“El juego sería una especie de anhelado retorno al paraíso –escribe el Papa emérito Joseph Ratzinger en su libro Buscar lo de arriba (1985) –, la salida de la seriedad esclavizante de la cotidianidad y sus preocupaciones vitales, hacia la libre seriedad de aquello que no tiene que ser y por ello es hermoso”. Y agrega: “Simboliza la vida misma y la anticipa de un modo configurado libremente. Me parece que la fascinación del fútbol consiste esencialmente en que une estos dos aspectos en una forma convincente. Obliga al hombre, ante todo a cultivarse, de modo que a través del ejercicio se logra el dominio de sí, a través del domino, la superioridad y a través de la superioridad, la libertad. Enseña también una colaboración disciplinada: como juego de equipo obliga a subordinar lo propio en beneficio del conjunto. Lo une a través de un objetivo común”.
Valores en juego
“Puede que de aquí no salga ningún Alexis Sánchez”, dice Diego Bravo (25), coordinador de la Escuela de Fútbol Úrsula Luschow, de la Fundación Soñando Chile. “Lo que nos interesa es el esfuerzo, la solidaridad y el trabajo en equipo”, agrega.
Son diecisiete los menores que viven en el Hogar Acógeme, de María Ayuda. Niños de entre ocho y dieciséis años que han sido derivados ahí por los Tribunales de Familia. “Fueron sacados de sus hogares debido a la vulneración de sus derechos y no están sujetos a adopción”, apunta Constanza Yáñez (24), Presidenta Ejecutiva de la organización que lleva más de un año haciendo del fútbol un vehículo para la transmisión de valores.
La escuela encuentra su antecedente en la Escuela de Fútbol Social que Úrsula Luschow, abuela de Henry Boys, fundador de Soñando Chile, lideró en los años 60 junto a jugadores de la Universidad Católica. Cada sábado un grupo de voluntarios con apoyo del INAF llega al Hogar para sus labores formativas. “La clase consiste en una actividad técnica, de fútbol, que puede ser dribbling, disparo al arco, cabezazo, pases; y otra actividad que intenta traspasar algunas virtudes ligadas al fútbol”, cuenta Jaime Huanca (23), uno de los monitores.
Así, por ejemplo, un día todos los jugadores menos el portero juegan con bolsas de lentejas en la cabeza. De manera que si a alguien se le caen las legumbres no puede moverse hasta que un compañero se las recoja. No hay posibilidad de ganar sin ayudar al compañero. “Así trabajamos la solidaridad y el trabajo en equipo”, dice Huanca.
“El fútbol funciona como un motor social”, dice Bravo, y agrega: “convoca a mucha gente, solo necesitas una pelota y tiene la característica de que hay que esforzarse para crecer día a día como jugador. Nos preocupamos mucho del juego limpio, de que nadie diga garabatos durante la clase, que se respeten las reglas y al compañero”.
“Al principio nos contó entrar porque se trata de niños que vienen con una carga grande de conflictos. Era como llegar a invadirlos. Pero de a poco hemos ido generando una cercanía y hoy día nos esperan ansiosos”, añade.
“Nos hemos ido ganando su cariño”, dice Huanca. “Ellos reciben visitas de sus familias, pero a veces no van. Creo que lo más les entregamos es el compromiso de estar ahí todos los sábados”, agrega.
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El mundo es un balón
Competir, pero más bien compartir es la máxima con que cada viernes un grupo de sacerdotes y migrantes de distintas nacionalidades se enfrentan en la cancha de la Parroquia Latinoamericana Nuestra Señora de Pompeya.
Proteger y promover la dignidad y los derechos de migrantes y refugiados, brindarles acogida y orientación, son algunos de los objetivos que el Instituto Católico Chileno de Migración (INCAMI) realiza con la colaboración del Centro Integrado de Atención al Migrante de Santiago (CIAMI).
Se trata de un encuentro entre personas de diversas culturas con un objetivo compartido y, como explica el padre Idenilso Bortolotto, vicepresidente de INCAMI y jugador entusiasta, “el fútbol es un espacio de encuentro fraterno entre personas diversas, un espacio que nos une”.
