro para la familia, para la Iglesia, para Chile. Cada vida, desde su concepción hasta su muerte natural es sagrada y debe ser respetada, acogida, ayudada. Nuestras parroquias y locales y nuestras familias cristianas, deben ser espacios seguros de respeto y crecimiento.
Me alegra el servicio de las mujeres y su compromiso con la vida; valoro toda esa acción, pero valoro principalmente su ser mujer, su aporte femenino, y espero e invito a que podamos seguir colaborando y creciendo como mujeres, como personas, como cristianas.
Pasamos por días de agitación, de división y ataques (la división, la injusticia, la mentira, la violencia, son contrarios a nuestra condición cristiana, a nuestro compromiso bautismal). La palabra de Dios nos ha repetido que “en cualquier nación, el que lo teme y obra con rectitud es agradable ante Dios. Dios envió su Palabra anunciando a los Israelitas la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos” (Hechos 10, 35-36). Ningún cristiano puede quedarse de observador, menos aún de censor o de condenador; todos debemos preguntarnos ¿qué es la voluntad de Dios para mí? o con frase más familiar ¿qué haría Cristo en mi lugar? Todos los laicos son bautizados, y la promoción del laicado no consiste en pelear por puestos o servicios, sino que empieza por aprender a Jesucristo (su vida y hechos, su doctrina,) y por tener experiencia de Jesucristo y de Dios. A ustedes, a todos los laicos de la diócesis los invito: vivan el gozo de su Bautismo, traten de poner a Jesucristo en el centro de sus vidas, sean testigos de Jesucristo en sus hogares, en sus barrios, en sus negocios y lugares de trabajo, en las carreteras y en las diversiones, en los hospitales, etc. A todos ustedes, laicas y laicos, les invito a participar y formarse mejor, y los invito a participar y ayudar a otros laicos a que se puedan enriquecer con el aporte y testimonio que usted ofrece ¡Qué bendición, qué modo más hermoso de vivir el ser bautizado, el conocer a Jesucristo y seguirlo tratando de pasar haciendo el bien a todos!
Mi saludo al señor. Nuncio Mons. Alberto Ortega, a quien deseo una labor fructífera y serena.
Mi agradecimiento a quienes me han precedido en el servicio a esta Iglesia Particular de Santiago: sus enseñanzas, sus virtudes, forman parte de la historia que hoy vivimos nosotros porque no hay fe sin historia.
A quienes viven su fe evangélica, judía, islámica, o en otras congregaciones, saludo y encomiendo porque seamos hermanos en las palabras y seamos hermanos de verdad en el trato y en la colaboración. El Altísimo nos bendiga.
Tenemos como modelo, ejemplos y protectores al apóstol Santiago, y a la Virgen María, Madre de Jesucristo y Madre nuestra, Señora y Reina de Chile. Ellos intercedan por nosotros, y así como vivieron con alegría y generosidad su colaboración en el plan salvador de Dios nos ayuden ahora a celebrar este sacramento de la fe en nuestro altar, y a salir más comprometidos en nuestro Bautismo. En la fe y en el misterio ahora resuena sobre cada uno de nosotros y sobre la comunidad que conformamos la gran verdad: “Este es mi hijo, estos son mis hijos amados”. Paz y bien a cada uno de ustedes.
Monseñor Celestino Aós, OFMCap
11 enero 2020
Fuente: www.iglesiadesantiago.cl