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Texto de la homilía
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Video de la homilía
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Video de la Misa de Resurrección
Cientos de fieles repletaron las naves central y sur de la Catedral Metropolitana para participar en la celebración de la Santa Misa de Domingo de Resurrección, al mediodía de este domingo 4 de abril. El templo lucía especialmente iluminado para la transmisión de la televisión y el presbiterio hermosamente adornado con flores, como un signo de alegría y regocijo por la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Alegría que quedó aún más de manifiesto por los cantos que interpretó el coro y orquesta de la Escuela de Música del Arzobispado de Santiago, formado por jóvenes y adultos de diversas parroquias de la capital, dirigidos por el Padre Orlando Torres.
La solemne eucaristía fue presidida por el Cardenal Francisco Javier Errázuriz y concelebrada por Monseñor Fernando Chomali, Obispo Auxiliar de Santiago; Monseñor Juan Suárez, Deán de la Catedral; Mons. Fernando Ramos, rector del Seminario Pontificio Mayor; el P. Marco Burzawa, Vicario para la Familia; y por numerosos otros sacerdotes.
Signos de vida y resurrección
En su homilía, el Cardenal Errázuriz meditó, a la luz de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, sobre los acontecimientos vivido en el país luego del terremoto y tsunami del 27 de febrero pasado. “La resurrección nos invita a centrar nuestra mirada no en el sepulcro, no en el lugar de la muerte, sino en los bienes más valiosos, en los que recibimos de las manos de Dios; muchas veces, a través de sus hijos”, dijo el Arzobispo de Santiago. “Esto, que vale desde el tiempo de las primeras comunidades cristianas, vale más que en otras épocas en nuestros días, en el contexto de la situación de nuestra patria. Para comprenderlo, meditemos sobre algunos signos que se presentaron al momento de la muerte y resurrección de Cristo. Ellos pueden ayudarnos a acoger la buena noticia de la Pascua; a hacer más nuestro el misterio del paso de la muerte a la vida, de la indiferencia a la fe, de las tinieblas a la luz”.
“Fueron impresionantes los signos que acompañaron la pasión y muerte de Jesucristo en la cruz. Nos interpelan con fuerza en nuestros días. Entre ellos, la oscuridad que cayó sobre toda la tierra (Mc 15 33), precisamente al mediodía, a la hora del mayor esplendor del sol, que ese Viernes Santo se transformó en media noche. Daba la impresión de que la Luz de las Naciones se extinguía. En verdad, cuando Cristo muere, cualquier mediodía es oscuridad y tinieblas”, sostuvo Monseñor Errázuriz en su homilía.
Y agregó: “Otro de los signos fue un violento terremoto, con el cual las rocas se partieron y el velo del Templo se rasgó (Mt 27, 51 y 54). Era la Roca viva la que, al parecer, se partía. El centurión y quienes hacían guardia con él, al ver los signos que se produjeron con su muerte, se llenaron de miedo y exclamaron: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios” (v. 54). (…) El terremoto a las tres de la tarde en el Calvario, ese estremecimiento de la tierra, fue expresión del dolor y la solidaridad de la creación entera, que gemía por el terrible homicidio. Moría el primogénito de toda creatura, el hijo de María en el tiempo y de Dios en la eternidad. Moría el mejor hijo de la humanidad, el que había venido a abrirnos las puertas de la vida, la libertad y el amor. Se estremeció de dolor la tierra cuando se derrumbó la humanidad de Jesús.
“Su tremendo dolor y el temblor de la tierra nos evocan en estos días no sólo los signos de muerte que siempre acompañan al pecado, sino también el sufrimiento de tantos chilenos. Sobre todo, de los que vieron el derrumbe de sus casas, la pérdida de la vida de personas muy queridas, y el colapso de incontables esperanzas y seguridades humanas. Muchos, al constatar tanta angustia, destrucción y desvalimiento, se preguntaron: ¿Y dónde estaba Dios?”
“La pregunta lacerante –agregó el Arzobispo de Santiago, en su homilía- tuvo mayor validez que nunca ese Viernes Santo. ¿Dónde estaba Dios mientras Jesús moría? La respuesta es impactante. Nuestro Dios estaba precisamente ahí, pero clavado en el madero de la cruz, muriendo por nosotros; estaba ahí, perdonando nuestras culpas; estaba ahí, en la cruz, escribiendo con su sangre y con su silencio que nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Impresionante verdad: en el silencio de la oscuridad y el dolor, Dios estaba sellando la Nueva Alianza con su sangre”.
Al reflexionar sobre los momentos que hemos vivido los chilenos en el último tiempo, el Cardenal Errázuriz indicó: “Lo hemos experimentado con mucha conmoción interior. El golpe de la naturaleza le restó importancia a lo pasajero y su consistencia a nuestras seguridades terrenas. Mostró el valor inconmensurable de lo que más apreciamos: la vida, la fe, la amistad, los lazos familiares, el servicio generoso, la solidaridad sincera. El Viernes Santo Dios estaba, pero muriendo como el grano de trigo, el germen de vida nueva más fecundo en sorprendentes frutos. Maduran entre nosotros hasta nuestros días”.
“Son frutos de vida que se multiplican en virtud de la muerte y resurrección de Cristo, acontecimiento que hoy celebramos con gozo y esperanza. Es la victoria del Señor, el triunfo sobre la muerte y el pecado de Aquel que es la Vida; la victoria del amor sobre el egoísmo y el odio, de la felicidad sobre la desgracia. Cuando seguimos el camino del Señor, cuando cumplimos las promesas bautismales, cuando vivimos con Él haciendo el bien, participamos de su victoria sobre el mal”.
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Texto de la homilía
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Video de la homilía
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Video de la Misa de Resurrección
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Video del mensaje de Pascua del Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa
Fuente: DOP Santiago