Nacido al interior de una numerosa familia, Raúl Silva Henríquez fue el número dieciséis entre 19 hermanos. Luego de realizar sus estudios secundarios en el Liceo Alemán de Santiago, ingresó a la facultad de Derecho de la Universidad Católica, recibiéndose de abogado en 1929. Al año siguiente, ingresa al noviciado de la congregación Salesiana y es ordenado sacerdote en Turín en 1938. De regreso en Chile, en la década de 1940 comienza a desempeñar una vasta labor dentro de su congregación. Fue rector del Liceo Manuel Arriarán Barros y encabezó la construcción del templo San Juan Bosco en la Cisterna. Luego fue rector del Patrocinio San José; fundador de la Federación de Colegios Particulares secundarios (FIDE, 1948); director del Estudiantado Teológico Salesiano; organizó el Instituto Católico Chileno de las Migraciones (INCAMI, 1956), la Fundación INVICA, para el fomento de la vivienda popular, y la federación de todas las obras asistenciales y caritativas de la Iglesia, conocida como Cáritas-Chile (1956). Llegó a convertirse en presidente mundial de Cáritas-Internacional en 1962.
Fue nombrado obispo de Valparaíso en 1959 por Juan XXIII, y en 1961 fue nombrado obispo en Santiago. Fue hecho cardenal en 1962. Su designación como obispo de Santiago causó sorpresa, pues las expectativas se concentraban entre un obispo considerado progresista –Manuel Larraín- y otro de cuño más conservador –Alfredo Silva Santiago-. De Silva Henríquez se conocían nada más sus cualidades como gran gestor y administrador. No obstante, a poco andar comenzaron a manifestarse otros rasgos suyos que lo convirtieron en un personaje polémico dentro y fuera de la diócesis.
En 1962, y actuando conjuntamente con Monseñor Larraín, obispo de Talca, dio inicio a la reforma agraria en predios pertenecientes a la Iglesia. La vigencia del régimen de latifundio predominante en Chile entonces, suponía tanto un empleo ineficiente de la tierra agrícola como un régimen de explotación del trabajo campesino de rasgos cuasi feudales. Ambos motivos justificaban la determinación de los dos obispos de entregar progresivamente, y cumpliendo requisitos de eficiencia económica, los predios a trabajadores campesinos, ya fuera que estuvieran organizados en cooperativas, o bien en parcelaciones individuales. Con ello además se quería recordar que junto con el derecho de propiedad privada de los medios productivos que la doctrina de la iglesia reconocía, se encontraba también la función social de la misma.
Entre los obispos de América Latina, le cupo una destacada participación en las sesiones del Concilio Vaticano II, particularmente en la discusión del esquema de la Iglesia, y en la declaración Dignitatis Humanae, sobre la libertad religiosa. El derecho de la persona a la creencia o increencia religiosa, al margen de toda coacción, cualquiera fuera el contexto jurídico y político, suponía para el Cardenal Silva una valiosa contribución a disipar las acusaciones de “oportunismo” que recaían sobre los católicos, que parecían actuar bajo un doble principio de libertad religiosa, según fueran o no mayoría o minoría en la sociedad civil.
Durante la década de 1960, y con el propósito de dar aplicación a las enseñanzas del Concilio, dio curso a la primera Gran Misión en la diócesis de Santiago, y luego al Sínodo de 1968. Entre los frutos de estas iniciativas figura la organización de la pastoral de la región en vicarías zonales y luego vicarías temáticas o ambientales. Las primeras vicarías temáticas fueron de educación, hospitalaria, universitaria y juvenil.
En los años finales de la década de 1960 y hasta el golpe militar de 1973, mantuvo duras controversias con católicos del más amplio espectro. Con los sectores más conservadores, debido no sólo a la ya mencionada reforma agraria en predios de la Iglesia, sino además por causa de la reforma universitaria en la Universidad Católica de Chile, de la que era Gran Canciller. Mientras un sector mayoritario de los estudiantes se hacía eco del crítico diagnóstico contenido en el Documento de Buga sobre universidades católicas de 1967, los grupos más conservadores estimaban que la acción reformista de la mayoría estudiantil atropellaba el principio de autoridad. Por otra parte, mantuvo una fuerte polémica con cristianos de izquierda, agrupados en los Cristianos por el Socialismo, por estimar que, aunque bien inspirados, sus puntos de vista tolerantes con el marxismo eran finalmente incompatibles con el catolicismo.
Con la agudización del conflicto político durante el gobierno de la Unidad Popular, y frente a la explícita preocupación que se manifestaba ante la posibilidad de un quiebre violento de las instituciones democráticas, el Cardenal Silva encabezó los esfuerzos del Episcopado para encontrar salidas dialogadas y pacíficas a la creciente polarización. Sin embargo, y pese a ofrecer su misma casa para que en ella zanjaran sus diferencias el Presidente Allende con el líder del principal partido de oposición, Patricio Aylwin, los llamados de los pastores no encontraron eco y finalmente el quiebre se produjo con el golpe de estado de 1973.
