La sonrisa brota del dar
La sonrisa brota del dar

Patricia Beltrán, Manuel Maluenda y Vicente Calvo buscaron y encontraron la forma de darle un rostro concreto a su amor por Jesús: las mujeres más enjuiciadas por la sociedad, las familias víctimas de un incendio y los desamparados del sector La Vega.

“No hay amor más grande que dar la vida por los otros” y “Dar hasta que duela”, son premisas difíciles de digerir en una sociedad donde “Sálvense quien pueda” es una de las consignas más visibles.

Patricia Beltrán (50), Manuel Maluenda (52) y Vicente Calvo (70) son faroles o bichos raros –depende de quién los mire-, que a contracorriente y con una batería extra se desafían a sí mismos, imponiéndose tareas que nadie les exige más que su corazón atento; haciendo de su fe, carne.

Patricia conoció en una congregación religiosa la labor con las mujeres –como ella dice- en extrema vulnerabilidad: drogodependientes, trabajadoras sexuales, todas con historias de origen de profunda dureza. Tocaba las puertas de los burdeles de Valparaíso para ir a conversar con ellas, ser su amiga, rezar juntas, llevar esperanza. Hace 5 años se dedicó 100% a este apostolado y fundó la Casa Betania Acoge.

Manuel es sacerdote de la congregación marianista, es capellán en colegios y desde hace unos años es el responsable pastoral de la parroquia María Mediadora de la zona Sur de Santiago. Desde siempre le llamó la atención el actuar de bomberos y hace 6 años es un cura-bombero, que después de cualquier acto de servicio, como cualquier voluntario, se concentra en la oración y que consuela espiritualmente a sus compañeros y a las víctimas de un incendio. “Siempre quise ser bombero y no se había dado la oportunidad. Con el paso de los años y después de la bendecir unos cascos de bomberos, seguí participando en la Compañía de San Miguel hasta hoy. Esta maravillosa experiencia tiene que ver con el buen samaritano. El bombero tiene mucho de cristiano y el cristiano tiene mucho de bombero”, comenta.

Con nombre nuevo
Vicente es ingeniero, empresario, profesor de judo, está casado con María Leonor y tiene 7 hijos, 3 propios y 4 del corazón, asumidos tras la muerte de unos compadres. Hace 20 años, cuando recién se estaba formando para ser diácono, se encontró con el mundo de los desamparados en el sector de La Vega y allí construyó un nuevo hogar. Le llaman Padre, Hermano, Diácono y hasta Reverendo, dependiendo del imaginario de quien le habla, sea católico alejado o militante, sea evangélico o extranjero.

A Patricia le pasa algo similar con su nombre. “Para ellas soy la hermana Patty, la tía, la madre, nunca la Patty a secas, y eso en realidad es bien bonito para mí, es como un reconocimiento”, relata. “La fundación es para acoger, para dar una oportunidad en la vida, revertir totalmente esa extrema vulnerabilidad que les ha tocado vivir. Empezamos reuniéndonos en la plaza o en el patio de comidas de un supermercado, pero como eran encuentro súper íntimos, de una confianza tremenda, donde todas llorábamos, buscamos una sede y la primera fue un restaurante; ahora ya estamos habilitando una casa”, acota.

Para el padre Manuel el ser bombero le plantea el desafío de acercar a sus compañeros de labores a la fe, pero también a él mismo. “Con mis compañeros de servicio tenemos conversaciones muy bonitas y así nos preparamos para lo que pueda venir. Luego de cualquier acto de servicio como bombero hago mucha oración. El bombero está asociado a la tragedia, al dolor, por tanto son los personajes que no se quiere que visiten nuestra casa y eso es justamente lo que nos hace muy humanos. Ayudo lo que más se puede y así he descubierto que esta tragedia humana y el buen samaritano me acercan más a Dios”, manifiesta.

El servicio en La Vega de Vicente comenzó acogiendo el llamado del alcalde de Recoleta hace unos de 20 años, quien le planteó la inquietud de qué hacer para erradicar la agresividad, la droga. “Hay que fortalecer la espiritualidad”, respondió el entusiasta entonces candidato a diácono. En el acercamiento le ayudó el recordado padre Renato Poblete, “a quien siempre le pido que nos siga ayudando”. Así, de la mano de lo oficialmente espiritual se fue desarrollando el trabajo social, la pastoral completa: “Y comenzó lo de los triciclos. Ya hemos dado alrededor de 60, y con eso han salido de la indigencia, porque se pueden movilizar y aumentan la carga que pueden trasladar. Antes eran cartoneros, ahora alguno tiene hasta camión. Se les abren las posibilidades laborales”, cuenta. Para adquirirlos, se entrama una cadena de solidaridad entre empresarios amigos hasta que los beneficiaros van y retiran el vehículo con factura a su nombre. “Esa propiedad les da otro valor a su vida”.

Portadores de paz
El trabajo de Betania Acoge ha dado muchos frutos, aunque –confiesa Paty- si no fuera así seguiría buscando y tocando corazones. “Partimos con 5 chiquillas y que se fueron pasando la voz, y yo también me dediqué a ir a buscarlas a la calle, algunas a locales nocturnos. Iba a rezar con ellas, y en los locales llevaba agua bendita y las signaba con el agua. Una cosa muy linda que pasaba en esos espacios, que creo nadie se imagina que pueda pasar. En el año llegan alrededor de 100 mujeres por la fundación y la gran mayoría cambia su vida, se sana”.

El tema es ser portador de paz y esperanza. ¿Cuál fue la experiencia más trágica que le ha tocado vivir como bombero? “La muerte, cuando he debido comunicarle a los familiares del fallecimiento de alguien. En los incendios además se quema todo, los recuerdos, las fotos, los regalos, la historia, lo que es muy doloroso. Pero me siento agradecido cuando les puedo transmitir tranquilidad; sienten que uno cumple esa función hermosa de acercarlos a Dios y les calma en algo que uno haga oración por ellos”.

Para Vicente, en tanto, en estos años ha vista crecer no sólo a las personas beneficiadas con el triciclo sino que a los del Tirso Molina y la Pérgola Santa María, porque de un espacio muy precario, vieron levantarse lo que entre risas denominan “El mal de La Vega” y juntos van viendo la cosecha pastoral. “Antes tenía un comité para ver quién necesitaba más el triciclo, pero ahora los agentes pastorales son los mismos locatarios. Hemos crecido en todo, tenemos este gran edificio y de las misas en la calle pasamos un espacio al centro con la cruz y la Virgen que llamamos capilla y que habilitamos como tal”. Rutina no tienen. “Algunos locatarios son los misioneros. No tenemos rutina, dejamos que la necesidad de Dios se manifieste y vamos visitando enfermos, bautizando, apoyando en lo social, haciendo responsos, celebrando fiestas, todo según se vaya dando y con un espíritu ecuménico”, refuerza.

¿Qué es lo que ve en las mujeres? “Veo el corazón de ellas. Hay algo, su mirada, que me dice: crea que yo voy a salir adelante. Aunque ni ellas lo creen a veces. Sin embargo, salen. Muchas estudian, recuperan sus hijos, consiguen trabajos estables, y eso les cambia la mirada, su físico, son otras. Cada vez que llega una chiquilla a la fundación, me siento más invitada y siento que voy por un camino muy lindo. Como que se hincha el corazón y siento que estoy haciendo algo que Dios sí quiere, no yo. Y yo me siento súper feliz, una mujer realizada”.

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Fuente: Comunicaciones Santiago www.iglesiadesantiago.cl
Santiago, 30 de Marzo, 2015
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