Amar la vida es promover el buen trabajo
Amar la vida es promover el buen trabajo

"Chile es uno de los países de la OCDE con el más elevado promedio de horas trabajadas por persona, prácticamente 2.000 horas anuales, 600 horas más (es decir, doce horas más a la semana en promedio) que en Alemania, Holanda o Noruega".

En un documental reciente, ¿Qué invadimos ahora?, el documentalista norteamericano Michael Moore reflexiona sobre ciertos rasgos muy deshumanizantes de la sociedad norteamericana, y realiza una simbólica invasión y conquista de diversos países de Europa y de Túnez en África, para “usurpar” amigablemente tesoros que podrían dar otro aire a su propio país. Visitando Italia, se encuentra con condiciones laborales difícilmente imaginables para nosotros -¡E incluso para los norteamericanos!- en términos de jornada de trabajo, vacaciones, salarios, organización sindical, descanso pre y post natal femenino y masculino, licencias médicas, derechos sociales, en fin... Conversa con empresarios y trabajadores de importantes empresas industriales y el sentido común de todos ellos le transmite la experiencia que, no sin largas luchas sindicales de por medio, el significado del trabajo radica en que constituya una actividad satisfactoria para quien la realiza, no sólo por proporcionar medios suficientes para la subsistencia, sino, además, por ser una experiencia de colaboración humana dentro de la empresa y con la sociedad que colma de sentido la propia existencia. Un buen trabajo forma parte del buen vivir y con-vivir. En nuestro caso, es mucha la distancia con el ejemplo del documental. Chile es uno de los países de la OCDE con el más elevado promedio de horas trabajadas por persona, prácticamente 2.000 horas anuales, 600 horas más (es decir, doce horas más a la semana en promedio) que en Alemania, Holanda o Noruega ¿Podríamos trabajar menos?

Cuando se pide más equidad en el reparto de los frutos del crecimiento económico, se nos repite como un mantra: “Para repartir, primero hay que crecer”. Se nos decía eso cuando teníamos US$ 5 mil per cápita, y se nos repite ahora cuando esa cifra se ha multiplicado por más de cuatro. ¿Cuándo llegará la hora del reparto?

En las actuales condiciones laborales, no parece fácil: Aunque en Chile el ingreso per cápita ha dado un salto enorme desde menos de US$ 5 mil a comienzos de los años ‘90, hasta los US$ 23 mil en la actualidad, sin embargo, los salarios promedio son muy bajos en comparación con esa renta per cápita: Según los datos de la Encuesta CASEN de 2015, la mitad de los trabajadores recibe menos de $300 mil líquidos mensuales, y sólo un 15% de los trabajadores percibe más de $800 mil líquidos mensuales. No es de extrañar entonces que haya altos niveles de endeudamiento con bancos y casas comerciales, y morosidad entre los trabajadores chilenos. Eso los fuerza a que procuren complementar sus ingresos con otros trabajos, o aceptando condiciones laborales que van en desmedro de una mejor calidad de vida. Cuando se pide más equidad en el reparto de los frutos del crecimiento económico, se nos repite como un mantra: “Para repartir, primero hay que crecer”. Se nos decía eso cuando teníamos US$ 5 mil per cápita, y se nos repite ahora cuando esa cifra se ha multiplicado por más de cuatro. ¿Cuándo llegará la hora del reparto? ¿Cuál es la necesidad de este costo social? ¿Podremos trabajar menos y mejor, y disponer de más posibilidades para una buena vida de familia, para la amistad y para el compromiso cívico? Sin equidad, ese camino no se ve fácil, sino más bien tortuoso.

Vivimos una contradicción muy lacerante. Por una parte, nuestra conciencia moral asume crecientemente que los seres humanos somos fines en sí mismos, y nunca sólo medios. Pero el lenguaje económico cosifica a las personas, las convierte en “capital humano” o “factor productivo” al interior de una “estructura de costos” que hay que “abaratar” tanto como se pueda. De este modo, pues, queremos seres humanos “baratos” que hagan nuestras economías más competitivas, y simultáneamente afirmamos que la humanidad es tan valiosa que está por encima del precio. Es como si dijéramos que es más cara que lo más caro que se nos pueda ocurrir, y que su altísimo valor es innegociable. Las luchas sociales, señaladamente las de los trabajadores, han procurado el reconocimiento del máximo valor que tiene la condición humana que se expresa en el trabajo como expresión de un buen vivir. Cuando falta la equidad, se fuerza a los trabajadores a aceptar experiencias brutales de subsistencia que, a la larga y provean o no del sustento suficiente, se convierten en un sinsentido: trabajar sin cesar para el solo propósito de reproducir la condición animal de la fuerza de trabajo, sin que apenas se pueda elevar al goce de otras experiencias que humanizan la vida, dentro y fuera del ambiente laboral. Una economía que multiplica estas formas de inequidad y exclusión contradice el mandamiento “no matarás”, de acuerdo al pensamiento del Papa Francisco en Evangelii Gaudium (n° 53).

La defensa de la vida tiene que extenderse a estos aspectos. En ausencia de ello, una comunidad que multiplica su riqueza material en la forma que lo ha hecho la nuestra y luego no sabe, o no quiere, hacerla llegar a quienes la necesitan y la merecen, se convierte en una sociedad que no es sustentable en el tiempo. Hacer del trabajo una experiencia gozosa es asunto de predisposición personal, pero también, y sobre todo, de solidaridad, de acuerdo social, de compasión y de justicia hacia quienes trabajan en condiciones más adversas. Una economía que crece como lo ha hecho la nuestra en los últimos treinta años, y a continuación no va a ser capaz de proporcionar un buen vivir a quienes han creado esa riqueza, no construye desarrollo humano, sino algo más parecido al nihilismo.

El padre Alberto Hurtado, en su Humanismo Social, declara que “trabajar en condiciones humanas es bello y produce alegría, pero esta alegría es echada a perder por los que altaneramente desprecian el esfuerzo del obrero, no obstante que se aprovechan de sus resultados”, y luego agrega, refiriéndose a la importancia que tiene -incluso para la productividad de las empresas- el buen trato y la equidad laboral: “Esfuerzo sin sentido conocido, es esfuerzo perdido, tal es la conclusión de la psicología experimental moderna. Esfuerzo motivado, es esfuerzo aprovechado”.

Fuente: Periódico Encuentro
www.periodicoencuentro.cl
Santiago, 02 de Marzo, 2017
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