“Hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu. Si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura”, lo dijo la tarde de este viernes, 22 de febrero, la Dra. Linda Ghisoni, Subsecretaria de la sección para los Fieles Laicos del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, interviniendo en la 3° Relación, de la segunda jornada del Encuentro sobre “La Protección de los menores en la Iglesia”.
“Lobos que aúllan”
Introduciendo la 3° Relación del Encuentro, la Subsecretaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, presentó el testimonio de una mujer víctima de abusos de conciencia, de poder y sexuales por parte de sacerdotes. “Estas personas son, desde mi punto de vista – dijo Linda Ghisoni refiriéndose a los clérigos – lobos que entran aullando en el redil para asustar aún más al rebaño y dispersarlo, cuando deberían ser precisamente ellos, los Pastores de la Iglesia, quienes tendrían que cuidar y proteger a los más pequeños”. Escuchar testimonios como éste, señaló la Subsecretaria, no es un ejercicio de conmiseración; es un encuentro con la carne de Cristo en la que se han provocado heridas incurables, heridas que, como decía Usted, Santo Padre, no prescriben.
De rodillas ante las víctimas y sus familias
Ante esta situación, la Subsecretaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, dijo que nuestra actitud y posición para tratar estos temas debería ser “de rodillas”. De rodillas ante las víctimas y sus familias, ante los abusadores, los cómplices, los negacionistas, delante de todos los que han sido acusados injustamente, ante los negligentes, los encubridores, ante los que han intentado hablar y actuar pero han sido silenciados, ante los indiferentes. De rodillas ante el Padre misericordioso que ve desgarrado el Cuerpo de Cristo, su Iglesia, y nos envía a hacernos cargo de las heridas como Pueblo suyo, y a curarlas con el bálsamo de su amor. Y otra actitud que señaló Ghisoni, es la de estar juntos, en la escucha recíproca y activa, esforzándonos por trabajar para que en el futuro no levante tanto clamor un evento como este Encuentro y la Iglesia, Pueblo de Dios, cuide de manera competente, responsable y amorosa a las personas implicadas y se haga cargo de lo que ha sucedido, para que la prevención no se agote en un bonito programa, sino que se convierta en actitud pastoral ordinaria.
“La rendición de cuentas” en la Iglesia
Ante la anomalía inherente a cualquier tipo de abuso perpetrado contra menores se impone, en primer lugar, dijo Linda Ghisoni, el deber de conocer todo lo que ha sucedido, junto a una toma de conciencia de lo que significa; y el deber de verdad, de justicia, de reparación y prevención para que no se reiteren tales abominaciones. Ya que no es posible elaborar un plan de prevención si no se conoce aquello que se debe evitar.
Para ello es necesario que, quien está investido de la debida “responsabilidad” la asuma, con el consiguiente deber de dar cuenta de ella, el deber de rendir cuentas. Dicho deber impone una operación de evaluación y rendición de cuentas por lo que se refiere a decisiones tomadas y objetivos fijados y realizados en mayor o menor medida. Pero la rendición de cuentas en la Iglesia, contrariamente a lo que puede parecer, no responde en primer lugar a exigencias de carácter social y organizativo.
Hacia una eclesiología de comunión
La rendición de cuentas en la Iglesia ni siquiera responde a la necesidad de transparencia, a la que todos hemos de prestar especial atención en razón de la verdad. “No son estas exigencias sociales – precisó Linda Ghisoni – las que constituyen el fundamento de la rendición de cuentas; éste se encuentra más bien en la naturaleza propia de la Iglesia como misterio de comunión”. Solamente apoyándose en este fundamento adquiere pleno significado cada acción de la Iglesia: incluso una acción que connota claramente exigencias de carácter social, como puede parecer la rendición de cuentas, es preciso que sea reconducida a la naturaleza propia de la Iglesia misma, es decir, a su dimensión de comunión.
“Tomar conciencia del fenómeno y dar cuenta de la propia responsabilidad no es una obsesión, no es una acción inquisitoria accesoria para satisfacer meras exigencias sociales, sino una exigencia que brota de la naturaleza misma de la Iglesia como misterio de comunión fundado en la Trinidad”
Cuestiones eclesiológicas consiguientes
Solamente a partir de la visión de la Iglesia como sacramento que significa y realiza el misterio de comunión trinitaria es posible comprender correctamente la variedad de los carismas, dones y ministerios de la Iglesia, la diversidad de los papeles y las funciones en el Pueblo de Dios. Por ello, es importante remarcó Linda Ghisoni, una primera cuestión crucial que se deduce de lo dicho hasta ahora es la siguiente: en Iglesia, los fieles no se atribuyen papeles y cargos según una distribución social de acuerdo con exigencias de funcionamiento institucional. Una segunda cuestión importante en el contexto de nuestro discurso se refiere a la correcta comprensión del ministerio ordenado, especialmente de la relación entre obispo y presbíteros. Otra nota a destacar, que deriva de la visión de la “Iglesia comunión”, Pueblo de Dios en camino, es la exigencia de interacción entre los varios carismas y ministerios. Finalmente, es preciso que la participación de todo el Pueblo de Dios sea necesariamente dinámica: los laicos, los consagrados no están llamados a ser simples ejecutores de las disposiciones de los clérigos, sino que todos somos servidores de una única viña en la que cada uno aporta su propia contribución y participa en el discernimiento que el Espíritu sugiere a la Iglesia.
