El carácter ritual de la poesía religiosa de Violeta Parra en
Las últimas composiciones (1966) en base a un registro de canto a lo divino, fue el tema de la académica Paula Miranda durante la tarde del miércoles en el V° Coloquio Latinoamericano de Literatura y Teología “Biblia y Literatura”, el cual es el 13er Seminario de Literatura y Fe, organizado por la Facultad de Letras UC y la Asociación Latinoamericana de Literatura y Teología, ALALITE.
Inaugurado el 30 de septiembre por el Doctor Antonio Spadaro S.J., Director de “La Civiltà Cattolica” y miembro del Pontificio Consejo para la Cultura y las Comunicaciones Sociales, cuya exposición se centró en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola y la experiencia de la lectura, el coloquio cerró este jueves 2 con charlas como “¿Es el jardín un paraíso?: apropiaciones de la imagen paradisíaca bíblica en la narrativa de María Luisa Bombal”, de Sebastián Schoennenbeck, o “Chile, un caso de teología poética”, de Felipe Espinoza y Jaime Blume.
“La poesía no es solo un decir, es un hacer poético sobre el mundo”, fue una de las premisas de la profesora Paula Miranda en su lectura “Canto a lo divino e imágenes bíblicas en Las últimas composiciones de Violeta Parra”, en que propuso que las canciones más logradas de la folclorista, “más que canciones, son cantos rituales sagrados”, expresó.
Fundamento bíblico y religiosidad popular
En la visión religiosa de Violeta Parra, indicó Miranda, destaca una “religiosidad popular contrapuesta a la modernidad y el capitalismo, en concordancia con valores cristianos como la redención, la solidaridad, el sacrificio, la salvación y una imagen de un Dios muy cercano”, además de una “clara diferenciación entre el discurso clerical y el mensaje bíblico, optando siempre por este último, pues en él está la promesa de un nuevo orden que restablecerá la igualdad del mundo”, agregó.
En este sentido, su canción social de los años 60 se entroncaría con la teología de la liberación y “el deseo de retorno a una vida campesina comunitaria”, señaló.
En este contexto, su análisis se centró en “Maldigo del alto cielo” y “Volver a los 17”. En la primera, explicó, Violeta (mal)dice una cosa pero en realidad, dado su carácter ritual, hace otra: “liberar a quien habla del dolor”.
“El fundamento por maldición no existe en el canto a lo divino, pero sí por bendición, precisamente bendiciendo todo aquello que causa dolor en la Pasión de Cristo: el madero, el sudario, la corona de espinas, etc., como un modo de exorcizar el dolor. El procedimiento de Violeta es análogo al verso por bendición”, explicó. Así, “solo en apariencia es un acto de maledicencia, porque lo que prima en ella es un acto de redención del sufriente a través del canto. Su función sagrada es transfigurar la palabra en bendición”, argumentó.
En Volver a los 17, en tanto, se asiste a una “transformación del yo producto del efecto prodigioso del amor, recibido gracias al pacto ritual sagrado de retorno al origen”, indicó. Así “el amor divino se hace parte del yo, es decir verbo encarnado”, agregó.
“¿En qué consiste ese saber que se ha encontrado en Volver a los 17? Es el saber en el amor, una forma de conocimiento superior al científico y que es, de alguna manera, mágico, un amor que transforma a las personas: Al viejo lo vuelve niño, al malo lo vuelve puro”, explicó.
“Es interesante observar cómo Violeta escoge imágenes de serafines y querubines, figuras que ocupan los más altos rangos en la jerarquía celestial, y que protegen a Dios. Los serafines con sus cantos y alabanzas, y los querubines protectores de su gloria, serán los que acompañarán esta transfiguración. Entonces, cuando han hecho su aparición estos espíritus bienaventurados, el tiempo original puede volver a comenzar, el estribillo refuerza la idea de resurrección y de vida tanto en el plano espiritual como en los ciclos de la naturaleza, enredando y brotando la hiedra y el musguito”, discurrió.
La poesía religiosa de Violeta Parra entraría entonces en el registro del canto a lo divino, de fundamento bíblico y religiosidad popular. “Canto enraizado en nuestro continente desde la Colonia y solo recientemente acogido por la Iglesia”, en el cual los cantores se sientan en semicírculo alrededor del altar, que completa el círculo, con Dios como único interlocutor.
Fuente: Comunicaciones Iglesia de Santiago.
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