La Iglesia considera la corrupción como un hecho muy grave de deformación del sistema político, que instrumentaliza a la persona humana, impide la consecución del bien común, contradice la solidaridad y el destino universal de los bienes.
A comienzos de junio de 2006 se llevó a cabo en el Vaticano una Conferencia Internacional organizada por el Pontificio Consejo «Justicia y Paz» sobre el tema: «La lucha contra la corrupción». En ella participaron altos funcionarios de organismos internacionales, estudiosos e intelectuales, embajadores ante la Santa Sede, profesores y expertos. El objetivo de la Conferencia, como afirmó el Cardenal Renato Raffaele Martino, era tener un mejor conocimiento del fenómeno de la corrupción, precisar los métodos mejores para contrarrestarlo y clarificar la contribución que la Iglesia puede dar para llevar a cabo esta empresa.
Al concluir ese encuentro, se publicó la nota
«La lucha contra la corrupción», redactada por el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y distribuida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
En este documento, se recuerda que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia afirma que «La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas, porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos» (n. 411). La corrupción se enumera «entre las causas que en mayor medida concurren a determinar el subdesarrollo y la pobreza» (n. 447) y, en ocasiones, está presente también al interno de los procesos mismos de ayuda a los países pobres.
La corrupción priva a los pueblos de un bien común fundamental, el de la legalidad: respeto de las reglas, funcionamiento correcto de las instituciones económicas y políticas, transparencia. Siendo la legalidad un «bien común», se le debe promover adecuadamente por parte de todos: todos los pueblos tienen derecho a la legalidad. La práctica y la cultura de la corrupción deben ser sustituidas por la práctica y la cultura de la legalidad.
Ecología humana, una respuesta
La corrupción puede perpetuarse porque puede contar con una situación de inmovilidad. Pero también en las sociedades muy flexibles y móviles, con estructuras ligeras e instituciones democráticas abiertas y libres, se esconden peligros: el excesivo pluralismo puede minar el consenso ético de los ciudadanos.
Para evitar estos peligros, la doctrina social de la Iglesia propone el concepto de «ecología humana» (Centesimus annus, 38), apto también para orientar la lucha contra la corrupción. Si la familia no es capaz de cumplir con su tarea educativa, si leyes contrarias al auténtico bien del hombre —como aquellas contra la vida— deseducan a los ciudadanos sobre el bien, si la justicia procede con lentitud excesiva, si la moralidad de base se debilita por la trasgresión tolerada, si se degradan las condiciones de vida, si la escuela no acoge y emancipa, no es posible garantizar la «ecología humana», cuya ausencia abona el terreno para que el fenómeno de la corrupción eche sus raíces.
La corrupción implica un conjunto de relaciones de complicidad, oscurecimiento de las conciencias, extorsiones y amenazas, pactos no escritos y connivencias que llaman en causa, antes que a las estructuras, a las personas y su conciencia moral. Se colocan aquí, con su enorme importancia, la educación, la formación moral de los ciudadanos y la tarea de la Iglesia que, presente con sus comunidades, instituciones, movimientos, asociaciones y cada uno de sus fieles en todos los ángulos de la sociedad de hoy, puede desarrollar una función cada vez más relevante en la prevención de la corrupción.
Los antídotos
La doctrina social de la Iglesia empeña todos sus principios orientadores fundamentales en el frente de la lucha contra la corrupción, los cuales propone como guías para el comportamiento personal y colectivo. Estos principios son la dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la subsidiaridad, la opción preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes.
Para superar la corrupción, es positivo el paso de sociedades autoritarias a sociedades democráticas, de sociedades cerradas a sociedades abiertas, de sociedades verticales a sociedades horizontales, de sociedades centralistas a sociedades participativas.
La corrupción contrasta radicalmente con todos estos principios, ya que instrumentaliza a la persona humana utilizándola con desprecio para conseguir intereses egoístas. Impide la consecución del bien común porque se le opone con criterios individualistas, de cinismo egoísta y de ilícitos intereses de parte. Contradice la solidaridad, porque produce injusticia y pobreza, y la subsidiaridad porque no respeta los diversos roles sociales e institucionales, sino que más bien los corrompe. Va también contra la opción preferencial por los pobres porque impide que los recursos destinados a ellos lleguen correctamente. En fin, la corrupción es contraria al destino universal de los bienes porque se opone también a la legalidad, que como hemos ya visto, es un bien del hombre y para el hombre, destinado a todos.
Nota «La lucha contra la corrupción», del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.
Obispos chilenos en 2003: sanear la vida política y económica, derrotar la corrupción
En marzo de 2003, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile consideró necesario y urgente evitar a toda costa la impunidad y la extensión de hábitos abusivos y corruptos en el aparato público y en el sector privado.
En su declaración
"Sanear la vida política y económica, y derrotar la corrupción", los obispos planteaban que hechos recientes en entidades estatales y privadas han "encendido una alarma sobre la falta de probidad y transparencia en importantes sectores de la actividad nacional".
Frente a denuncias de la época, advertían que la confianza pública es esencial para un desarrollo sustentable y para una sana convivencia, y que erradicar la corrupción es una causa nacional y exige el acuerdo de todos los sectores.
Llamaban la atención sobre un problema ético de fondo en esta materia: "Una sociedad no puede mirar con confianza su futuro si centra su atención en el éxito económico, obtenido a cualquier precio".
Los pastores hace unos días: despertar conciencia moral y social
En noviembre de 2006, uno de los puntos que los obispos abordaron en su Declaración Pública, al término de su 92ª Asamblea Plenaria, fueron nuevas denuncias de corrupción que han conmovido a la opinión pública.
En su mensaje
"A despertar la conciencia moral y social", los obispos se asocian a la conciencia nacional por los "graves signos de corrupción que han aparecido en el horizonte de la vida política y social, puesto que la vocación política es una de las más altas formas del ejercicio de la caridad".
"No podemos acostumbrarnos o justificar formas de corrupción personal o institucionalizada, que pasan por encima de la ley, aunque sean pequeñas, o estilos de vida que no manifiestan lo bello, lo bueno y lo generoso que hay en la herencia de nuestro pueblo y del servicio público", manifestaron los pastores.
Mensaje de los Obispos "A despertar la conciencia moral y social"
Declaraciones a la prensa de Mons. Goic y Mons. Contreras V.
Fuente: Justicia y Paz - Prensa CECh