A finales de los años 90, el Arzobispo de Santiago, Cardenal Carlos Oviedo Cavada, en una carta pastoral sobre la Pastoral Carcelaria, escribía lo siguiente: “
La realidad común es que una persona no se interesa por los problemas de otro si no le tocan, de alguna manera, a sus propios afectos o intereses. Una vez, visitando una Parroquia, al saludar a los fieles después de la Santa Misa, una señora me dijo: “yo no podía entender por qué Ud. hablaba siempre de los privados de libertad y que todos se debían preocupar de ellos. Ahora comprendo porque tengo un hijo en la Penitenciaria” (carta pastoral “Conmigo los Hicisteis” nro. 3. 1998).
Este breve párrafo expresa una realidad común en nuestro tiempo, en nuestro país, nuestra ciudad y también dentro de nuestra misma Iglesia católica: la indiferencia frente al sufrimiento humano de una realidad tan lejana para algunos, pero tan cercana, real y posible para todos y todas: la realidad carcelaria.
Una persona condenada por un delito y privada de libertad, sentencia dictada por una corte, -después de un debido y justo proceso, como debe ser-, es alguien que ha vulnerado los derechos de otra persona. Ha causado sufrimiento, dolor y un daño a veces irreparable, que sólo el tiempo, la contención familiar y profesional, y -desde una mirada de fe-, el perdón que brota del amor de Dios, le devolverá la paz al afectado y le dará la fuerza para continuar.
Pero, querido lector, date el tiempo para continuar esta lectura y déjame decirte algo tan real y verdadero como esto. Ese
delincuente, usando la connotación despectiva del término, sigue siendo persona; privada de libertad, pero persona; condenada por un delito, pero persona; pagando por su falta, pero persona. Una persona que tiene historia, que muchas veces ni tú ni yo conocemos, vidas a veces marcadas por dolor, abandono, sufrimiento, círculos de muerte como el alcohol, el tráfico y la drogadicción, sin cariño, sin amor. Es cierto, hay personas que por su propia libertad han elegido el camino de la maldad, pero no todos son iguales en la cárcel. Sorpréndete, también hay personas capaces de sentir, reír, arrepentirse, proyectarse y cambiar. No todos son la expresión de la bondad, pero también no todos son la expresión de maldad.
Este es el ambiente en el cual nos movemos los que hemos sido llamados por Dios a trabajar pastoralmente en las cárceles, en un espíritu de comunión y vocación de servicio, insertos en esta realidad donde queremos llevar la cercanía, el amor, la misericordia y el perdón de Dios. Recuerda, nosotros no servimos en las cárceles porque vamos a encontrar gente buena, sino porque el Dios en quien hemos puesto nuestra fe, el Dios de Jesús de Nazaret, ES BUENO.
La pastoral carcelaria arranca de la misma persona de Jesús, criterio único que rige nuestro servicio: “
Vengan benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era inmigrante y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver” (Mt, 25, 34-36). ¿Dónde más que en la cárcel estos derechos fundamentales son vulnerados?, la comida digna, la salud adecuada, la convivencia sana, la dignidad respetada. Esta realidad es la que la Iglesia naciente nos invitaba a tener en cuenta y que repercuten fuerte hoy. “
Que el amor fraterno sea duradero. No olviden la hospitalidad, por la cual algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Acuérdense de los presos como si ustedes estuvieran presos con ellos; y de los maltratados, como si ustedes estuvieran en sus cuerpos” (Hb.13, 1-3).
Desde esta realidad quisiera compartir con ustedes lo siguiente:
A finales de marzo y comienzo de abril, los imputados de la unidad penal de Copiapó, aproximadamente 235 internos (de una población penal de 800 internos que conviven en un reciento construido para recluir 250 o 300 internos) que están siendo procesados por diversos delitos y esperan un juicio, sostuvieron una huelga de hambre, como medio de presión ante las autoridades de tribunales de justicia para solicitar ciertas demandas que hicieron colectivas, como la revisión por la prolongación de los procesos de investigación, revisar la proporcionalidad de las penas en torno a los delitos, y equidad en la imposición de la pena, al igual que en otras regiones, etc.
Estas demandas recibieron respaldo de sus familiares que en los últimos días de huelga apoyaban desde las afueras del penal. Recibieron visita de la corte, respondieron algunos de sus requerimientos, pero como sabemos, estas no son demandas que se solucionan de la noche a la mañana, son realidades que el sistema de justicia debe pensar, trabajar y responder con estructuras de justicia más trasparentes y eficientes. Frente a esta realidad día a día orábamos para que el Dios de la vida dispusiera una escucha atenta de las autoridades frente a las demandas de los internos; orábamos para que los internos actuaran con mesura, y así en esfuerzos comunes lograran un diálogo constructivo. Pero pudieron más nuestras miserias, la falta de puntos de encuentros y las voluntades ausentes. Es así como el día miércoles pasado hubo un procedimiento de intervención de parte de gendarmería en diversas secciones de la unidad penal, estalló la violencia, nunca querida por Dios, lo que conllevó a tener personas heridas, y una gran conmoción de parte de las familias de los internos en las afueras de la cárcel. Hubo traslados de internos a otras unidades del país, imagínate lo que significa estos para sus familias.
Ahora bien, sólo quiero exponer esta realidad, no quiero profundizar, pero si quisiera denunciar lo siguiente:
- La poca presencia de autoridades regionales, que no se pronunciaron frente a una realidad tan dolorosa en nuestra región. Ausentes diputados y senadores de la República, que son elegidos para servir a su pueblo. No digo que traerán la solución, pero una pronunciación, su cercanía, estamos preocupados, inquietantes, en fin, sólo estar.
- La poca o escueta cobertura de los medios de comunicación, prensa escrita y televisión. No digo que no hayan mencionado la noticia, sino la poca profesionalidad en torno a la profundización de la noticia y la exposición de una realidad tan creciente y preocupante en nuestra región.
- La indiferencia de la población, la indolencia frente a una realidad como la cárcel que es una estructura de pecado, reflejo de una sociedad que está enferma, enferma por la injustica, la falta de educación, la falta de oportunidades, una sociedad desigual y consumista y en muchas ocasiones falta de valores como la solidaridad, hermandad, el respeto, la valoración mutua, etc.
La huelga terminó, todo seguirá igual, pero la fuerza del Resucitado y la presencia del Dios viviente están con nosotros, ¡ésta es nuestra seguridad y convicción! Porque sabemos que el Señor no nos abandona, seguiremos sirviendo en la realidad carcelaria, llevando la cercanía de Dios con nuestra presencia, predicación y evangelización. Como cristianos no daremos la espalda a esta realidad, y desde este hermoso lugar de la tierra, nuestra querida diócesis de Copiapó, seguiremos construyendo el gran sueño de Dios, un mundo sin cárceles.
Padre Rodrigo Herrera Reyes
Capellán gendarmería y cárceles región de Atacama
Diócesis de Copiapó
Fuente: Comunicaciones Copiapó