Por eso es que cada viernes, cuando comienza a anochecer, se arman los equipos y rueda la pelota. Juega además el padre Marcio Toniazzo, personal de INCAMI, voluntarios y migrantes de distintas nacionalidades. “Teníamos la necesidad de compartir y conocernos más, porque hay gente de España, Francia, Colombia y Perú”, dice el padre Idenilso, que ya se ha puesto la camiseta de Brasil.
Ya han armado un grupo mixto de cerca de veinte personas que van rotando cada viernes. “Se entra a la cancha con el objetivo de ganar, pero nosotros buscamos más bien estar juntos. Se lucha con mucha pasión pero siempre pensando en compartir”, dice. “A través del fútbol podemos solidarizarnos unos con otros, salir del espacio de la cotidianeidad del trabajo y el stress del día a día”, agrega.
El padre Idenilso reconoce que está entusiasmado por ver a Brasil como hexacampeón del mundo, pero ve en la Copa una ocasión propicia para la fraternidad. “El deporte va más allá de las fronteras, en este clima del Mundial tenemos una buena oportunidad para el encuentro entre distintos pueblos. Porque el valor fundamental es el compartir en paz. Aunque uno sea de un continente u otro, de diferentes culturas, al final todos tenemos cosas en común. Creo que esto es un valor importante que a veces en la cultura actual no encuentra un lugar. Reconocer que hay una necesidad de uno por escuchar al otro”, explica.
Fe en el deporte
Seminaristas y formadores futbolizados se unen tras una pelota en el torneo de juego limpio que, aseguran, contribuye a una formación religiosa integral.
“Mente sana en cuerpo sano” es una cita latina atribuida tanto a Juvenal como a Platón. Grecia traspasó a Roma este ideal circunspecto de la práctica del deporte, interiorizándolo tan profundamente en su cultura, su arte, su vida diaria, e incluso su religiosidad, que hasta nuestros días informa la práctica de jóvenes seminaristas reunidos en la Conforsefut.
Confederación de Formadores y Seminaristas Futbolizados es la sigla tras la copa que se disputa desde hace ocho años, religiosamente, en el Seminario Pontificio. “Cumple el objetivo de hacer comunidad entre formadores y seminaristas fuera de la oración, el estudio y lo cotidiano”, dice Francisco Álvarez, su organizador.
En la Conforsefut, la formación de equipos es azarosa, lo que da la oportunidad de conocer a otros hermanos, explica el seminarista. “Se clasifica a los jugadores en ocho categorías según su calidad y nivel de liderazgo. Luego se establecen cabezas de serie y arqueros y se hace una tómbola para la selección”, dice. Este año hubo cuatro equipos, todos de nombre bíblico: Barrabás-es, Adonai, Ruah y Los Territoriales. El fair play es esencial, juegan todos contra todos y los dos primeros pasan a la final.
Francisco Álvarez dice que hay una relación estrecha entre fútbol y fe. Cuando ingresó al Seminario, cuenta, veía muchas diferencias sociales entre los seminaristas. Tras un profundo retiro espiritual comprendió que, aunque distintos, todos tenían un objetivo común: el llamado de Dios. En este sentido, asegura, la Conforsefut reafirma ese modo de ser: “son equipos diversos pero todos reman para el mismo lado, la idea es competir fraternalmente y funcionar como un equipo”, dice.
“El fútbol es pasión de multitudes, lo llevamos todos en la sangre”, explica Francisco. “Tiene la capacidad de unir a las personas sin importar sus raíces sociales, económicas o étnicas. Une a los pueblos, entretiene y ayuda a auto disciplinarse a la persona, porque se juega por un objetivo común: el juego de equipo es más importante que las individualidades”, agrega. Además, sirve para que la familia del Seminario se conozca en un ámbito distinto, ya que en la cancha salen a relucir los temperamentos. “Creo que sirve para tener una formación más integral”, apunta.
Pero no solo de fútbol vive el hombre y hay seminaristas que, tal vez intimidados por el buen nivel de algunos de sus compañeros, prefieren observar desde un extremo de la grama. Para ellos, entonces, se concibió el Partido de las Estrellas, comunión pichanguera que lleva al paroxismo el objetivo de jugar en serio para compartir.
Fuente: Comunicaciones Santiago www.iglesiadesantiago.cl