Por Cristian Amaya Aninat
Pertenezco a un hogar de clase media acomodada, pero el espectáculo de la pobreza, el drama de la gente que no se puede educar, los que no tienen los medios para alimentarse, los que no tienen trabajo, siempre me impactó desde muchacho, desde que era un niño.
Nuestros padres nos decían que éramos privilegiados, y que si queríamos ser cristianos, teníamos la deuda y el compromiso de servir a los pobres. De construir un mundo más justo, donde estos sufrimientos fueran superados.
Cuando fundé la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, lo que se llamó la Academia Jurídica, se me ocurrió tomar contacto con estudiantes de la Universidad Católica. Y empecé a tener una relación personal muy intensa con un grupo de jóvenes católicos del mundo estudiantil de derecho.
Eran jóvenes muy capacitados, discípulos de don Pancho Vives, el pro-rector de la Universidad Católica, sacerdote del clero regular. Conocí también a don Jorge Gómez, que era el rector del Instituto de Humanidades (Luis Campino), y varios otros sacerdotes de gran liderato en el mundo juvenil. A través de ellos conocí a Jacques Maritain, y las lecturas de las encíclicas sociales, la Doctrina Social de la Iglesia, me afianzó mucho. Tuvo una gran influencia en mi orientación.
La perfecta justicia
Nunca me propuse llegar a ser senador o presidente la República. No entró en mis planes. Cada día tiene su propio afán. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura. Yo creo ciento por ciento en eso. Soy muy providencialista. Creo que Dios no lo deja a uno botado.
La pobreza me golpeaba. Decía: -Esto va contra la dignidad esencial de la persona humana. Esto va contra los mandatos del evangelio. Entonces, para mi buscar primero el reino de Dios, y su perfecta justicia, y lo demás se os dará por añadidura es, dijéramos, la norma orientadora de mi existencia. Buscar el Reino de Dios, claro, está allá arriba, pero su justicia, es el Reino de Dios aquí. Tratar de construir una sociedad a la altura, que merezca llamarse Reino de Dios, y que sea justa para todos.
Esto, en la década de los 60, para nosotros se plasmó en el auge del social cristianismo, y en la figura de Eduardo Frei y de la Revolución en Libertad. No era solo el partido, también el mundo jesuita y las revistas Mensaje, Política y Espíritu, el movimiento Economía y Humanismo, las encíclicas como Quadragesimo Anno, y otras posteriores, la prédica del Padre Hurtado, de Carlos Hamilton, de don Pancho Vives, de don Manuel Larraín.
En esa época yo también formaba parte del Movimiento Familiar Cristiano, y siempre seguí muy amigo de don Pancho Vives, que fue quien nos casó.
Dictadura y fe
Fui abogado porque el derecho es el instrumento para hacer la justicia, y porque yo creía y tenía fe en que podía servir para ayudar a ser justicia en el ámbito de las relaciones privadas de la gente. Pero yo tenía muy claro que más allá del problema de justicia conmutativa, de justicia Dou Des, de la equivalencia de prestaciones, que el precio sea justo, que el salario sea justo, hay un problema de justicia social, que trasciende el ámbito de las relaciones privadas, y que exige una definición en el ámbito de la cosa pública.
Entonces terminé en político. Y en político fui parlamentario, y terminé donde terminé porque me tocó enfrentar la dictadura. No sé si habrá sido irresponsabilidad mía, pero yo nunca tuve miedo en lo personal a la dictadura. Yo creo que el ángel de la guardia me protegió mucho, o algo hubo que yo nunca fui tocado por la dictadura. Era presidente del partido en plena dictadura, y hacía declaraciones. Yo pensaba que no podía rehuir la responsabilidad de luchar por lo que yo creía: la defensa de la libertad de la justicia social.
Ser cristiano
Yo diría que la religión no es solo un tema de fe, de creer en Dios, y de observancia de los mandamientos. No se trata solo de las normas de conducta compatibles con esa creencia, y que respondan –si dijéramos- al mandato y al deseo de Dios.
Creo que el cristianismo tiene un mensaje de justicia y de amor que impone obligaciones más allá de la mera conducta privada, es decir, no basta decir yo quiero ser bueno, y entonces yo tengo que esmerarme en ser bueno, no faltar a los mandamientos, no cometer pecado, tratar de llegar a cierto grado de perfección.
Creo que el mandato cristiano es más allá de uno mismo. Entraña un compromiso social. Un compromiso con el resto de la humanidad, con una proyección un poco más a largo plazo que la de construir un techo para las familias sin techo. Yo creo que como cristianos tenemos que comprometernos a ayudar a construir una sociedad en que los valores cristianos imperen.
