Cardenal Ezzati: Defendamos el derecho a la vida naciente, a un sueldo justo y a viviendas y pensiones dignas
Cardenal Ezzati: Defendamos el derecho a la vida naciente, a un sueldo justo y a viviendas y pensiones dignas

En la solemnidad del Apóstol Santiago, el Arzobispo de Santiago hace un llamado urgente a contemplar “con ojos de misericordia” la vida de los seis millones de capitalinos. Pide concretamente defender la vida naciente, preocuparse de quienes no tienen una vivienda digna, de los que trabajan por un salario que no les permite vivir humanamente y de quienes tienen una pensión “de miseria”.

Citando palabras del papa Francisco, en su homilía del pasado domingo 24 de julio en la Catedral de Santiago (ver nota relacionada) recuerda que “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad”.

En este sentido agradece a todos quienes conforman la Iglesia de Santiago “por cultivar en su corazón y en el de su comunidad, la ternura, la comprensión y la preocupación por los hermanos más abandonados”.

Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida, por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida” dice el arzobispo, recordando nuevamente a Francisco, y ora en palabras de Laudato Si: “Dios de amor, muéstranos nuestro lugar en este mundo como instrumentos de tu cariño por todos los seres de esta tierra”.

A continuación la homilía completa del cardenal Ricardo Ezzati en la Solemnidad del Apóstol Santiago:

“MIRANDO NUESTRA CIUDAD CON OJOS DE MISERICORDIA, ORANDO Y COMPROMETIÉNDONOS CON ELLA”

Apreciados hermanos y hermanas de la Arquidiócesis de Santiago, señor cardenal, obispos, presbíteros, consagrados y consagradas, queridos seminaristas:

En la oración de esta Santa Misa, hemos pedido a Dios que “el martirio del apóstol Santiago fortalezca a la Iglesia con el testimonio de su sangre y la proteja siempre con su oración”. Es la oración que, desde todos los rincones de la tierra, se eleva al Padre en este día, oración que cobra una peculiar y concreta significación, cuando quienes la presentamos al Padre, somos el pueblo de Dios que camina por las calles y vive en el corazón y barrios de Santiago en la festividad del Santo Patrono. Es también la fortaleza y la protección que imploramos para ser fieles en el combate de la fe y contribuir para que en nuestra ciudad podamos anticipar, en comunión de ideales y de esfuerzos, la promesa de la tierra nueva y del cielo nuevo que el Señor ha prometido. Por intercesión del Apóstol Santiago, el Señor nos conceda paz y prosperidad y, de manera especial en este año jubilar de la misericordia, nos conceda crecer en la práctica de la justicia y de la solidaridad. Oramos también por nuestra Iglesia particular y su misión evangelizadora.

Con los ojos misericordiosos de Jesús, nos detenemos a contemplar el rostro de nuestra ciudad: es el rostros de niños y jóvenes que anhelan ver realizadas sus esperanzas y las utopías de su corazón inquieto; es el rostro de hombres y mujeres, radiante por la gozosa experiencia del amor, hecho hogar y santuario de vida y amor; es el rostro de jóvenes, adultos y ancianos que, nadando contracorriente, se empeñan en testimoniar que la vida es más hermosa cuando es compartida y se hace don solidario para que crezca abundantemente en cada rincón de nuestra ciudad. Es el rostro de tantos bautizados y bautizadas, que testimonian la belleza de ser cristiano y la fecundidad del Evangelio de Jesús en el anhelo de lograr una ciudad, casa acogedora para todos sus hijos. Gracias Padre por tu gracia y tu amor, presente en el compromiso solidario de tantos seguidores de tu Hijo.

También nos detenemos a contemplar tantos rostros inquietos y adoloridos, víctimas de una cultura egoísta que tiende a olvidar que, a lo largo de todo el arco de la vida, somos hijos y hermanos, en el seno de cada familia, en la vecindad, en las escuelas y universidades, en los lugares de trabajo, los hospitales y las cárceles. La exclusión es una realidad que nos inquieta y lleva a preguntarnos cómo esto puede ser posible, en pleno siglo XXI. Pero, no basta. Jesús, nos invita a tender el oído a los anhelos y quejas de los últimos y de los excluidos, a conmovernos frente al dolor y a comprometernos a enjugar las lágrimas de quienes sufren, fortalecer el camino de quienes luchan por un mundo mejor, compartir el don de la ternura y de la esperanza y el compromiso concreto de solidaridad y acompañamiento. Te pedimos Señor, nos enseñes a hacernos prójimo de cada uno y en sus rostros, descubrir el tuyo. En la solemnidad del Apóstol Santiago, como discípulos del Señor y a imagen del Buen Samaritano, comprometámonos a contemplar, con ojos de misericordia, la vida inquieta y desafiante de los seis millones de hombres y mujeres, con los cuales, como discípulos del Señor, compartimos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, -son, a la vez-, “gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (G.S.1). Hacemos nuestra la oración del profeta Miqueas por la ciudad de Jerusalén: “Señor, apacienta con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu herencia…, muéstranos tus maravillas. ¿Qué dios es como Tú, que perdonas las faltas y pasa por alto la rebeldía del resto de tu herencia?” (Miqueas 7, 18).