La vía y el método
El fundamento de comunión de la Iglesia es siempre el que nos indica la vía y el método, en este caso un dinamismo de participación de todo el Pueblo de Dios que comporta vivir la sinodalidad, caminando juntos, como un proceso compartido en el que cada uno tiene una parte distinta, responsabilidades diversas, pero todos constituyen la única Iglesia. De hecho –como leemos en la constitución apostólica Episcopalis Communio del 15 de septiembre de 2018- «la totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres (LG 12).
Evitar dos posiciones erróneas
Linda Ghisoni invitó a evitar dos posiciones erróneas al respecto. Un obispo no puede resolver las cuestiones referentes a la Iglesia actuando él solo o exclusivamente con otros obispos, según la idea de que “solo un obispo puede saber lo que es bueno para los obispos”; de manera análoga, se podría decir que “solo un sacerdote sabe lo que es bueno para los sacerdotes, solo un laico para los laicos, solo una mujer para las mujeres”, y así sucesivamente. Del mismo modo, podemos afirmar que es erróneo, desde mi punto de vista, sostener que la participación de los laicos en cuanto tales en cuestiones que se refieren a los ministros ordenados garantiza una mayor corrección ya que son “terceros” respecto a los eventos.
Volver a la naturaleza de comunión de la Iglesia, donde se realizan los diversos carismas y ministerios, no significa nivelación, sino que comporta riqueza y fuerza, ayuda a encontrar las razones para evitar estos eslóganes extremos e improductivos.
Algunas actuaciones prácticas
Teniendo presentes los fundamentos y las cuestiones brevemente indicadas, este encuentro nos ofrece la oportunidad de conocer lo que se está realizando en la Iglesia y lo que hay que implementar, conscientes de que esta reunión convocada por el Papa no constituye la meta de un recorrido terminado, validado y perfecto; pero tampoco es el punto de partida.
La primera sugerencia es, por tanto, conocer y estudiar las prácticas ya experimentadas que se han demostrado eficaces en otros contextos eclesiales, en otros episcopados. La segunda sugerencia está en relación a las directrices nacionales que se debe inserir un capítulo específico que determine los motivos y los procedimientos de rendición de cuentas, para que los obispos y los superiores religiosos establezcan un sistema de verificación ordinaria del cumplimiento de lo que está previsto, y una motivación de las acciones emprendidas o no, de modo que no haya que justificar posteriormente las razones de un determinado comportamiento sometiéndolo a las exigencias del momento, ligado quizá a una acción defensiva.
La tercera sugerencia de Linda Ghisoni es que aconseja que, en el territorio de cada Conferencia Episcopal se creen Comisiones consultivas independientes para aconsejar y asistir a los Obispos y a los Superiores religiosos, y para promover un nivel uniforme de responsabilidad en las diversas diócesis. Tales comisiones consultivas pueden estar formadas por laicos, sin que se excluya a los religiosos y los clérigos. No se trataría de personas que juzgan a los Obispos, sino de fieles que ofrecen su consejo y asistencia a los Pastores valorando su actuación con criterios evangélicos; y que informan a todos los fieles del territorio sobre los procedimientos apropiados.
La cuarta sugerencia es considerar si es oportuno establecer una oficina central que promueva la formación de una identidad propiamente eclesial en estos organismos; y solicite y verifique a intervalos regulares el correcto funcionamiento de lo que se ha emprendido a nivel local, con una atención especial a la corrección desde el punto de vista eclesiológico, de modo que los carismas y ministerios estén todos representados adecuadamente y puedan contribuir con su propia aportación específica preservando la libertad de cada uno. Un quinto punto es ver si es preciso revisar la normativa actual sobre el secreto pontificio de modo que éste tutele los valores que quiere proteger -la dignidad de las personas implicadas, la buena fama de cada uno, el bien de la Iglesia- y, al mismo tiempo, consienta el desarrollo de un clima de mayor transparencia y confianza, evitando la idea de que el secreto se utiliza para esconder los problemas en vez de para proteger los bienes en juego.
Asimismo, habrá que afinar los criterios para una comunicación correcta en un tiempo como el nuestro, en el que la exigencia de transparencia debe equilibrarse con la confidencialidad. De hecho, una confidencialidad injustificada, al igual que una divulgación incontrolada, puede generar mala comunicación y no servir a la verdad. Rendir cuentas es también saber comunicar. De hecho, si no se comunica, ¿cómo se puede rendir cuentas a los demás? ¿Y qué comunión puede haber entre nosotros?
Conclusión
Las consideraciones apenas indicadas sobre posibles actuaciones como Iglesia, como Pueblo de Dios en comunión y con corresponsabilidad, constituyen una invitación a la reflexión y al diálogo transversal, sobre todo durante los trabajos en grupo, con el fin de profundizar y suscitar aplicaciones concretas. De hecho, como nos recuerda la Carta al Pueblo de Dios, «hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu. Si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura».
Fuente: Vatican News