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Un templo en penumbras y la bendición del fuego fueron el preludio de la solemne Vigilia Pascual celebrada el sábado 3 de abril por la noche. La Catedral Metropolitana estaba repleta de fieles que con mucho recogimiento comenzaron a recibir la Luz de Cristo desde el Cirio Pascual.
El signo de Jesucristo Resucitado avanzó en procesión por el principal templo capitalino llenando de luz las tinieblas. Posteriormente a ello se inició el Pregón Pascual que relata bellamente toda la historia de la salvación que culmina con la Resurrección del Señor.
Después de este canto se inició la Liturgia de la Palabra en la que diversas lecturas del antiguo y nuevo testamento relatan la misericordia de Dios para con la humanidad. Antes de proclamar la epístola de San Pablo a los Romanos, los fieles entonaron con alegría el Gloria, que anuncia la victoria de Jesucristo sobre la muerte.
La Eucaristía fue concelebrada por Monseñor Andrés Arteaga, Obispo Auxiliar de Santiago; Monseñor Fernando Ramos, rector del Seminario Pontificio y por el Padre Andrés Moro, prefecto de teología del mismo seminario, entre otros sacerdotes. Durante la Vigilia Pascual también se bendijo el agua y los asistentes renovaron sus promesas bautismales. Entre ellos una numerosa y fervorosa comunidad del camino neo catecumenal en la Parroquia Inmaculada Concepción de Vitacura.
Como el trigo
Luego de la proclamación del Evangelio y ante cientos de conmovidos fieles, el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, Arzobispo de Santiago, entregó su Mensaje de Pascua de Resurrección. Durante su homilía y recordando la Pasión de Jesús dijo: “Moría el mejor hijo de la humanidad, el que había venido a abrirnos las puertas de la vida, la libertad y el amor. Se estremeció de dolor la tierra cuando se derrumbó la humanidad de Jesús. Su tremendo dolor y el temblor de la tierra nos evocan en estos días el sufrimiento de tantos chilenos; sobre todo, de los que vieron el derrumbe de sus casas, la pérdida de la vida de personas muy queridas, y el colapso de incontables esperanzas y seguridades humanas”.
El Arzobispo continuó: “Muchos, al constatar tanta angustia, destrucción y desvalimiento, se preguntaron: ¿Y dónde estaba Dios? La pregunta lacerante tuvo mayor validez que nunca ese Viernes Santo. ¿Dónde estaba Dios mientras Jesús moría? La respuesta es impactante. Nuestro Dios estaba ahí, clavado en el madero de la cruz, muriendo por nosotros; estaba ahí, perdonando nuestras culpas; estaba ahí, en la cruz, escribiendo con su sangre y con su silencio que nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Como el grano de trigo que muere para dar frutos, el dolor tras el terremoto “mostró el valor inconmensurable de lo que más apreciamos: la vida, la fe, la amistad, los lazos familiares, el servicio generoso, la solidaridad sincera. El Viernes Santo Dios estaba, pero muriendo como el grano de trigo, el germen de vida más fecundo en sorprendentes frutos. Maduran hasta nuestros días entre nosotros”.
El triunfo de la vida
La Pascua de Resurrección celebra el triunfo de la Vida sobre la muerte, expresó el pastor: “Son frutos de vida que se multiplican en virtud de la muerte y resurrección de Cristo, acontecimiento que hoy celebramos. Es la victoria del Señor, el triunfo sobre la muerte y el pecado de Aquel que es la Vida, la victoria del amor sobre el egoísmo y el odio, de la felicidad sobre la desgracia. Cuando seguimos el camino del Señor, participamos de su victoria sobre el mal”.
También resaltó todas las muestras de solidaridad y el florecimiento de Chile tras la catástrofe. Sostuvo: “No podemos permanecer junto al sepulcro vacío de Cristo; tampoco en la profunda tristeza de lo que se derrumba y deja de existir. Hasta esa enorme pena quiere llegar la luz y la fuerza de la Resurrección del Señor, de la victoria sobre la muerte. Así lo han comprendido quienes recogen recuerdos, apartan escombros, se acercan como familia a una fogata y a una pequeña mesa común, y a orar unidos con gratitud. Así lo han entendido quienes levantan paredes y techos, calafatean botes de pesca y los proveen de motores, quienes son portadores de solidaridad, de alimentos y de medicina, llevando palabras y acciones de esperanza. Así lo viven los niños que vuelven a jugar y recomienzan sus clases, como también los que se esfuerzan con mucho corazón para que les llegue el agua y la luz, asimismo quienes reparan maquinarias para que vuelvan a producir y los trabajadores puedan conservar sus empleos”.
Finalmente el Arzobispo manifestó: “Esta primavera también es un fruto de la Resurrección de Cristo, una re-creación de Dios, una nueva y poderosa intervención suya por su gran bondad. Ella provoca esta conversión, nos aparta del mal que podemos hacer, busca el rostro amigo del Dios de la Alianza, y hace despertar lo mejor de nosotros: el amor gratuito, la búsqueda de la verdad, la acción solidaria y la vida conforme al Evangelio del Señor Jesús, que vive, después de vencer al pecado y a la muerte. La voz del Ángel resuena también en nuestros corazones: alejémonos corriendo de la tumba de Jesús para anunciar la Buena Noticia de su resurrección, e ir a su encuentro, porque vive”.
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Fuente: DOP www.iglesiadesantiago.cl