La festividad del Apóstol Santiago, nos invita a tener los ojos abiertos sobre la ciudad y a renovar el propósito de ser para ella una Iglesia de puertas abiertas, una Iglesia acogedora para todos, una comunidad en salida que va hacia las periferias geográficas y existenciales de la ciudad, como misionera del mensaje de vida, recibido y ofrecido gratuitamente, por la infinita misericordia de Dios nuestro Padre.

1.- El Don de la vida, puesto en nuestras manos:

El pasado 16 de Julio, a los pies de la venerada imagen de Nuestra Señora del Carmen de Maipú, Madre y Reina de Chile, humilde y confiadamente le he pedido que intercediera ante su divino Hijo, para obtener tres gracias que considero esenciales para la hora presente de nuestra historia. Acompañado por la oración de todos ustedes, me atrevo a pedirlas nuevamente para nuestra ciudad.

1.1.- La gracia de ser intrépidos defensores de la Vida naciente, de esa vida que crece en el seno de la madre, y que goza desde el primer instante de su concepción, del primero y del más fundamental derecho, el derecho del que está por nacer, ver la luz de la existencia, y ser protagonista de la propia historia humana, de la su familia y de la patria. Es el derecho humano que defendemos, para la madre y para el hijo, frente a “una lógica relativista que no reconoce verdades objetivas y principios universalmente válidos” (Papa Francisco, en ‘Laudato sí’, 123)”. En comunión con el Papa Francisco, la Comunidad eclesial de Santiago confiesa que: “es tan grande el valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida de un niño inocente que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto de esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser objeto de dominio de otro ser humano”(Papa Francisco, en: Amoris laetitia, 83).

1.2.- En estrecha continuidad de esta gracia, pedimos ser intrépidos defensores de la dignidad de toda vida humana, a lo largo de todo el arco de su desarrollo. Es urgente dignificar la vida de todos los santiaguinos, especialmente de aquellos que sufren abandono y viven marginados, tan injustamente tratados por una sociedad elitista y egoísta, como un descarte que molesta, condenados a vivir en la calle alimentándose de resentimiento social, víctimas de la violencia, esclavos de abusos de diversos órdenes. Es urgente dignificar la vida de quienes no gozan aún de una vivienda digna y de un barrio acogedor, de quienes trabajan por un salario que no les permite vivir humanamente junto a la esposas y los hijos, o de quienes, después de largos años de trabajo, alcanzan una pensión de miseria, condenados a vivir los últimos años, arrinconados en el último espacio de sus míseras viviendas. Es urgente dignificar la existencia de tantas mujeres jefas de hogar que, hilvanando lágrimas y sudores, gestan esperanzas y amor para sus hijos. Si decimos “sí” a la vida que estar por nacer, ese “sí” debe convertirse en un concreto “sí” a la inclusión, a la justicia social, a la solidaridad; un “sí” a compartir, no solo lo que sobra, sino lo que somos y tenemos, superando la brecha escandalosa que divide, amenaza y va creando espirales de violencia y de odio.

1.3.- A la Virgen del Carmen le hemos pedido y volvemos a pedir otra gracia: la gracia de ser y hacernos, cada día más, intrépidos y valientes testigos de la Vida divina de su Hijo Jesús. Es la Vida que ha sido injertada por el bautismo en nuestra pequeñez humana; vida que brota abundante de la comunión con el Hijo de Dios, nos hace discípulos misioneros suyos, para que nuestra ciudad tenga vida en Él. En una hora de cambio cultural tan profundo y, a veces, desconcertante, nos conceda el auxilio de caminar radicados profundamente en la Vida de Jesús y en fidelidad a su Evangelio. Lo sepamos vivir y testimoniar con valentía y coherencia y, medio de tantas dudas e incertidumbres, nunca perdamos el horizonte. Qué, con el Apóstol Pedro, como comunidad creyente, reafirmemos nuestra fe: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Nos animen las palabras del Papa Francisco: “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad”(Francisco, EG. 186)… La alegría del Evangelio -en efecto- llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.” (Francisco, EG, 1). Unidos a Él, como sarmientos a la vid, podremos dar fruto abundante para la vida de todos. (cfr. Jn 15).

Las tres gracias que imploramos de la Virgen, se transforman en una ardua tarea y, a veces, en una prueba no fácil de emprender. Nos anime entonces la palabra de nuestro Patrono: “Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, después de haberla superado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman”(Sant. 1,12).