La preocupación de los pastores por la defensa de los derechos de los perseguidos en todos los ámbitos se manifestó inmediatamente de producido el golpe de estado. El Comité Ecuménico de Cooperación para la paz, Pro-Paz, se constituyó ya en noviembre de 1973 en conjunto con iglesias evangélicas y la comunidad judía, y fue disuelto debido a las presiones del gobierno en noviembre de 1975. A esta determinación del gobierno, el Cardenal respondió personalmente a Pinochet: “Mire presidente –le dije-, podemos cerrar Pro-Paz, pero no podemos renunciar a nuestro deber. Si usted quiere impedirlo, tendrá que ir a buscar a la gente a mi casa, porque los meteré debajo de mi cama si es necesario”, (Cardenal Raúl Silva Henríquez, Memorias, op. cit., Tomo III, p. 80). El 1 de enero de 1976 nació la Vicaría de la Solidaridad, máximamente visible junto a la Catedral Metropolitana, en la Plaza de Armas de Santiago, aquella obra por la cual el Cardenal Silva ha sido más conocido y será, probablemente más amado y recordado.
La obra de la Vicaría de la Solidaridad fue mundialmente reconocida en su defensa de los perseguidos, y son probablemente miles los chilenos que encontraron en ella amparo y consuelo ante la persecución, o que gracias a ella literalmente salvaron su vida cuando estaban bajo la mira del terrorismo estatal. También en la década de 1970, vieron la luz la Vicaría de la Pastoral Obrera y la Academia de Humanismo Cristiano, bajo la misma inspiración del buen samaritano, de dar protección a los perseguidos en el mundo del trabajo y en las universidades, especialmente la Universidad Católica intervenida militarmente.
En 1978, ante la amenaza de un conflicto bélico entre Chile y Argentina, en conjunto con los cardenales argentinos Primatesta y Aramburu, decidió solicitar al recién elegido papa Juan Pablo I una intervención del Vaticano, a objeto de impedir que dicho conflicto llegara a materializarse. En la imposibilidad de obtener en breve plazo una audiencia con el papa recién elegido, el Cardenal Silva se valió de la ceremonia de entronización del pontífice para solicitar su intervención. Así, en una imagen extravagante, durante la procesión en la que cada uno de los cardenales expresa brevemente su obediencia al Papa, el cardenal Silva, saliéndose del protocolo, ocupó algunos minutos en explicar, de rodillas, a Juan Pablo I la urgencia que la situación suponía y obtuvo de él el compromiso de atender a su rogativa. Aunque el papa falleció a los pocos días, su gestión quedó iniciada y fue continuada por su sucesor Juan Pablo II, dando origen a la mediación papal que contribuyó a poner fin a este conflicto limítrofe entre ambos países.
En 1982, al cumplir 75 años de edad, debió presentar su renuncia como arzobispo. Fue reemplazado a la cabeza de la diócesis de Santiago por monseñor Juan Francisco Fresno en 1983, pasando a ocupar un discreto segundo plano. Al momento de su muerte, se escribió sobre él: “Lo despedimos con lágrimas de alegría. Chile le debe el alma. Pocos han sido los padres y madres de la patria: Valdivia, Lautaro, O’Higgins, Bello, Prat, Hurtado, Neruda, la Mistral… Los padrastros han sido varios. A unos y a otros habrá que recordar. Para inspirarnos en unos, para precavernos de otros. Bueno será recordar a Raúl Silva Henríquez como un padre de la patria. Le debemos uno de los progresos espirituales más grandes de nuestra historia. (…) Raúl, amigo. De tu mano nos atrevimos a avanzar en las tinieblas. Cuando cualquiera disidencia era delito, cuando la sospecha y la delación oscurecían el cielo, tú fuiste candela y refugio, refugio y resistencia. Tu luz creció tenaz y hoy alumbra el futuro. ¿Qué progreso económico es comparable al paso adelante que la conciencia de Chile ha dado en el camino a la trascendencia? (…) Como Cristo, no levantaste tu voz para aplastar o destruir, sino para reivindicar a los débiles y a las víctimas, para implantar en el alma de la patria la convicción —nueva para la mayoría, incluso para la inmensa mayoría cristiana y católica— de que todo hombre y toda mujer vale infinitamente a los ojos de Dios. Que su Cristo nos sacuda para indignarnos contra todo abuso de poder y dar la vida para que otros la tengan en abundancia. Adiós. Cardenal, «Cardenal de los pobres». Vele por nosotros”, (Jorge Costadoat SJ, “Cardenal y Padre de la Patria”, Revista Mensaje nº 478, mayo de 1999, p. 15).
En 2007, al conmemorarse el centenario de su nacimiento, la presidenta de la República Michelle Bachelet solicitó la introducción de su causa para la beatificación, solicitud que se encuentra en espera y que ha sido patrocinada por la Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez.
Fuente: Comunicaciones Iglesia de Santiago
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