El obispo de Rancagua, Mons. Alejandro Goic, destacó en su homilía del Te Deum de Fiestas Patrias, la necesidad de mejorar nuestra convivencia nacional, especialmente a través del fomento a la solidaridad más profunda con los problemas, angustias y necesidades de los excluidos y marginados, sin distinciones ni exclusiones.
"Es lo que llamamos una “mesa para todos”. Las más crecientes y creativas instancias de diálogo ayudarán a configurar un mejor camino de convivencia, fraternidad y solidaridad con los más pobres. Al inicio de nuestro tercer centenario aún somos un país con muchas exclusiones y desigualdades. Algunos de los sectores más afectados por esta situación son, además de los mismos pobres e indigentes, las mujeres, los jóvenes, nuestros grupos étnicos originarios, los trabajadores menos instruidos o especializados. No es posible que una situación así se siga replicando en nuestra sociedad moderna y altamente tecnologizada. ¡Es un drama que clama al cielo! ¡Chile debe ser un país más equitativo!", expresó el Presidente de la Conferencia Episcopal.
Añadió el obispo que, al inicio de este tercer siglo nacional, "nuestro esfuerzo mayor debe estar orientado y animado por la preocupación por los más vulnerables, los pobres, los que quedan al borde de los caminos o al costado de las mesas. Ello nos demanda muestras concretas de solidaridad profunda y verdadera, con gestos que nos comprometan y nos conduzcan hacia compromisos serios y perdurables. Parafraseando al Padre Hurtado, si no somos capaces de ver a Cristo en los pobres, nuestros problemas no tendrán solución".
A juicio de Mons. Goic, nuestro país disfruta hoy de una identidad nacional y una idiosincrasia propia gracias a quienes le dieron a Chile su fortaleza espiritual, su piedad popular y su religiosidad tradicional: las distintas confesiones religiosas y creencias que arraigaron en el país.
Mencionando dolorosos sucesos que han marcado nuestras vidas este año, como el terremoto y el derrumbe que sepultóa a 33 mineros, el obispo sostuvo que estos momentos nos han dado lecciones de valentía, de anhelos profundos, de deseos inmensos de vivir, de preocupación generosa por los demás. "Pero no sólo sufrimos las tragedias provocadas por la naturaleza. Muchas veces nos afectan y nos duelen aquellas causadas por el hombre y sus pasiones: odios y divisiones; conflictos políticos y sociales; hambre y pobreza; violencia y delincuencia".
En la mirada del presente y del futuro el obispo de Rancagua destacó algunos desafíos particularmente urgentes para nuestro país en esta celebración del Bicentenario y en los años venideros: la superación de la injusta pobreza de los pobres, la necesidad de fortalecer aún más el espíritu de reconciliación nacional, y la solución integral y justa a la situación de nuestros pueblos originarios.
Sobre este último asunto, expresó que la reciente huelga de hambre de los comuneros mapuche ha significado para todos los chilenos una fuerte interpelación a nuestra conciencia nacional. "La falta de un diálogo abierto y sin condiciones; el olvido permanente del lugar que debieran ocupar los pueblos originarios; la postergación ancestral de sus reivindicaciones y derechos, forman parte de un trato injusto y discriminatorio que no nos ha hecho bien como país. Es, por lo tanto, muy urgente y necesario atender sus reclamos cuando sean justos y respetuosos. Seguir postergando soluciones amplias e integrales al tema mapuche será una verdadera bomba de tiempo para nuestra convivencia nacional y para una adecuada y civilizada relación entre el pueblo mapuche y el Estado de Chile".
Otros desafíos que planteó Mons. Goic fueron la necesidad de otorgar una esperanza creciente a los jóvenes y la familia, en sus fortalezas y los peligros que la amenazan: "Queremos para Chile lo mejor para nuestras familias, aún con sus dolores y dificultades, pero también con sus alegrías y esperanzas. A quienes viven situaciones complejas o tristes, las animamos en su caminar. Un saludo especial y cariñoso a las mujeres que sacan adelante a sus hijos sin la presencia del marido, a las jefas de hogar que se esfuerzan en medio de penas y contrariedades. A quienes sufren las consecuencias del camino extraviado de sus esposos, hijos y seres queridos. A los hijos que permanecen esclavizados por la droga o el alcohol. A quienes sufren el desempleo o condiciones laborales injustas o peligrosas. Y a quienes viven solos y marginados. Siempre la Iglesia estará cercana en todas estas realidades a través de su palabra y de sus acciones concretas de solidaridad y fraternidad".
Ver texto de homilía de Mons. Alejandro Goic
Fuente: Comunicaciones Rancagua