Cincuenta y tres de sus ochenta y dos años los dedicó al sacerdocio, enfocado siempre en los trabajadores. Nacido en 1931 en el seno de una familia acomodada, sus padres (él dedicado a la medicina social, ella activa participante de las Conferencias de San Vicente de Paul), le transmitieron una poderosa inquietud social.
En 1954 se tituló de ingeniero civil en la Universidad Católica, pero pocos meses antes había decidido ya ingresar al Seminario Pontificio. El 11 de junio de 1960 fue ordenado sacerdote por Monseñor Emilio Tagle.
Se fue a estudiar Ciencias Sociales a Roma. Cuando volvió, en 1963, Monseñor Raúl Silva Henríquez, Arzobispo de Santiago, lo designó para la Misión General, en la población José María Caro y en 1964 estuvo a cargo de la post misión, “en una pega muy de oficina”, recordaba en declaraciones al periódico Encuentro, en junio de 2010. Entonces fue donde el Cardenal Silva y le dijo: “Si usted quiere que siga de cura, sáqueme de aquí. Yo me metí en el seminario para trabajar con los pobres”.
Así que el Arzobispo lo designó como asesor del Movimiento Obrero de Acción Católica, MOAC, de la Zona Oeste. “En el MOAC aprendí que la pobreza no es algo querido por Dios ni culpa de la gente pobre. Allí promovimos la preocupación de la Iglesia por el mundo obrero. Vimos que la manera de remediar las injusticias hacia los trabajadores era a través de la organización. Eso como una cosa que era lo que Dios quería, eso era lo que yo entendía como la opción preferencial por los pobres que después fue establecida en Medellín”.
Tras el golpe de Estado se convirtió en un ardiente colaborador del Comité Pro Paz y luego la Vicaría de la Solidaridad. “Fue evidente que con la acción de la Iglesia se pudieron frenar algunas cosas”, decía en septiembre a Encuentro. “El mundo entero ayudó en esta labor y reconocía lo realizado. Fui testigo de la inmensa gratitud de las personas que sufrieron tras una tremenda represión. El sentir que no estamos solos, que hay donde recurrir, que te creen lo que está pasando, eso fue una gran cosa. Muchas personas dicen que si no fuera por esa acción estarían muertos, y sus familias también. Es un capital que tiene la Iglesia frente al mundo más pobre, más excluido, que fue el que pagó los costos. Es un signo de que realmente fuimos instrumentos del Espíritu del Señor, de nuestra opción preferencial por los pobres y por la paz”.
El padre Baeza fue el primer Vicario de la Pastoral Obrera de Santiago desde 1977 y hasta el 2000. Fue clave en la transición a la democracia y en la lucha de los Derechos Humanos y los trabajadores. Fue Director de Caritas Santiago y desde 2006 se desempeñaba como Administrador Parroquial en la comunidad Sagrado Corazón de Jesús de Estación Central.
Su preocupación por los trabajadores lo acompañó hasta su deceso, la noche de este jueves en la casa del Clero. Así lo atestiguan sus palabras, en una entrevista otorgada a la revista Mensaje en noviembre reciente: “Creo que en el actual modelo económico, cultural y político que estamos viviendo, el Señor nos sigue llamando a asumir más a fondo los atisbos evangélicos que intentamos vivir como Iglesia en los tiempos de la Dictadura. Creo que el testimonio que entonces dio la Iglesia en la defensa de los derechos humanos de todo orden constituye un elemento pastoral de gran importancia para la evangelización y el aporte cristiano, en la búsqueda de una sociedad menos injusta y más conforme con el proyecto del Reino de Dios”.
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Libro virtual de condolencias
Fuente: Comunicaciones Iglesia de Santiago
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