Por Sebastián Gallegos y Haydée Rojas
“Y esa fue la lucha que di para terminar mis años en un lugar tranquilo”, dice María Villarroel. Está de pie, con sus muletas, en el living de su pequeña casa de la villa Nuevo Amanecer, en la comuna de Lampa. Bajo sus zapatos, que están secos, no hay barro sino una cálida alfombra.
Durante once años vivió a medio kilómetro cerro arriba, en el campamento La Copa, uno de los más de cien que persisten en la Región Metropolitana. “Allá no había agua, no había luz, no había alcantarillado”, cuenta sobre el sitio al que llegó recién separada y con cuatro hijos, y donde el riesgo de inundación o deslizamiento del terreno era una amenaza constante.
Con todo, era preferible que vivir de allegada en la casa de su madre en la población Huechuraba Sur, en Conchalí. El hacinamiento y los conflictos asociados al alcohol y las drogas precipitaron la decisión. “Escapé de eso porque era algo que ninguna mamá quiere para sus hijos, yo lo único que quería era tener un lugar propio”, asegura. Así llegó a Lampa.
“Cuando llovía –recuerda sobre el campamento– el barrial era tremendo, criar niños así fue difícil”. Encima una complicada fractura de tibia, producida mientras trabajaba en los viñedos, le significó dos operaciones y la condición permanente del uso de soportes para andar. “Pero había que aguantar por un futuro mejor”, dice con orgullo.
Al comité, que agrupó a 150 familias del campamento en torno a un subsidio habitacional, lo bautizaron precisamente así: Por un futuro mejor. “Claro que al final no llegaron todas las familias –asegura–, muchas no quisieron esperar tanto y se aburrieron o sacaron la plata”.
El proceso tomó 5 años y medio y supuso conseguir un terreno y una empresa constructora. Como entidad de gestión actuó la fundación Un Techo para Chile, hoy Techo. “Y el futuro fue mejor”, dice María Villarroel, mientras por la ventana se deslizan las primeras gotas del invierno. “Ahora no me lluevo, no tengo que salir al barro para ir al baño y gracias a Dios, tengo muy buenos vecinos”, sonríe. El campamento La Copa, no obstante, no mengua. “Cada familia que se quedó tiene hijos –explica ella– y esos hijos forman familias y bueno, hacen su casita más allá, entonces es siempre lo mismo”.
PROMESA INCUMPLIDA
Uno de los desafíos planteados para la celebración del Bicentenario, en 2010, fue “Chile sin campamentos”, pero no pasó de ser un buen eslogan. Antes, otros gobiernos se habían propuesto similar reto, al parecer imposible de alcanzar.
¿Qué ha impedido que esta promesa se pueda cumplir?¿Por qué, si ha sido un tema prioritario en la agenda política, con la creación de programas como Chile Barrio, por ejemplo, no parece una meta posible?
Según la secretaria ejecutiva de Aldeas y Campamentos del Minvu, Ana Claudia Amar,una de las principales razones es la falta de viviendas. “Chile tiene un déficit habitacional importante, hay alrededor de 10 veces más familias viviendo de allegados que en campamentos, con grados de vulnerabilidad importantes. Entonces, siempre habrá una demanda mayor que la oferta y no se cierra la brecha”.
Coincide Sofía Troncoso, jefa de Campamentos para la Región Metropolitana de Techo, quien explica que “mientras sigan existiendo familias que viven de allegadas, esos grupos humanos se van a seguir trasladando a campamentos con la esperanza de ser dueños de un terreno propio”.
De ahí que se estima que cada año ingresen a este círculo alrededor de 2 mil familias, que están dispuestas a vivir en condiciones precarias, sin importarles habitar un lugar que no cuenta con los servicios básicos, todo con tal de tener su propio espacio.
Según Ana Claudia Amar, el problema se suscita porque la política ha sido entregar subsidios a grupos de familias y no a la totalidad. Así se iban unos y siempre quedaban otros. Al dejar entonces los terrenos con las mediaguas disponibles, se incentiva a que nuevas familias lleguen.
Hoy el tema lo están enfrentando de otra forma: se ha establecido el cierre total del campamento como un objetivo de política pública. Se han financiado 32 planes a nivel nacional, recuperando ese lugar para la comunidad con canchas y equipamiento deportivo, ciclovías, gimnasios o plazas, con lo que se garantiza que no haya repoblamiento. En caso de que el terreno haya sido de propiedad privada, se deja cercado y se le entrega al dueño para su cuidado.
Esto demuestra, dice Ana María, cómo el tema de la erradicación sí ha sido una prioridad presidencial, lo que se vería reflejado en la puesta en práctica de un plan integral cuya base ha sido el anuncio de 18 mil subsidios exclusivos para familias de campamentos, de los cuales ya se han entregado 11.404, cerca del 63%. “Y ahora tenemos abierto el llamado para abarcar al resto de las familias”, asegura.
No están tan optimistas en Techo. Según Sofía Troncoso, la entrega de subsidios como meta de gobierno, sin la existencia física de las viviendas, perpetúa el problema. “Se están entregando subsidios de casas que no existen y que tampoco se están construyendo, por lo tanto,la solución no es real.Y el tema es que cuesta mucho que las constructoras acepten construir esas casas, porque les significa muy poca ganancia”, sostiene.
La base para erradicar los campamentos, en su opinión, es sincerar el problema, ya que “no podemos seguir engañándonos en torno a las cifras y la realidad. Hoy día, creer que hay 657 campamentos en el país es vivir en una mentira, porque hay muchísimos más y seguirán apareciendo mientras no se solucione el déficit habitacional. Toda política pública en base a un mal diagnóstico es irresponsable”, sentencia.
A juicio de Ana Luisa Muñoz, del programa Organiza de la Vicaria para la Pastoral Social, el tema pasa porque “nos ha faltado como país tener una visión más integral. Se sigue considerando que la respuesta a los campamentos tiene que ser respecto al tema habitacional, pero es mucho más que eso, es un conjunto de cosas. La situación de vulnerabilidad, de pobreza, en que viven es impresionante, y no se ha considerado su realidad social, económica y cultural. En los campamentos, además, se generan relaciones muy solidarias, se come en olla común, por ejemplo, con la solidaridad cubren las necesidades básicas y por eso es usual después escuchar ‘en el campamento nunca estuve sin comer, yo vivía mucho mejor allí’”.
CIFRAS
- En Chile existen 657 campamentos, con 27.378 familias viviendo en ellos lo que da un total de 83.863 personas.
- En los campamentos los hogares bajo la línea de la pobreza son el 62,34%
- La Región Metropolitana ocupa el tercer lugar en cantidad, después de Valparaíso y Concepción, con 117 –la mayoría en la comuna de San Bernardo-
- En la Secretaría Ejecutiva de Aldeas y Campamentos aseguran que al término de este gobierno la cifra bajará a 77. El 40% de estos asentamientos tiene más de 30 años de antigüedad.
Fuente: Catastro Nacional de Campamentos (2011) realizado por los ministerios de Vivienda y Desarrollo Social, en conjunto con la Universidad Alberto Hurtado.
Fuente: Periódico Encuentro
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