Que los seres humanos sean respetados en su dignidad esencial, cualquiera sean sus ideas y su condición social, y en consecuencia, mi mensaje sería entender que la fe, nuestra fe cristiana, nuestra lealtad con el mandato de Cristo, nos exige comprometernos no solo a ayudar a ciertos próximos cercanos, sino que a ayudar a construir un mundo más cristiano. Lo que significa cambiar de estructuras, lo que significa en cierto modo una especie de revolución. Eso es lo que nos proponía Jacques Maritain cuando nos hablaba del humanismo integral.
¿Esta sociedad de mercado imperante, responde en sus estructuras a los valores cristianos? Yo diría no. ¿Cómo se puede modificar para que se haga vitalmente cristiana? El anhelo de construir un mundo mejor, para mí, creo que es inherente a todo ser humano, es construir un mundo que responda mejor a los valores cristianos. No un mundo beato. Puede que esa concordancia con los valores cristianos no signifique que todos vayan a misa y militen activamente en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, sino que el espíritu del Evangelio se haga carne en la convivencia colectiva.
Democracia, economía y cristianismo
Creo que el triunfo del sistema democrático como forma de organizar las sociedades políticas es un avance de la humanidad, y que está en concordancia con los valores cristianos. No digo que la democracia sea la receta cristiana en materia política, pero creo que la democracia es la forma de representación política más respetuosa de la dignidad de la persona humana, que es un valor fundamental en la enseñanza social cristiana.
Pero no basta con que haya democracia para que la sociedad sea humana y justa. Es necesario también que haya una economía que satisfaga equitativamente, o que le dé posibilidades equitativamente a todas las personas, cualquiera sea su condición social. Y yo creo que lo que está ocurriendo hoy día, es que tenemos democracia en lo político, y economía de mercado en lo económico.
Y yo creo que el mercado es muy eficiente para crear riqueza, pero no es justo para distribuirla, porque creo que el mercado y la competencia, favorecen la creatividad y ayuda a los más audaces, a los más creadores, a los más eficientes, pero a los que pierden en la competencia, los sacrifica. En el mercado el que paga más, o el que tiene mejores condiciones para vender más barato gana, y el que no es capaz de eso, simplemente pierde. Entonces, las economías y sociedades de mercado son muy desiguales.
Michael Camdessus, un economista católico que fue presidente del Fondo Monetario Internacional, es decir, es una autoridad en materia económica, en una conferencia que dio en el Vaticano, para tratar de estos temas, dijo, y lo ha repetido en reiteradas ocasiones: ¡A la mano invisible del mercado, hay que agregarle la mano fuerte de la justicia del estado, y la mano de la solidaridad! Yo creo en eso. Yo creo que el mercado es eficiente para crear riqueza, pero es injusto para distribuirla. Que para asegurar cierta dosis de justicia, y en consecuencia, condiciones que faciliten una mayor igualdad, o eviten grandes desigualdades, es indispensable que el Estado, como órgano del bien común, regule ciertos aspectos de la vida social.
Los cristianos hemos sido llamados a amar a nuestros próximos, a amarnos los unos a los otros, y tenemos que aprender a practicar la solidaridad. Y un mundo en el cual el mercado funciona pero dentro de un marco determinado por un estado vigilante de la justicia, y de una sociedad movida por las solidaridad, se puede lograr una sociedad y un mundo mucho mejor del que estamos viviendo. Un mundo más justo, un mundo más humano. Y creo que quien lea las encíclicas y los documentos importantes de la Iglesia de nuestro tiempo, especialmente de Juan Pablo II, se va a encontrar con que estas son las ideas que nos orientan en el mensaje que él mismo Camdessus nos transmite.
Pinochet, dictadura y un mensaje
He estado pensando en la vejez de Augusto Pinochet. Verlo a él en el estado de deterioro en que se encuentra. Este caballero que dijo que en Chile no se movía una hoja sin que él lo supiera, y que creyó que podía imponer su voluntad a todos los chilenos, y que abusó tanto de su poder, termina como una frágil criatura, deteriorado por los años.
Las heridas que todo este trauma de la dictadura creó en la sociedad chilena permanecerán mientras la generación las sufrió esté viva. La reconciliación post dictadura no se logra con dinero ni con un perdón de todos los sectores. Yo creo que los perdones no se imponen, los perdones nacen. Y la gente que sufrió tanto, y que se encuentra con que todavía no sabe lo que pasó con sus deudos, es pedirle mucho que perdone.
Pero quiero insistir en un mensaje final: el mandato de Cristo nos exige comprometernos no solo a ayudar a ciertos próximos cercanos, sino que a cambiar de estructuras, lo que significa en cierto modo una especie de revolución. Ser cristiano significa generar cambios en las estructuras sociales que producen exclusión, pobreza e injusticia.
Fuente: Comunicaciones Santiago
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