La Universidad del Mar: una advertencia sobre la universalidad del mal
La Universidad del Mar: una advertencia sobre la universalidad del mal

La Comisión Diocesana Justicia y Paz del Obispado de Rancagua, reflexionó a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia sobre la situación de esta casa de estudios y cómo se extiende a otros ámbitos. “El mercado no es capaz de garantizar los derechos ni el acceso equitativo a los bienes que produce la sociedad. Así lo ha dicho la Iglesia, y los hechos porfiadamente lo corroboran”, indicaron.

Cuando se levanta la pregunta, muchas veces con carácter de acusación, respecto de qué tiene que aportar la Iglesia al mundo actual, particularmente cuando aparece tan herida por el comportamiento de algunos de sus integrantes, se producen hechos en la sociedad que indirectamente dan la respuesta: aún siendo víctima de sus propios pecados – y tal vez por eso mismo – la Iglesia sigue siendo experta en humanidad. Y cuando levanta la voz para prevenir, exhortar o animar, lo hace desde un profundo conocimiento, y un amor mayor aún por los hombres y una sincera preocupación por su destino, y por los caminos que debe transitar. [1]

La larga cadena de irregularidades de las que se ha tomado conocimiento, referentes a la Universidad del Mar, institución que como persona jurídica está próxima a extinguirse, nos obliga a reflexionar respecto de dónde estuvo el error, o dónde se origina la cadena de errores que condujeron a la crisis actual, que está lejos de haber sido resuelta. Nos parece posible adelantar que hay un punto de origen en una mentalidad moralmente errada, que pone como centro de su atención el materialismo, que a su vez tiene su expresión primera en el ánimo de acumular riquezas, y que en definitiva, “nos propone todos los días, bajo las formas más distintas, una civilización del consumo.” (Evangelii nuntiandi, Nº 55)
La Iglesia ha advertido, muy recientemente, que del ámbito de la vida cívica no pueden estar excluida ni la caridad – entendida en su sentido original, no en el de una relación de paternalismo teñido por la lástima y la imposición implícita de una relación de superior a inferior – ni la verdad. [2]

Al revisarse esa trayectoria siniestra de hechos ya largamente investigados y hoy públicamente conocidos de esta institución que debió ser académica, horroriza la suma de faltas a la verdad, expresada en la conformación de innumerables sociedades inmobiliarias, financieras y otras de muy distinto rubro, con la finalidad clara de ocultar operaciones en las que los recursos financieros en juego no iban a mejorar la educación y ni siquiera el patrimonio de la universidad; o como la de tener exteriormente unos estatutos oficiales de honesta apariencia, y en la realidad unos procedimientos que los burlaban; o un mensaje publicitario de respeto a docentes y estudiantes, y un comportamiento objetivo de desprecio por ambos.

Nada más ajeno a la caridad, asimismo, que la prescindencia de toda consideración por los derechos de las víctimas de las operaciones de quienes hayan sido los responsables: el derecho de la sociedad chilena a esperar que una universidad, reconocida como tal, entregara conocimientos, investigara, y difundiera cultura, lo que no ocurrió; el derecho de los trabajadores de la universidad a que se les respetaran sus contratos y se les pagaran sus remuneraciones en forma oportuna y completa; el derecho de los estudiantes a recibir a cambio de los aranceles que cancelaban, la formación académica en la que tenían depositadas sus esperanzas de un futuro profesional digno, que a su vez les abriría la perspectiva de superar condiciones actuales de pobreza, muchas veces hereditaria. [3]

Hoy, cuando tardíamente el mundo oficial ha tomado las primeras medidas – que en una primera revisión no parecen resolver ni lejanamente la situación actual o futura ni siquiera de los dieciocho mil estudiantes directamente afectados – destinadas a terminar con una situación en la que la más cruda caricatura de la lógica de mercado y de la conducta empresarial se han encarnado en esta universidad, parece necesario extender la reflexión: el mercado no es capaz de garantizar los derechos ni el acceso equitativo a los bienes que produce la sociedad. Así lo ha dicho la Iglesia, y los hechos porfiadamente lo corroboran. Se ha dicho “Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave.” [4] (Caritas in veritate, Nº 35) El texto citado pareciera referirse expresamente a lo ocurrido con la Universidad del Mar.

