Cuando nos acerquemos a Jesús en el final de la historia, probablemente sus palabras serán “estuve crucificado entre los pobres de Latinoamérica, entre los excluidos de Chile, entre los quemados de San Miguel. Debería pedirles que os apartarais de mí, porque mientras yo y mi hermano Lázaro sufríamos la violencia y la marginalidad, ustedes siguieron con su vida indiferente”.
Los cristianos ya fuimos avisados que en nuestro Cristo se encuentran los quemados de San Miguel y que en los internos de San Miguel se encuentra nuestro Cristo; que en nuestro Cristo se encuentran las sufrientes mujeres detenidas del CPF que tenían hijos, hermanos, parejas, parientes o esposos entre los heridos y quemados. Porque la cárcel no es un círculo virtuoso… es un círculo económico y social perverso.
Además, porque ellas no están al margen de los incendios de los recintos penitenciarios y saben que les puede ocurrir algo similar, como ocurrió durante el terremoto, en que el encierro, la falta de ayuda y de confianza, así como la desesperación, las llevó a derribar puertas por el instinto de sobrevivencia.
Nuestro punto no es seguir cuestionado el sistema penitenciario; ya todos sabemos lo que es. Hoy, a muchos les hemos escuchado decir por los medios comunicacionales “En este sistema, los presos no pierden sólo su libertad: pierden sus derechos y su dignidad”. Valiosa opinión, por fin… por fin, después de tantas y tantas denuncias se ha tomado conciencia de tan vejatoria realidad.
Por otra parte, reconocemos que también existen muchos que trabajan y han trabajado por eliminar los atropellos a los derechos humanos y las carencias de los privados de libertad y confiamos que muchos seguirán en eso.
Nuestro tema es ahora otro, más de fondo. Queremos denunciar el estilo de vida que ha contribuido a esto. Tal como estamos viviendo es como estamos enseñando a vivir.
Simplemente no estamos viviendo como hermanos, no sería posible estar tranquilos si es que nuestros hermanos de sangre estuvieran entre los quemados o heridos de San Miguel, pero la verdad es que como son más que nuestros hermanos de sangre, son nuestros hermanos y compañeros de humanidad y eternidad, deberíamos estar muy angustiados.
Como Religiosa de la Congregación del Buen Pastor y Capellana del Centro Penitenciario Femenino (CPF) agradezco a Dios la oportunidad que tuve, junto al padre Ricardo Cortés y Beatriz de la Cerda de acompañar, contener y orar en todos los patios con las señoras que sufrían en la incertidumbre de que algunos de sus familiares estuviera entre los fallecidos y/o herido. Hubo muestras de profunda fe, solidaridad, respeto y profundo dolor por el dolor de algunas de ellas.
Pero lo que más le agradezco a Dios es la gracia que me da de no perder la sensibilidad frente al dolor de los demás, por lo que mi corazón estaba oprimido y las lágrimas me jugaron una mala pasada en muchos momentos porque, no hay nada en la vida que me duela más que ver sufrir a las personas.
Solidarizar con esas mujeres y con los presos de San Miguel implica luchar contra todo lo que los destruye o crucifica, y eso hermanas, hermanos y miembros de la sociedad civil, tiene costos que debemos pagar en dinero, en tiempo, en afectos, en privilegios, en vida. Sabemos que todos queremos que esto cambie, pero sólo cambiará cuando estemos dispuestos a amar renunciando.
Los chicos que llegan a las cárceles llegan por droga, por alcohol, por dinero, es decir, por la ilusión perversa de los medios de que en el consumo está la felicidad. Nadie repara que esa falsa ilusión los pudo abrazar por el abandono y la soledad en que vivían. Y decimos a los cristianos que al no ser hermanos de la pobreza evangélica y que al no vivirla, estamos reproduciendo esa ilusión.
Con nuestra falta de solidaridad (a la que se rinde gran publicidad porque se nos considera muy solidarios por ser capaces de reunir grandes sumas de dinero) estamos mostrando un falso camino “por aquí amigo, por aquí se es feliz”.
Esta es una interpelación a los cristianos que quieren solidarizar con los pobres, y solidarizarse con los pobres, a la manera de Jesús implica bajar a esa pobreza, hacerse pobre como Él.
Ahora amigo-hermanos-compañeros ésta es nuestra lucha, los pobres y crucificados de nuestro tiempo están en las cárceles de Latinoamérica igual que en San miguel. Esta es ahora nuestra urgencia, estos son los pobres entre los pobres, ahí está el máximo dolor, ahí debe estar también nuestro corazón, nuestras manos, nuestro tiempo, nuestra inteligencia, nuestro amor.
Pidamos perdón a esas familias por nuestras inconsecuencias, por nuestra falta de amor que les quitó a sus hijos y parientes. Dios no lo ha querido porque no quiere que sus hijos mueran así, pero podemos encontrar un sentido, un para qué, que sería ir en busca de ellos a las cárceles y ayudarlos a reconstruir su vida y su camino.
Una vez más reitero nuestra profunda valoración y significado enaltecedor de las palabras de la fundadora del Buen Pastor, Sta. María Eufrasia: "No las maltraten más de lo que ya están maltratadas", que resuena como una ironía a nosotros, que como sociedad hemos asumido como bandera de lucha el maltrato, la indiferencia, el individualismo y la apatía. Basta recordar que, acaso mas de alguna vez, hemos escuchado “No están en la cárcel por buenitos”, “Queremos condenas más largas que sean ejemplarizantes”, “Falta construir más cárceles y contratar más gendarmes”, "Que se pudran en la cárcel", "Son muy malos", pero ¿cuándo me pregunto que estoy haciendo yo para que no sean tan malos?, ¿que aporto?, ¿qué podría ofrecer?, ¿qué se me ocurre para mejorar algún aspecto?
Entonces no nos extrañemos cuando nos encontremos cara a cara con Jesús y nos diga: “Vayan malditos de mi Padre al fuego eterno, porque estuve preso y no me visitaron” (Mt. 25)
Fuente: Comunicaciones Pastoral Social Caritas