2.- El don de la misericordia: nuestro testimonio.

Celebramos la festividad de Santiago Apóstol en el corazón de un especial Año Jubilar convocado por el Papa Francisco. Este es (también para Santiago) el gran tiempo de la misericordia, el tiempo en que estamos llamados especialmente a reconciliarnos con Dios que abraza nuestras miserias para perdonarnos, purificarnos y salvarnos. Nos alegra constar como, en cada Zona Pastoral de la Arquidiócesis, de verdad, el Año Jubilar se esté viviendo como un tiempo de gracia y de vuelta a la casa paterna. El corazón misericordioso y tierno de Dios, es gracia propicia también para hacernos “prójimo”, es decir, cercanos, comprensivos, misericordiosos. “¡Cuantas situaciones de precariedad y sufrimiento -escribe el papa Francisco en la Bula Misericordiae Vultus- existen en el mundo de hoy! Cuantas heridas sellan la carne de muchos (…). No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de dignidad y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y fraternidad… La Iglesia será llamada a curar más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención”.

¡Son tantos los heridos en el cuerpo y en el espíritu que encontramos por las calles de nuestra ciudad! Hemos sido invitados a pedir el don de las lágrimas y a salir de la indiferencia a las periferias de las pobrezas materiales y espirituales, de la exclusión, de la marginación, del abandono, del descarte. El Evangelio de Jesús nos interpela a denunciar la cultura de la indiferencia, y a hacernos “prójimos” y “cercanos” de quienes sufren, bajando de nuestros cómodos pedestales, para conmovernos con tantas heridas de los sufridos y excluidos de la mesa común, para hacernos prójimos a los inmigrantes o refugiados, a los niños y ancianos abandonados, a las mujeres maltratadas, a las víctimas de la violencia, del alcoholismo y las drogas, a los hacinados en cárceles deshumanas, a los enfermos sin cuidados, a los que hacen de la calle su casa y hogar. Son situaciones reales. “Deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen…” (Papa Francisco, en Laudato sí 90).

Gracias a Dios, parte de la buena semilla del Evangelio, ha caído y sigue cayendo en tierra buena y va floreciendo en tantas iniciativas de bondad y solidaridad que hacen bello y atrayente el rostro de la Iglesia que nos cobija. En cada rincón de nuestra ciudad, “la fantasía de la caridad”, de la cual hablaba San Juan Pablo II, estimula y alimenta experiencias de ternura compasiva, gestos de bondad e iniciativas de solidaridad, fundadas en auténticas motivaciones evangélicas. Y, “¡basta un hombre bueno para que haya esperanza!” (Ib 71), repite el Papa Francisco.

Es esta “fantasía de la caridad” que como es tradición en la Iglesia de Santiago, se reconoce y agradece, en este día de su Patrono, es el testimonio de tantos hermanos y hermanas, testigos del Buen Samaritano, en el servicio de los necesitados y en la solidaridad cristiana con los últimos, en nombre de Jesús. En el Año Jubilar de la Misericordia, la comunidad católica de Santiago, agradece y reconoce el testimonio y el compromiso de servicio y cercanía fraterna de algunos de sus miembros. Gracias, hermanos y hermanas, por cultivar en su corazón y en el de su comunidad, la ternura, la comprensión y la preocupación por los hermanos más abandonados. Gracias por acoger al niño abandonado y darle amor de madre y de padre, por velar y cuidar al enfermo y al que sufre, por visitar al que está solo o encarcelado, por consolar y tender la mano amiga a quien ha perdido la esperanza. Gracias por reflejar el rostro sonriente de Jesús y compartir lo que son y lo que tienen. En ustedes, la Arquidiócesis reconoce a tantos hermanos y hermanas, que desde la fe, en el rostro sufriente de hermanos, va descubriendo el rostro mismo de Cristo.

Termino haciendo nuestro el anhelo del Papa Francisco en su Carta Encíclica sobre el Cuidado de la Casa común:

Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida, por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida” “Dios de amor, muéstranos nuestro lugar en este mundo como instrumentos de tu cariño por todos los seres de esta tierra” (Francisco, en Laudato Sí, 207 y 246).

Nos ayude el Apóstol Santiago.

Card. Ricardo Ezzati A., sdb
Arzobispo de Santiago
Santiago, 30 de Julio, 2016
Galerías Fotográficas

Documentos

  “MIRANDO NUESTRA CIUDAD CON OJOS DE MISERICORDIA, ORANDO Y COMPROMETIÉNDONOS CON ELLA”. Homilía del cardenal Ricardo Ezzati en la solemnidad del Apóstol Santiago. Catedral de Santiago, domingo 24 de julio de 2016.

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