Ahora queda por enfrentar, como sociedad, el remedio de tan graves males: el sistema educacional deberá ser capaz de dar respuesta a los anhelos y a los sacrificios realizados por todos los estudiantes de la universidad, no sólo de los que están por egresar. El Poder Judicial deberá encontrar el camino que las leyes le muestren para reparar los daños civiles, penales y de la índole que sean, que hayan causado los responsables de la crisis, y aplicarles las penas que corresponden, particularmente las derivadas de la vulneración de los derechos laborales de los funcionarios y de los académicos; nuestros legisladores deberán ajustar los instrumentos normativos para que en el futuro el modelo no deje espacios para hechos como los que ahora lamentamos; todos, debemos asumir que “el mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil”. (Caritas in veritate, Nº 36)

Tampoco “se debe olvidar que el mercado no existe en su estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas”. (Caritas in veritate, Nº 36) El problema, una vez más, no nace sino del corazón del hombre. (Cf. Mc, 7:20 y ss.) Es ese el ámbito que requiere ser evangelizado, y donde deben asentarse la verdad y la caridad, como único antídoto eficaz a las maquinaciones de quienes tienen puesto su corazón donde está su tesoro, (Cf. Mt 6, 19 y ss.) y que causan un daño proporcional al lugar social donde se sitúan.

Hay muchos datos que aún desconocemos sobre este drama que ha golpeado nuestro cuerpo social, pero los que las medidas adoptadas por la autoridad oficial afirman, autorizan las reflexiones anteriores. Sin embargo, persiste una legítima preocupación, que compartimos: si esto ocurrió en el ámbito académico, donde es lícito presumir que tiende a prevalecer un cierto ánimo altruista, dada la naturaleza de la función de una universidad, ¿qué puede estar gestándose en el mundo financiero, en el de las compañías de seguros, en las grandes empresas inmobiliarias, en las corredoras de valores, en las consultoras que asesoran a las grandes compañías en la elaboración de sus estudios de impacto ambiental? Los precedentes que se muestran en las farmacias coludidas, en el comercio de gran escala y sus repactaciones forzosas, en la fijación oligopólica de cuotas de producción por parte de las empresas avícolas, en los acuerdos de exclusión de competencia por parte de empresas de transporte, dejan poco espacio a la ilusión. No se trata de levantar sombras de sospecha sobre toda iniciativa empresarial, pero la falta de fiscalización o de prevenciones es negligencia, que a la larga es complicidad que hace recaer su pecado de omisión – como siempre - sobre los más pobres.

En tiempo de Navidad, una vez más resplandece con nuevo brillo la figura de María, solidaria con las personas vulnerables individualmente consideradas, como una embarazada tardía (Cf. Lc, 1, 39 y ss.) y con el destino colectivo de los pobres de su pueblo. (Cf. Lc, 1, 46 y ss.) Que ella siga intercediendo ante su Hijo para que a partir de una experiencia de pecado social, seamos capaces de descubrir la urgente necesidad de que la caridad y la verdad se hagan presentes también en la trama social que juntos conformamos.

Ramón Esteban Galaz
Comisión Diocesana Justicia y Paz

San Fernando, diciembre de 2012

[1] Respecto del ámbito del ser humano como sujeto del mensaje de la Iglesia, hay una muy clara definición en la afirmación: “El hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos.” (Evangelii nuntiandi, Nº 31)

[2] Nos dice Benedicto XVI: “Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De aquí la necesidad de… buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. De este modo… contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social. Y esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola. (Caritas in veritate Nº 2)

[3] “Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia.” (Caritas in veritate Nº 6)

[4] Las cursivas son del original.

Fuente: Comunicaciones Rancagua
Rancagua, 29 de Diciembre, 2012

Especiales de Iglesia.cl