Ha llegado la hora de dejar de lado todo atisbo de soberbia, de arrogancia, de aires de superioridad y entrar en los más profundo de nuestro corazón para preguntarnos de qué manera cada uno de nosotros con nuestros pensamientos, obras y omisiones, hemos contribuido a que tantas personas de realidades tan diferentes hagan saber que no están contentos; que no son felices; que no se sienten en su casa en su propio país.
Lo más fácil es culpar a los demás. Sin embargo, cada vez que no saludamos a una persona, que la humillamos, que la engañamos, que pensamos en nuestro interés personal más que en el bien común, fuimos generando rabia, mal ambiente, en definitiva, fuimos sembrando vientos que tarde o temprano terminarían en la tempestad que estamos viviendo.
Parafraseando a Amado Nervo, hemos visto al final de nuestro rudo camino, que todos, hemos sido los arquitectos de nuestro propio destino. Llegó la hora de la valentía, de la humildad y de la verdad. Llegó la hora de, como el Hijo Pródigo, levantarnos, reconocer que hemos pecado, reconocer el daño que hemos hecho y volver a empezar, en primer lugar pidiendo perdón y reparando el mal causado.
Sólo así, podremos sanar nuestras heridas, nuestros dolores y nuestras penas. Desde el ámbito social, creo que es la hora de reconocer que una sociedad que se funda única y exclusivamente en la competencia, sencillamente, fracasó; una educación que fija su mirada sólo en los resultados del Simce y PSU, fracasó; un modelo económico que nos mira como consumidores y productores, es decir, como un mero engranaje del aparato productivo, fracasó.
Una sociedad que descarta a los que están por nacer porque no son considerados dignos de existir porque tienen una malformación, o pretende eliminar a los enfermos terminales, bajo la apariencia de compasión, fracasó. Lo que hemos visto en estos días es la muestra.
Llegó la hora de reconocernos, todos como parte de una comunidad, que con nuestras grandezas y debilidades estamos invitados a contribuir al bien común. Llegó la hora de reconocer la dignidad del ser humano, por el sólo hecho de serlo, y por lo tanto de que nadie sobra.
Pero sobre todo, estos días nos invita a reconocer nuestra mayor de las riquezas, la fe en Dios que todo lo puede, y que nos amó hasta el extremo. Se requieren medidas políticas y económicas para aliviar las penurias y angustias de tantos chilenos, sin duda. Pero también se requiere que Dios nos saque el corazón de piedra y nos infunda un corazón de carne para ser más solidarios, y así, preocuparnos y ocuparnos más de los demás que de nosotros mismos. La paz es fruto de la justicia y la solidaridad es su nombre.
Por último, en estos días aciagos donde hemos tenido que lamentar la pérdida de vidas humanas; la pérdida del esfuerzo y del trabajo de tantas personas, y la desesperanza que nos produce tanta desolación y tanto dolor, es una tarea urgente personal e intransferible trabajar por la justicia y la paz. Ello requiere coraje, dedicación, mucho trabajo y oración. Es hora de apelar a nuestras conciencias. La crisis es moral, no política, apela a nuestra conciencia, no a la del vecino.
+ Fernando Chomali Garib
Arzobispo de Concepción
Fuente: Comunicaciones Concepción